Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Uno, por minucioso, o “papelero”, toma apuntes, imagina frases, estrecha ideas que van a parar en un pedazo de papel. Para mí son tesoros, tal vez “machetes” que cuando se nos presenta la página en blanco, nos salvan poniendo colores, y motivos que al crecer se tornan historias, no ficción, sino realidad vestida de artículos. Tal vez, yendo más lejos, se transforman en criaturas que se animan a contar, a establecer noticias desmenuzadas. Vericuetos que la vida nos pone de frente, mirándonos a los ojos. Esos intentos asentados recordándonos algo, muchas veces son salvavidas lanzados, para asirnos y tomarnos fuertemente para suplir la nada de la página vacía. Es decir, dotarle de vida a muchas vidas que han sido hechos, que ocurrieron y ocurren porque hacer periodismo siempre nos exime de la ficción para ir directamente a las certezas. De esas certezas hay muchas, pero generalmente bien valen la pena porque han sido y son hechos que fuimos dejando por otros más urgentes, porque las prioridades tienen la fuerza de suplir, cambiar de plano, tiempo y forma. Es decir, dejarlas porque otras más urgentes nos empujan, y el intercambio pasa a convertir las aparentemente “tranqui”, por las que no admiten sala de espera, ya que vienen arrollando en una arremetida a “degüello”. De esas certezas, estos apuntes, que de pronto cambian de urgencia, pasan a un segundo plano hasta tanto vengan otras que las arrimen al escenario de batalla. Uno de los tantos apuntes que guardo en mí haber, acentúa que “Los seres humanos siempre cometemos estupideces en nuestra evolutiva ascensión por la vida. Hay algo básico que jamás aplicamos ni cumplimos, que es el rol protagónico de ciudadanos conscientes, responsables de exigir y hacer cumplir lo establecido, promovido o prometido por el poder de turno. No solo los legisladores se suponen que tienen el grandioso mandato concedido por el pueblo para luchar por él, sino también nosotros en gestionar, protestar, presionar para que así se cumplan. El rol de la prensa es informar los acontecimientos y criticar los procederes que no convengan para la auténtica armonía de toda una sociedad. Natalio Botana, el precursor del diario de mayor tiraje de la historia del periodismo argentino, “Diario Crítica”, cuyo slogan sentenciaba: “Dios me puso sobre vuestra ciudad, como un tábano sobre su noble caballo, para picarlo y mantenerlo despierto,” es decir atacar donde más duele. El rol del ciudadano, fagocitado por la demagogia compradora de voluntades, por el facilismo del populismo, se ha debilitado; sus críticas muy tenues llegan dispersas, reblandecidas, atemperadas y por lógica no se sostienen en el tiempo por ocio desmedido, desidia, inmadurez, o en el peor de los casos, por ignorancia. Muchas de las culpas son nuestras como ciudadanos desaprensivos. Reclamar es recordar exigiendo, y recordarnos a nosotros mismos, que nos cabe el deber de puntualizar errores hasta que las voces sumen volumen; hacernos oír involucra al gobierno del pueblo y nos recuerda el protagonismo que nos debemos.” Otros “apuntes” que conforman algunas de mis alforjas y que no se cansan de expresar: El analista internacional Claudio Fantini, en uno de sus artículos titulado: “El desafío de la moderación”, lo encabeza recordando al francés Jean de la Bruyere, cuando expresara que “la cortesía consiste en conducirnos de tal modo, que los demás queden satisfechos de nosotros mismos”. Hace mucho tiempo, que no hacemos uso de la vía común de la educación y las buenas costumbres para conducirnos. Siempre la soberbia es el clima natural, que proviene del autoritarismo o la mala educación. Justamente para ejemplificar lo opuesto se hace referencia al expresidente del Uruguay José “Pepe” Mujica, y para contrarrestar la soberbia que nunca la tuvo, se puntualiza su rol político. Ya que fue, exguerrillero Tupamaro con acción directa en la lucha armada, con 15 años de cárcel en su haber. Y ni siquiera así el autoritarismo no ha sido su principal característica, por el contrario su amabilidad es descollante y sus palabras por ciertas son halagos del buen entender de las relaciones humanas. Algunas frases suyas que son ejemplo de urbanismo, alimentan ese manejo fino de las palabras y de camaradería entre las personas: “Lula dice sí, sí, sí… pero de ese modo logra que ahora cincuenta millones de personas vivan mejor que antes.” Esta otra es contundente: “Apenas hemos elegido un gobierno que no es dueño de la verdad y que precisa de todos los uruguayos. Mi reconocimiento al Doctor Lacalle, y si en algún momento mi temperamento de combatiente hizo llegar la lengua demasiado lejos, le pido que me perdone. Desde mañana andaremos juntos.” Otro ejemplo que pone en primer plano su decencia: “Ni vencedores ni vencidos… que los opositores y quienes nos votaron son nuestros hermanos de sangre”. Qué notable, mientras nuestra política nefasta no califica al opositor como hermano, sino lo descalifica como oponente conspirador.
Es increíble como esos “apuntes” que los tengo por doquier por haberlos escrito alguna vez, me sirven de consulta para comparar y calificar. No tirarlos porque aún tienen alma, fogosidad apasionada, convicción de que lo bueno tarde o temprano se impone. Porque alimentan, proporcionan temas, sirven de lecciones porque mi búsqueda es encontrar sentido común, los valores perdidos, la reivindicación de la buena palabra pronunciada o meditada. Siempre me digo, las palabras, o las palabras hechas poesías, o el susurro de partituras reproducidas, no pueden ser cualquier cosa. Debe ser la buena elección, las horas consumidas en su búsqueda, haber elegido lo conveniente, dejando en el trajín grabados todos los pasos empleados: esfuerzos, ganas, impotencia muchas veces, extenuación de desandar, pero con el premio del placer de trabajo y estudio que enaltece y destaca el final memorable de celebración, con un cierre a toda orquesta cuando el logro es alcanzado. No me anima lo inmediato porque en el trabajo denodado está la perfección, y eso lleva tiempo, porque son la suma de esfuerzos y ganas. Es el costo lógico y natural para acceder a todos los órdenes de la vida, romper la comodidad exagerada. El conformismo constante no conduce a nada. Buscar las cosas con solidez de convicción y entrega. No aflojar. Emplear todas las virtudes que poseemos. Es como la falencia ciudadana de buscar candidatos en las listas de personas capaces por trabajadoras e inteligentes, desposeídas de demagogia, de soberbia, donde nace el autoritarismo, y no la bondad del respeto y al brillo de la inteligencia. Debemos dar vuelta la hoja, las experiencias han sido y son más malas que buenas. El talento, la capacidad, el trabajo mancomunado, deben estar por encima de toda representatividad. Los argentinos nos merecemos algo mejor; basta de discursos que son solo palabras y no hechos, hablemos de lo que importa, sin gritos, con la humildad que amén de ser una virtud es un gesto respetuoso. Política no politiquería. Los buenos tiempos exigen idoneidad, capacidad, basta de marchas y contramarchas, hagamos de cuenta que en miércoles de cenizas enterramos para siempre el “carnaval” político donde todas las caretas se han caído; la fiesta terminó y hasta a Momo hemos quemado. Decía Rodolfo Walsh, sin equívocos, que también tenía sus apuntes para el periodismo que ejercía, en medio de esa lucha de búsqueda: “Por la Justicia, la Libertad y el imperio de la voluntad del pueblo, sepamos unirnos para construir una sociedad más justa, donde el hombre no sea lobo del hombre, sino su hermano.” Los apuntes siempre llaman a la reflexión porque son conciencia precisa y justa, primera mirada de las cosas como sucedieron. Las búsquedas son loables cuando el principio es el hombre. Ser mejores no es ser superiores, sino condescendientes con el respeto que nos debemos. Con la felicidad de dejar atrás prácticas fenecidas que enmohecieron las palabras, y recibir en abrazo gigante una realidad lógica y prudente. Volver a ser.