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El incómodo precio de la libertad

Casi todas las visiones ideológicas promueven el libre albedrío, pero son pocos los que se detienen en el análisis de lo que esa potestad implica. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

En épocas como las actuales, muchos comunicadores han caído en la trampa de auspiciar de forma bastante ambigua una suerte de libertad condicionada siempre por ese concepto abstracto al que llaman “bien común”.

Nunca se sabe con demasiada exactitud a qué se refieren concretamente con esa fórmula retórica que suena muy simpática pero que al ser tan difusamente explicitada no precisa los límites de esa utópica panacea.

En ese contexto, bajo el amplio paraguas de una pretendida concepción superior, inmutable, intocable, todo lo que pudiera acontecer queda sujeto a que las acciones singulares no afecten a ese “status quo” que goza de un consenso incuestionable.

Es cierto que esa mirada ha ido mutando y que su interpretación contemporánea no es idéntica a aquella que le dio nacimiento, básicamente porque la sociedad ha modificado varias veces su apreciación sobre algunos fenómenos propios de la vida en comunidad.

Esa imprecisión discursiva ha dado lugar, en las últimas décadas, a diversos atropellos permitiendo que los gobiernos se abalancen sobre ámbitos estrictamente privados estableciendo restricciones injustificadas que llegaron en una circunstancia y que aparentemente vinieron para quedarse.

Sus promotores diseñan grandilocuentes narrativas y siempre encuentran el modo de conseguir una aceptación de la mayoría que finalmente impone a las minorías conductas discrecionales sin asidero suficiente alguno.

La lógica de esa democracia matemática sustentada en la “voluntad popular” ha servido de excusa para someter a los marginales y obligarlos a comportarse de una manera específica, por ese conjunto de autoritarios que se aprovechan del monopolio de la fuerza que detentan los gobiernos. La contrapartida a este tipo de movimientos autocráticos que utilizan esa dinámica a través de la cual consiguen que todos deban alinearse a sus caprichos coyunturales es otro grupo que resiste ese esquema casi intuitivamente, como reacción natural a la mecánica cuasi opresiva.

Es saludable el debate y debe ser patrocinado para devolverle a la humanidad no solo diversidad y pluralismo, sino también para invitar a la construcción de un pensamiento crítico, autónomo, alejado de los estereotipos, que expulse de la zona de confort, esa que muchos adoran.

Las famosas “grietas”, esas divisiones sociales simplificadas que muestran a unos de un lado y a los otros en el opuesto, son intelectualmente peligrosas porque fomentan la insensatez de sumarse a un bando sin pensar demasiado. De hecho, muchos están donde están porque se sienten parte de la manada y no porque hayan estudiado en profundidad los argumentos. 

Solo identifican a sus adversarios y se cruzan a la vereda de enfrente sin que importe, en realidad, el tema en discusión.

La libertad es una bendición, una oportunidad fabulosa que cada miembro de la especie tiene a su disposición por el solo hecho de su existencia, pero claramente no es gratis y es vital captar todo lo que viene asociado a esa extraordinaria ocasión que se presenta a cada instante.

Tomar decisiones es un chance que vale la pena maximizar, pero se debe entender que cada determinación seleccionada trae consigo derivaciones y que la definición primaria conlleva admitir esa secuencia que se producirá desde el minuto uno de la elección.

Es esencial racionalizar ese proceso para comprender que las cosas que suceden tienen que ver básicamente con esa decisión inicial. Todo lo bueno, pero también lo malo que ocurre desde ahí en adelante es un corolario de las preferencias, sin embargo, muchos creen que sólo los beneficios deberían ser incorporados, mientras los perjuicios tendrían que ser rechazados o endilgados a esos terceros que aparecen como causantes.

Cada elección individual es integral y, por ende, viene con un inventario de emergentes positivos, negativos y neutros. Aceptar que la responsabilidad de cada opción es indelegable ayudará a tomar las mejores y evitar la liviandad con la que luego se pretende evaluar lo acaecido.

Si el saldo es favorable habrá que sentirse orgulloso y festejar el acierto, pero si el balance es deficitario y los inconvenientes son mayores a los logros, será tiempo de repasar, aprender y dar vuelta la página sumando esa experiencia que será de enorme utilidad para el próximo dilema similar.

Buscar culpables afuera, enojarse con los demás y hasta quitarse el peso de lo elegido, no es la actitud que las personas honestas deberían asumir. 

En todo caso, si el resultado no es el esperado habrá que preguntarse qué error de cálculo se cometió y que aristas no fueron consideradas, admitiendo la intervención propia en esas omisiones no contempladas o de aquellas cuestiones que fueron subestimadas en el momento cero.

La libertad es un valor. Disponer de ella implica disfrutar de ese marco de múltiples alternativas, pero también consentir que tiene un precio, para muchos incómodo, que implica hacerse cargo de las consecuencias de los actos propios. 

Valdrá la pena reflexionar sobre eso, porque tal vez no se esté viendo la película completa y sería una picardía, a estas alturas, confesar que no se ha entendido cómo funciona la vida misma.

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