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La ética tuitera y la moral digital

Por Gabriel Zurdo

Publicado en Infobae

Qué difícil es sostener que el canal preferido de comunicación de personalidades, políticos, empresas, mercados y gobiernos sea Twitter! Minimizar que los haters, odiadores digitales, irrespetuosos y hostiles, misóginos, racistas y discriminadores sin límite, son solo usuarios nominales, es parte del problema. Eso sí, refugiados detrás de las pantallas, sean de LCD, Oled o Amoled, tienen el anonimato asegurado.

Es probable que Elon Musk evaluara y reflexionara sobre la “ética” de Twitter y decidiera cancelar su oferta de compra de la plataforma, ya que sostuvo que esconde más bots y cuentas fake de lo que se cree. Twitter nunca proporcionó la información necesaria para auditar este universo y Musk parecía decidido a utilizar a la red como parte integrante de lo que siempre definió como “la libertad de expresión 2.0". Pero un número relevante de los supuestos usuarios son inexistentes y otros tantos se corresponden con cuentas inactivas.

¿Será por esto que los principales miembros del Comité Judicial del Senado de Estados Unidos cuestionaron a Twitter respecto de las medidas de seguridad para custodiar los datos personales en su plataforma? ¿Cómo trabaja en proteger las hipótesis de sabotaje interno, las sospechas de engaño intencional a los entes de control y reguladores sobre las condiciones de privacidad y los ciberataques a manos de gobiernos?

Todo esto fundado en que el Sr. Peiter Zatko, quien fuera el jefe de seguridad de Twitter desde noviembre de 2020 hasta su despido en enero de 2022, fue denunciado ante múltiples agencias gubernamentales y legislativas de los Estados Unidos en julio último, indicando que Twitter adolece de medidas básicas de seguridad interna y le otorga a aproximadamente la mitad de sus empleados acceso privilegiado al servicio activo y en vivo de la empresa, incluyendo datos reales de los usuarios, y afirmando que no elimina de manera confiable los datos de aquellos que dan de baja sus cuentas. Por lo que no es descabellado, ni sorprende, que Twitter confirme el hackeo de millones de cuentas y requiera cambiar contraseña y ajustar los parámetros de seguridad.

La red del pajarito anunció que las identidades de millones de cuentas con seudónimos han sido expuestas y los usuarios debieron tomar medidas de seguridad de forma urgente. El ataque, hecho público en agosto de este año, refiere a más de 5 millones de cuentas, afectando también a números de teléfono y correos personales.

Pero quizás esto no sorprenda si tenemos en cuenta que, en el mismo mes, pero de 2019, la cuenta de Jack Dorsey, su fundador, también fue hackeada, emitiendo tuits de tono y contenidos racistas y ofensivos. Pero definitivamente Twitter es la red social mayoritaria más tolerante con la pornografía en comparación con las otras redes sociales líderes, ya que permite publicar contenidos explícitos y sexuales.

En busca de generar nuevos negocios, Twitter elaboró una herramienta para que los usuarios que publiquen contenido sexual lo moneticen mediante el modelo de suscripción, compitiéndole a la plataforma OnlyFans. La mayoría de las creadoras en OnlyFans son mujeres que utilizan Twitter para promocionarse, ya que lo permite libremente. Sumamente tentador y atractivo es el número: USD 2.500 millones fue lo que facturó OnlyFans el año pasado, la mitad del monto que alcanzó Twitter.

Twitter ha demostrado serios problemas a la hora de detectar contenido de explotación sexual infantil y desnudos no consentidos, con riesgo de convertirse en un repositorio para la pedofilia y los abusos. La cantidad de contenido de explotación infantil online ha crecido exponencialmente y Twitter es un canal elegido para los usuarios que quieren acceder a ellos. La cantidad de incidentes de seguridad y la aparente ausencia de marco normativo, parecen haber echado por tierra esta iniciativa. Por el momento, 230 millones de usuarios y 500 millones de tuits publicados a diario deberían interpelarnos y hacernos reflexionar sobre por qué la ética y su discernimiento sobre el bien y el mal, y su relación con la moral y el comportamiento humano, dependen ahora de los algoritmos.

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