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Por El Litoral

Lunes, 14 de febrero de 2022 a las 01:00

Preacuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) no solo abrió una Caja de Pandora en la coalición gobernante, sino que también demostró hasta qué punto distintos actores de nuestra sociedad ignoran principios elementales de economía. Gracias a tantos años de renta agropecuaria, la Argentina se las ha arreglado para sobrevivir, contrariando las leyes de esa ciencia, que ahora pasan su factura.
En su reciente visita a Barbados, el presidente Alberto Fernández se quejó de que el FMI le exigiera eliminar el déficit fiscal, mientras “los países más desarrollados invierten mucho y tienen déficit fiscal”. Basta tomar los libros, que no muerden, para aprender que quienes no tienen moneda no pueden financiar sus déficits. Si se refirió a los Estados Unidos, detrás de cada dólar que emite hay un respaldo de estabilidad institucional, Estado de Derecho y división de poderes. Por eso, el dólar es moneda. La Argentina exhibe el récord de ocho defaults, incluyendo el más grande de la historia. No emite moneda, sino papeles pintados, cuya impresión no sirve para financiar su déficit, sino para crear pobreza. Por lo menos, es lo que dicen los libros, esos que no muerden.
El ministro Martín Guzmán insiste en señalar el carácter multicausal de la inflación. Teoría interesante para países normales. En la Argentina, el año pasado, la emisión monetaria alcanzó casi dos billones de pesos. Y, para absorber esos pesos, se han colocado, en sus dos años de gestión, 50.000 millones de dólares de Leliqs y Letes al 40% de interés. Mientras dicta cátedra de puja distributiva y multicausalidad, barre bajo la alfombra del sistema financiero, esa “bomba atómica” de impagable deuda. Un artificio deleznable para disimular lo inocultable. Su teoría no es económica, sino política: echar culpas al sector privado, a los precios internacionales y a las verduras de estación. Más Maquiavelo que Keynes, como le exige el Instituto Patria. La economista Fernanda Vallejos se lo dijo: “Un estado soberano no necesita pedir dinero prestado, porque lo puede crear”. Postulado difícil de ubicar en infinidad de libros, ávidos de lectores porque, insistimos, no muerden. En el Frente de Todos se ufanan de que el FMI no exija reformas estructurales y, al otorgar años de gracia para empezar a pagar, sostienen que el país va a “consolidar su crecimiento” y lograr la convergencia fiscal. Sin embargo, los textos más elementales, (que no muerden) enseñan que no hay crecimiento sin inversión. Con un riesgo país por las nubes, inflación del 60% y múltiples desvaríos institucionales, en la Argentina hay fuga de capitales, la antítesis de la inversión. Ni la habrá, a menos que se reestablezca la confianza. Un desafío extremo, cuando la citada Vallejos, cercana a la vicepresidenta, llama “okupa” y “mequetrefe” al presidente de la Nación, quien, a su vez, se alinea con Rusia y China para demostrar que no lo es. ¿Inversiones? Ni en capital de trabajo para reponer golosinas del kiosco.
Se asegura, entonces, que el crecimiento vendrá por el aumento de exportaciones. Es cierto que aumentaron de 55.000 millones de dólares a 77.000 millones en 2021 gracias a los mejores precios de los commodities. Pero la Argentina no puede confiar solo en la buena suerte. Debe integrarse al mundo y transformar su perfil mercadointernista para ganar competitividad y triplicar las exportaciones. Y ello implica reformas estructurales. No basta con apoyos puntuales a sectores elegidos, con powerpoints y sin dinero. Sin una drástica reducción de costos y disponibilidad de capitales, seguiremos dependiendo solo del área sembrada y del precio de la soja en Chicago.
El presidente  Fernández, cuando visitó China, en lugar de elogiar a Mao Tsé Tung y su fallido Gran Salto Adelante (1957), que provocó la muerte de 45 millones de personas por hambre, debió interesarse por las reformas de Deng Xiao Ping (1978) que sacaron a 750 millones de la pobreza. Así habría aprendido que las exportaciones crecen con mayor productividad y no con cepos o prohibiciones. Eso está en los libros de la UBA y no escritos en mandarín. En la China que admira, no hay sindicatos, ni delegados, ni leyes laborales. 
Pero la respuesta a esa pregunta y a muchas otras no se encuentra en los libros, sino en el avance de las causas judiciales por corrupción contra la vicepresidenta. Y en su contracara: las encuestas para 2023. De ellas dependerá el grado de ajuste, vergonzante y solapado, que seguirá llevando a cabo el Gobierno a costa de una mayoría de ciudadanos que carecen de corporaciones para quejarse. Por lo menos, es lo que demuestran los libros, que nunca muerden.
 

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