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Tesoro maldito

Por Enrique Eduardo Galiana

Moglia Ediciones Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

Fue una sorpresa recibir una tarde en el estudio a una señora que me relató esta historia.

Narró que sus abuelos eran sastre él y modista ella, de alta calidad para la época. Vivían en Bella Vista.

Una niña de la alta sociedad lugareña, amiga de la familia, le solicitó a la abuela de la narradora que le confeccionara el vestido de novia y le contaba que había conocido a un buen hombre, pintón, de buen pasar económico, que ya iban por ocho años de extraño noviazgo, lejano y distante por la oposición de sus padres, muy especialmente de su madre. En ese escenario, le pide a la modista que sea su madrina en la ceremonia; esta, sorprendida, le dice que debe ser su madre, pero la chica le contesta que no porque no se lleva bien con ella y que no había aceptado el ofrecimiento, lo que le causó desconcierto. 

Mientras se probaba el vestido, una tarde en la casa de la modista, llegó la madre de la joven solicitando ingresar a ver a su hija, pero esta se negó rotundamente.

La fecha fijada para la boda movió a todo el pueblo, como es habitual; la fiesta se preparaba a todo vapor con arreglos de todo tipo. El día indicado para la ceremonia los invitados estaban en la iglesia esperando con sus mejores galas, el funcionario del registro civil habíase trasladado a la puerta de la misma para realizar el casamiento legal antes del religioso, como es obligatorio. Todos esperaban a la novia, con la presencia del novio, que se encontraba nervioso por la tardanza, bajo la mirada pétrea y gélida de su futura suegra que lo perforaba. El tiempo amenazaba lluvia. Nadie entendía nada respecto a la tardanza, era raro en este caso porque conocían de años a la bella joven a desposar. Advirtiendo que algo raro ocurría, el padre y otros familiares se dirigen a buscar a la novia a la casa, encuentran su dormitorio cerrado con llave desde adentro; ante ello tuvieron que echar abajo la puerta. El espectáculo no podía ser más aterrador y triste a la vez: la joven vestida de novia estaba tirada en el piso rodeada de pastillas de todo tipo. Se había quitado la vida. Un estupor general creció en la población. Bella y joven, cometer un pecado mortal en esa época era imperdonable, y más aún sin ninguna clase de explicación: no dejó ni una esquela. De pronto el silencio sepulcral, entre sollozos y lamentos, se rompió cuando el cielo, con truenos y relámpagos, lloraba arrojando agua a raudales sobre el escenario luctuoso.

El entierro fue silencioso, solemne y laico. Lo llamativo del caso es que la madre mantenía su rostro serio sin ninguna lágrima, el padre era todo desconsuelo, el novio tenía cara neutra, como si nada hubiera ocurrido. La suicida fue enterrada sin ningún tipo de sacramento por la maldición que pesa sobre los que mueren por mano propia. La madrina modista se encargó de vestirla con prendas normales para su viaje al más allá, el mundo de los espíritus.

El vestido de novia quedó de testigo en el lugar, la casa de sus progenitores. 

No pasó mucho tiempo para que se descubriera la trama, porque no hay mal que quede oculto. 

El cotilleo y el chisme corrieron rápidamente por el pueblo. ¿Por qué una joven bella y enamorada se mata?, se preguntaban. 

Una amiga de la familia de la occisa abrió las puertas al asombro y estupor con sus dichos. En una reunión expuso:  “Yo le conté unas horas antes que su pretendiente hace años era el amante de su madre”. Requerida por los oyentes y casi obligada, tuvo que justificar sus afirmaciones, porque puede ensuciar la honra de la madre y de un buen hombre. Afirmó sin duda alguna: “Porque yo también fui la amante de este rufián mal nacido”, y dio detalles de dónde se encontraban, un lugar en las afueras del pueblo, detallando hechos y circunstancias que solo una persona que estuvo allí puede conocer. Ese lugar no estaba abierto a vecinos ni conocidos, solo lo conocían —sostuvo— la madre de la muerta y ella, y vaya a saber quién más. Continuó relatando que como desconfiaba de que la engañara con otra, sabiendo que era el novio de su “amiga”, “¡vaya amiga!” dijo alguien de la concurrencia, pero ella continuó inmutable: “Una noche esperé en las afueras del portón de acceso, escondida entre los arbustos”. Él llegó primero; luego, para su asombro, apareció la madre de la finada. Para probar sus dichos, sacó y exhibió una cadena con un colgante de oro, conocido en el pueblo que pertenecía a la progenitora malvada, que lo dejó olvidado una noche en la casa del amante. La pésima amiga lo encontró y lo guardó para sí. Todos los presentes estaban espantados, la prueba era irrefutable, demostraba que la pobre suicida no tenía amiga y sí una madre malévola que la engañó casi ocho años. 

A todo ello se agregó un hecho rarísimo: la modista, que era una buena mujer, mandó hacer una novena por los muertos en general, pero de acuerdo con el sacerdote, rezaron por la niña suicida. En ese acto religioso, la madre, antes de que se conociera la verdad, al intentar ingresar a la iglesia observó que el tablón de entrada del lugar se movía, subía y bajaba sin explicación alguna. Los presentes quedaron azorados, la madre huyó despavorida, su conciencia le jugaba una mala pasada. 

Después se conoció la noticia, que corrió como reguero de pólvora, de boca en boca, y nació un desprecio generalizado hacia la madre y el amante. 

El padre se divorció directamente, sin perdonar jamás el doble agravio, y echó a su mujer a la calle con lo puesto. 

Desapareció desde ese día sin que nadie tuviera noticias de ella ni de su amante. Algunos dicen que fueron a vivir juntos al Paraguay. Las propiedades del fugitivo se vendieron por apoderado.

Pasó algún tiempo, y como es habitual, se borran algunos recuerdos y se subliman los dramas. Lentamente la calma volvía al pueblo, pero no el olvido entre quienes en vida quisieron a la víctima de tan horrible destino.

Una noche de tormenta fuerte, en que los cielos empequeñecen a los seres humanos, la modista escuchó que la ventana de su casa se abrió de pronto, el viento ingresó con una furia inesperada, ella trató de cerrarla pero no lo logró, de pronto, ante las rejas, apareció flotando y luminosa la suicida con su traje de novia, que le habló con una voz tan melodiosa que la invitó a escucharla, sin generar miedo alguno, y expresó: “Madrina, ve a cavar donde yo te indico”, dijo Matilde —así se llamaba la desaparecida—, “mira bien, porque tiene que ser esta noche”. La figura espiritual vestida de novia parecía jugar con el viento, se trasladó hasta un gran árbol del patio de la casa, con sus manos indicó un lugar, luego volvió a hablar manifestando: “Este es mi regalo”, y desapareció. 

En ese momento la casa pareció vibrar o vibraron las cosas, se movían sin razón alguna, la ventana cedió lentamente para cerrarse sola. La mujer se puso un piloto de los de campo, de tela encerada; mientras su marido dormía, se armó con dos revólveres y un fusil a la espalda —que sabía utilizarlos con destreza—, tomó una pala y comenzó a cavar en el lugar indicado. A un metro aproximadamente se encontró con un gran baúl de hierro, al cual comparó con una cama turca, con abrazaderas de hierro remachadas, rodeadas de raíces de un gran árbol de laurel; tenía un gran candado de hierro que al quedar al descubierto prácticamente estalló en su herrumbre, cediendo el baúl para mostrar su contenido. Una nube negra trepó de pronto de su interior hacia los cielos, la que desapareció en el espacio; el contenedor mostró sus entrañas: joyas, monedas, lingotes de oro y plata, constituían a la luz de los truenos y relámpagos un tesoro fabuloso que expuesto bajo el agua torrentosa de la lluvia empalagaba por su enormidad. 

Está de más decir que con precaución y silencio total, el tesoro fue extraído y escondido en la casa de campo. Poco a poco se trasladaba a la ciudad de Bella Vista, reducido con mucho cuidado. Generó riqueza en la familia, que se trasladó a Corrientes a vivir en una casa de Rivadavia y San Juan, más tarde San Juan y Tres de Abril.

A todo esto, en Bella Vista, en días subsiguientes al hallazgo del tesoro, encontraron en el cementerio, en el lugar destinado a los excomulgados y disidentes, el vestido de novia colgado de la cruz de la tumba. Desde entonces es un lugar de devoción.

Narra la señora que muchos joyeros de la ciudad y de Resistencia se vieron beneficiados en la compra de oro al mejor precio existente; beneficiada fue la Virgen de Itatí o quien administraba sus bienes, que tiene nombre y apellido que reservo, además de algunos políticos que tuvieron y tienen mucho renombre en la provincia. Ese es el oro de la novia suicida, uno de los tesoros más grandes que se encontrara en la provincia de Corrientes. Se le atribuyen muchos orígenes, el más aproximado es el de la Guerra de la Triple Alianza y la retirada del ejército paraguayo al mando de Robles; otros sostienen que, producida la revolución de mayo, ante el saqueo de los patriotas a los sarracenos o fieles a la corona española, juntaron sus fortunas y la enterraron en un lugar marcado para volver después, lo que evidentemente no ocurrió, perdiéndose los propietarios en la estela del tiempo pasado. 

Lo que sí estoy obligado a decir es que una de las descendientes de la familia favorecida por el tesoro padeció la persecución de un demonio durante mucho tiempo. Intervinieron para ayudarla el sacerdote José Di Dábora o algo así, el clérigo Gaitán y otros, como grupos de oración a los cuales se incorporó y pertenece. 

La mujer inocente mostró el tesoro a quien ella eligió. El nombre no importa, tengo mala memoria para ello, lo que puedo asegurar es que, a la larga, los tesoros cobran su precio.

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