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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El vicioso hábito de procrastinar las soluciones

Esta inercial actitud de dejar para mañana lo que se puede hacer hoy se ha convertido en la “política de estado” más popular del país. Nada se resuelve ahora y todo amerita ser postergado con un sinfín de oportunos argumentos. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez 

Nada nuevo bajo el sol. El parlamento argentino es solo el escenario seleccionado en el que se despliega una película que ya fue vista varias veces, cuya trama detallada ya se conoce y que tiene un final esperable.

El recorrido es el mismo de siempre. El gobierno necesita financiamiento porque gasta más de lo que recauda, pide prestado, proyecta un crecimiento fabuloso que jamás aparece, no se paga lo previsto, se refinancia lo adeudado y se endosa la cuenta a los sucesivos mandatos.

No importa cuándo se lea este texto, ni qué color político esté de turno en el poder, el cuento es idéntico. 

Los ejecutores de este perverso derrotero, no solo lo implementan, sino que siempre se ocupan de culpar a otros por el desastre, como si no tuvieran absolutamente nada que ver con ese proceso.

Adicionalmente también se dedican a despotricar contra los irresponsables que ofrecieron los créditos, demonizándolos, como si nadie hubiera ido a pedir encarecidamente que los socorrierran cuando los recursos faltaban.

En definitiva, una parodia tras otra, un relato digno de desquiciados, repleta de cinismos e hipocresía, en la que los protagonistas se hacen los distraídos apoyados por un coro de ignorantes que aplauden sin pudor alguno y con enorme cinismo a una sociedad completamente desconcertada.

La realidad es que este pícaro ardid es una mala práctica que se ha naturalizado desde hace décadas. 

Consiste en eludir sistemáticamente las responsabilidades propias y pasarle la posta al siguiente.

Alguien dirá que en las condiciones actuales no quedaba más alternativa que barajar y dar de nuevo, porque el país no tiene chance alguna de cumplir con sus compromisos dada la complejidad de la situación vigente.

Eso es una verdad a medias. Es posible que hoy no se dispongan de los fondos para enfrentar lo que alguien prometió alguna vez en nombre de todos. 

No menos cierto es que no se ha intentado poner esmero alguno para aproximarse, al menos en parte, a la palabra empeñada.

Lo más grave no es que no se haya hecho lo suficiente para intentar simular cierto interés en honrar lo pactado. 

Es bastante peor que eso. No solo no se hace el más mínimo esfuerzo por alcanzarlo, sino que además tampoco se intenta abordarlo con prontitud.

Ya no se trata de esa tradicional dinámica por la cual las “dietas” siempre se comienzan el próximo lunes, tratando de tomar el coraje vital para cambiar las malas conductas y empezar cuanto antes, aunque no hoy.

En este caso la promesa es que ese sacrificio se hará recién en unos años más, reconociendo implícitamente que no se tiene voluntad alguna para iniciar ese esquema de transformaciones esencial para alcanzar la meta.

No existe determinación alguna de hacer nada.

 Es burdamente ofensivo, ya que nadie quiere mover un dedo para siquiera comenzar a dar los primeros tímidos pasos que resultan imprescindibles para avanzar unos centímetros.

No sólo esto sucede gracias a los circunstanciales oficialismos. Ha quedado claro que muchos sectores, los que gobiernan y los opositores también razonan de un modo parecido. 

Al final del día todo consiste en zafar, sacarse el lazo, posponer hasta el infinito lo que todos saben que se debería hacer.

Lo más notable e inadmisible es el descaro, la falta de autocrítica, la ausencia de moral al plantear a viva voz, las “razones” que explican semejante elección. 

La idea es no hacerse cargo de nada, ni del pasado, ni del presente ni del futuro. 

El único proyecto es patear todo para adelante.

Es triste, pero si no se consigue comprender lo que está sucediendo difícilmente se pueda salir de este laberinto interminable en el que unos y otros insisten hasta el cansancio. 

Nadie espera que cancelen la deuda eterna por arte de magia. No sería posible hacerlo porque además es prácticamente inviable lograr semejante objetivo, pero sí parece lógico planificar ordenadamente una salida progresiva que permita disminuir la carga y actuar con sensatez y madurez ante la coyuntura.

A estas alturas, la retórica que despotrica contra los organismos financieros es intrascendente. Claro que ellos son tan culpables como los propios de este descalabro, pero los que deben resolverlo son los que se han postulado para conducir esta nación, esos que se proponen como solucionadores de todo, pero que luego no tienen ni la capacidad para liderar nada.

Va siendo hora de que la clase política admita su participación en la construcción de esta catástrofe y que también los ciudadanos asuman que ellos no han sido meros espectadores de esta tragedia, sino que fueron instigadores y cómplices de este patético momento.

Si nadie toma nota de lo que ha ocurrido, de lo tremendo que resulta seguir procrastinando las reformas imprescindibles que permitan dar vuelta la página y mirar el futuro con optimismo, todo se pondrá peor y la salida solo será una nueva ilusión repleta de frustraciones y desesperanza.

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