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Raúles, Mabeles y el misterio del país que lo tiene todo

Por El Litoral

Domingo, 17 de julio de 2022 a las 01:00

Por Emilio Zola
Especial
Para El Litoral

Los ciclos económicos son como la vida. Hay momentos de recesión y momentos de expansión, pero la diferencia es que en la ciencia que estudia la distribución de los recursos escasos para satisfacer necesidades infinitas muchas veces se pasa por alto el factor humano, la realidad cruda e inapelable de una persona que enfrenta la desdicha sin más armas que las propias manos para dar una batalla absolutamente desigual contra entelequias como “poderes concentrados”, “formadores de precios”, “la patronal”, etcétera.
¿Sabe la economía quién está detrás de Raúl, ese motomandado que llega un sábado a las 13, bajo la llovizna congelante, con la comida caliente que otros disfrutarán? Es imposible que la ciencia económica se detenga en las particularidades del caso por caso. Para eso están la política, la sociología o incluso la comunicación, que pueden, sino resolver, al menos exponer ante la mirada pública la vida de Raúl, su bebé de año y medio, su compañera desocupada y su piecita levantada en el patio trasero de una abuela generosa, pero tan pobre como todos ellos.
“Llegaste con el frío, gracias por venir”, le dice un cliente conmiserado a Raúl en el portón. El frío golpea los rostros de ambos pero el motocadete pareciera no sentirlo. Su cuerpo flaco y tieso está habituado al trajín inclemente. Celebra con una sonrisa los 100 pesos de propina y se autoconvence: “Esto es trabajo, no me quejo”. Se apea a la motocicleta, mira en el celular hacia donde irá con el pedido siguiente. Y avanza viento en contra. ¿Es un héroe? Para su familia sí, porque al cabo de la jornada llegará a casa con los pañales, el ibuprofeno y un alfajor blanco, de esos que tienen baño de merengue, que son los favoritos de Mabel.
Hay miles de Raúles y Mabeles. Y la economía lo sabe. Pero es una ciencia fría que busca soluciones en lo macro para aplicar técnicas de contracción o expansión según la época en que deban aplicarse los instrumentos de los que dispone para orientar los recursos hacia la calidad de vida general, que es su gran objetivo. En los últimos años (sino décadas), en la Argentina no se estarían cumpliendo esas metas del reparto proporcional, en un contexto cada vez más desigual, fragmentario y anómico.
La anomia es la falta de normas, de reglas de juego que al aplicarse equilibren las circunstancias de cada sector social de modo tal que aquellas minorías que ganan mucho no caigan en la tentación de acumular riqueza inmovilizándola en cajas de seguridad o paraísos fiscales. En la Argentina sucedió exactamente eso: por una cuestión cultural que algunos llamarán avaricia y otros simplemente ahorro, los sectores económicos que aprovecharon las ventajas del despertar pospandémico se quedaron con resultados exuberantes, mientras que otros (la mayoría) perdieron algo, mucho o todo.
Entre los que perdieron está Raúl. Su proyecto era estudiar una carrera rápida relacionada con la informática, en una universidad privada que proponía un horizonte laboral a mediano plazo. Pero la alcancía doméstica no dio para tanto y de pronto vinieron el covid, la cuarentena, la responsabilidad de formar una familia y la obligación de parar la olla. La cadetería motorizada fue la opción más viable porque ya contaba con la herramienta principal, su 110 en buenas condiciones de mantenimiento.
¿Qué alternativa propone la economía para que Raúl (los miles de Raúles y Mabeles) se integre en algún momento de sus años jóvenes al concepto de movilidad ascendente? Las teorías económicas también tienen su grieta, pues por un lado aparecen los liberales ortodoxos que pregonan la idea de concentrar energías en los generadores de empleo a fin de hacerlos cada vez más robustos, livianos de impuestos, libres de convenios colectivos, pródigos en laxitud para contratar (y despedir) empleados. Y en la otra vereda doctrinaria están los keynesianos, que abrazan el precepto de inyectar dinero en las bases de la pirámide social para estimular el consumo y beneficiar por carácter transitivo a la actividad privada, a través de un progresivo aumento de la demanda que se traduzca en la gestación de nuevos empleos.
Ambos axiomas se aplicaron en distintos momentos históricos, en una relación de intercalamiento que al final de cuentas demostró la necesidad de combinar herramientas de una y otra mitad de la biblioteca, con un actor hasta ahora no mencionado en esta columna: el Estado, principal sujeto obligado a cumplir con las premisas de crecimiento y desarrollo en tanto árbitro de las fuerzas de la economía.
La hecatombe coronavírica dejó en claro que sin Estado la tragedia hubiera sido mucho peor. Sin una estructura como la proporcionada por la Salud Pública y sin las campañas oficiales de vacunación, el número de víctimas (doloroso per se) habría alcanzado niveles estratosféricos. Eso además del IFE, las ayudas ATP para las empresas en crisis y las políticas de inversión pública que incidieron positivamente en la actualización salarial, dan la pauta de que en cualquier coyuntura, incluida la actual estampida inflacionaria, habrá un actor irremplazable que con regulaciones y liberaciones combinadas, simultáneas o estratégicamente sincronizadas, tiene la potestad de fortalecer a los sectores cuyas proyecciones de crecimiento sean más prometedoras, limitar a los núcleos privilegiados y proteger a los vulnerables que se cayeron del sistema como consecuencia de asimetrías no incontrolables, pero sí incontroladas.
No son lo mismo. Lo incontrolable no se puede evitar. Lo incontrolado en cambio puede ser controlado por una cabeza administrativa cuyo poder emane no solamente de las atribuciones constitucionales, sino también del convencimiento colectivo de obligatoriedad. Es decir, de la legitimidad que una autoridad alcanza cuando entra en sintonía con sus representados de manera tal que sus medidas se interpretan como necesarias, justas y eficaces. Ergo, cuando se obtienen resultados favorecedores tanto para las mayorías como para las minorías.
El punto en todo esto que el Estado nacional, en los últimos tiempos, se precipitó por una espiral descendente de acciones y decisiones inocuas. La desorganización administrativa es de tal magnitud que un ministro de Economía renuncia por las redes sociales, atacado por el ala dura de la coalición gobernante (a la que obviamente decía pertenecer), mientras el Presidente fiscaliza la pavimentación de dos cuadras en el conurbano bonaerense y la líder del movimiento, su vice, retorna a los silencios misteriosos que invitan a la siguiente especulación: cuando Cristina no habla, es que no está de acuerdo.
Y si la jefa indiscutida de la alianza oficialista no está de acuerdo, la figura presidencial sigue su franca devaluación en consonancia con el desastrado tipo de cambio. Alberto es, a estas alturas, un neutrocentro de imputaciones múltiples al que todos le achacan la responsabilidad del fracaso. Un “no presidente” que habla sin convencer, camina sin avanzar y proyecta sin creer. Frente a tan inmenso vacío de autoridad, la macroeconomía poco puede hacer para resolver la situación de Raúl.
Los miles de Raúles y Mabeles no tienen más que valerse por sí mismos. Salir a la batalla cotidiana sin el amparo de un Estado que no cumple con su función en la estratégica puja por la distribución de la renta nacional, que a pesar de todo sigue siendo cuantiosa.
Para Raúl, Mabel y sus análogos, la única opción es resistir, sobrevivir y esperar el advenimiento de un nuevo proyecto político que, de izquierda o derecha, heterodoxo u ortodoxo, sea investido con los poderes necesarios para reiniciar la maquinaria institucional. En esta instancia dramática, la orientación dogmática del que venga es un dato aleatorio, pues las ideologías aparecen subalternizadas por la realidad distópica de un país misterioso, que lo tiene todo para triunfar, pero que conforme pasan las décadas sigue sin lograrlo.

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