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Sin casta, pero rumbo a una noche polar

Por El Litoral

Domingo, 08 de octubre de 2023 a las 01:00

Contra la casta, hasta donde la libertad se lo permita, parece ser un leitmotiv para Javier Milei.
La relevancia absoluta que la nueva derecha le otorga a la libertad no es ya una cuestión abstracta en la Argentina. Un representante de esa visión ideológica, que tiene serias chances de convertirse en presidente, la eleva e idolatra, hasta el punto de convertirla en una consigna obsesiva.
“El argumento de los nuevos salvadores de la patria -dice el licenciado en Sociología y columnista de Perfil Eduardo Fidanza- convertido en una fórmula sencilla, al alcance de las masas, dice: un estrato privilegiado – al que denominan “la casta”– somete a la sociedad, condenándola a la desgracia económica. La opresión consiste en haberles sustraído a las personas un bien inalienable: la libertad individual. El Estado conculca la libertad. El mercado la restablecerá. Y esa será la llave de la felicidad”.
Los argumentos que fidanza esgrime en su escrito hablan de que, aplastar el bien común, en definitiva, sume a la política en una noche “polar”.
“No puede sorprender que -agrega- en condiciones de sufrimiento y hartazgo, ese argumento gane cada vez más popularidad en amplias franjas de la población. Crece en tierra fértil y desnuda la crisis de representación de la democracia, que es global y ahora explotó en el país. Los políticos se ocupan de sus intereses materiales, desatendiendo las demandas de aquellos que los eligieron. Así, la clase o el pueblo son explotados. Durante décadas, esa anomalía fue uno de los aspectos de la crítica ineficaz de la izquierda argentina al sistema, porque la representación popular, mal o bien, la ejerció el peronismo. Hoy es el ultraliberalismo el que parece tomar la posta, impulsado por TikTok, los jóvenes sin futuro y millones de defraudados. Los republicanos, que se dedicaron a pelearse entre ellos y a defender las instituciones en abstracto, corren de atrás en esta presunta transición de la representación política.
Esa mudanza despierta muchas dudas. Quisiéramos detenernos en una: si el proyecto libertario se compagina o no con “la naturaleza de las cosas”, que era el principal recaudo de Juan Bautista Alberdi para evitar las abstracciones cuando diseñaba las bases de la Constitución. Este héroe de los libertarios, que ellos malversan para sus fines, creía, con lucidez, que no es la legislación la que instaura las costumbres, sino, al revés, son las costumbres las que deben orientar al legislador. La cultura va por delante del derecho y la ideología. Violentarla es un error típico de los extremismos. A propósito, por qué las clases populares no tomaron las armas en los 70 es un caso paradigmático. Puede preguntarse ahora por qué los argentinos desengañados adoptarían el ultraliberalismo, aunque en veinte días vayan, con justificado enojo, a votarlo.
Pero hay más. Si comparamos a los libertarios vernáculos con sus parientes de otros países, encontraremos una ausencia en su discurso: cualquier apelación a la comunidad nacional. En esta narración, en nombre de la libertad no solo se demoniza al Estado, sino que se suprime el valor cultural de la nación. Todos conocemos las atrocidades del nacionalismo, pero aquí se habla de otra cosa: cuando millones de argentinos salen pacíficamente a celebrar el triunfo deportivo, subyace la idea unificadora de nación, como comunidad de destino, como lengua común, como costumbres, recuerdos, ilusiones, éxitos y frustraciones compartidas. Nuestros libertarios parecen ajenos a esto; lo suyo es la utopía de la libertad y la idolatría del mercado, desgajados de la cultura y de la historia.      
Arriesgaremos que pretender instaurar el mercado despreciando estos valores es hacerles trampa a los argentinos, aun con sus defectos e insuficiencias. De nuevo Alberdi: la libertad debe compatibilizarse con el estado nación, porque ambos son fundamentos de la república. En el preámbulo del texto alberdiano se lee: “Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina”. Imaginemos el prólogo de una distópica Constitución promulgada por los libertarios, que dijera: “Nos, los representantes de los individuos que compiten en el mercado”. Un introito que suena cómico, si no fuera trágico. El vaciamiento de la idea de nación y del rol del Estado en la sociedad es un costo altísimo que tal vez no adviertan los que por ira les den –esperemos que no– el poder a los nuevos fanáticos. Probablemente les espere a sus votantes una fenomenal anomia”.

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