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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Cuando el relato se despresuriza, cae vertiginosamente

Siempre dijeron, el lograr alturas permite un mayor horizonte. Siempre aspiramos a verlo todo, como una forma total de observación y logro.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Me impresionó por sincero, alguna vez, el instante en que la veracidad hace su propia realidad, dura pero aguda, expresada por un hombre político de ética por costumbre: “Chino” Navarro, cuando reivindicó un principio de impacto certero pero racionalmente sincera.

“Tenemos que entender que perdimos. Si están enojados, los felicito. No nos quita a nosotros el hecho de estar satisfechos.” La satisfacción siempre es una situación que como un vuelo, cambia de altura, se larga en picada, no queda quieta porque es dinámica. Y, otra cosa, depende de qué lado estemos acomodados, porque como la “taba”, aunque en el aire depende cómo caigamos.

Asimismo, cuando la mentira se “despresuriza”, debe dejar las alturas y buscar a ras del suelo para arrastrarse y ya no volar.

Un discurso de la vicepresidenta la semana pasada en Río Negro dio por tierra lo que aventó el relato en su virtud natural de inflar las cosas, con tal de ser notorios y todos se den por enterados, y sin logros visibles que tuerzan el timón.

A propósito, aludiendo a ello, el periodista Francisco Juerguen, dice en su artículo “El relato se derrite”, uno, porque no da para más cuando se choca la realidad cotidiana de cifras extralimitadas, generadoras de pobres y desasosiego de mercados y bolsillos encogidos.

Y amén porque ese “caballito de batalla” está agotado, porque el gesto no puede ser otro, ya que no se trata de un desastre, sino de una catástrofe que se contradice con los slogans del principio.

En una conferencia que el escritor argentino Julio Cortázar pronunciara en la ciudad de Madrid (España), en 1981 sobre las palabras, en que el autor asevera con título tan devastador como “derretirse” un denominador común de gran contundencia: “Las palabras se gastan”, concluyendo su alocución de forma clara y precisa:

“La tecnología le ha dado al hombre máquinas que lavan las ropas y la vajilla, que le devuelven el brillo y la pureza para su mejor uso. Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar y que esa máquina es su inteligencia y su conciencia, con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan. Sólo así lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra.” Y, agrego el texto que es la columna: 

“Sin la palabra no habría historia y tampoco habría amor; seríamos como el resto de los animales, mera sexualidad. El habla nos une como parejas, como sociedades, como pueblos. Hablamos porque somos, pero somos porque hablamos…”

Todos nos hacemos ilusiones, y es lógico, cuando la extensión de la mano no alcanza para tocar las monedas en el fondo del bolsillo, ya no llegamos. Estamos muy mal acostumbrados a prometer lo que no cumplimos.

A las palabras aunque gastadas o derretidas cuando forman el relato, las seguimos escuchando como si fueran verdaderas, cuando todo es imaginado, ficciones para aguantar.

Son como las ropas militares, mimetizadas para confundirnos con el follaje, pero en realidad no somos vegetales. Somos seres humanos que nos la creemos todas en vías del fanatismo solapado.

No se puede, al final del camino de la administración del poder, salir con improvisaciones que cuestan y mucho. Carecemos de entidad. No somos creíbles. No tenemos crédito, pero no del FMI, más simple aún, nos cerraron la libreta en la almacén de la esquina, porque quién es el valiente que se anima a tanto cuando no hay dinero, ni vale para nada.

Dante Panzeri, que ha sido un maestro del  periodismo y no se la guardaba nada, acentuaba siempre: “Hay una sola cosa absoluta, inflexible en periodismo: Nunca mentir.

En ese punto no hay cosas particulares que marquen la excepción a la norma. Por mentir interpretamos siempre lo que nuestra conciencia no dé por cierto, puesto que es sabido que no hay ninguna verdad definitiva.”

No hace mucho, Sonia Decker se hizo notoria por una nota de “Aquí opinan los lectores” que titulara: “La ira de los mansos”. O, sea, quienes en silencio reciben “bofetadas tras bofetadas”, y ni cobran “jubilación privilegiada”

De la mitad al final de su bronca, dice: “Nadie cree en la Justicia populista por más esfuerzos que hagan los jueces honrados para defender la Constitución. Los votos de los miembros del Congreso nos dan pavor a pesar de que los elegimos para que resuelvan nuestros problemas. La inseguridad nos aterra, nos mutila y deshace nuestras familias. Y mientras tanto, seguimos escuchando estos sainetes y peleas inútiles a diario, que son producto de la inoperancia y la hipocresía absolutas de estos gobernantes sordos que solo se preocupan por mantener su mínima porción de poder y su sustento de por vida. Estamos hartos. Sépanlo. Y, cuídense de la “ira de los mansos”.

Cuando se gastan las palabras. Cuando se derriten los relatos. Queda solamente la verdad, dura pero real. Hemos perdido un período gubernamental, discutiendo, escrachándose solamente entre ellos, dando una muestra cabal de lo que no se debe hacer.

No queremos discursos. Exigimos resolución. Ejecución. Personas idóneas. Capaces y sensibles. No patrioteros, lejos de consignas. Sino solamente el país como meta, despojados de todo el circo que engaña y solamente dibuja una vacía realidad mágica.

Cuándo vamos a ser ciudadanos verdaderos y preocupados. Críticos, de responsabilidad civil. Ojo, que “los mansos” alguna vez pierden la paciencia, y con razón.

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