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Historias que contribuyen con el patrimonio cultural de sus Cementerios

Especial para El Litoral

Este trabajo investiga la historia de los cementerios de la ciudad de Corrientes, desde el siglo XVI, desde los enterratorios en las iglesias elegidas por el patriciado conquistador, pasando por el primer cementerio público, el de la Cruz de los Milagros abierto bajo los tiempos rivadavianos y colmado y clausurado después de la Guerra del Paraguay, hasta llegar al actual cementerio público habilitado tras la fiebre amarilla de 1870.
“Son años de recorridos minuciosos por las avenidas y galerías del San Juan Bautista registrando nombres, fechas, apuntando epitafios, recolectando información, entrevistando, fotografiando, revolviendo papeles, tomando notas, apuntando anécdotas e historias. Investigando. Son interminables mañanas o siestas de invierno en la soledad umbría de los pasadizos más antiguos del cementerio más viejo de la ciudad deteniéndonos ante cada detalle curioso de una arquitectura funeraria perdida para siempre en los usos y costumbres de una sociedad que olvida a sus muertos y evita a la ciudad silenciosa de túmulos y mausoleos”, dice a propósito de su obra, el autor González Azcoaga.
En el libro se exponen historias, mitos, leyendas urbanas, genealogía, biografías, acompañando las fotografías -tomadas por el mismo autor- de mausoleos, bóvedas, enterratorios de ilustres o ignotos ciudadanos, de expectables figuras de la ciudad como notables desconocidos, sepultados en uno de los cementerios del interior del país que guarda un valioso caudal de piezas artísticas y arquitectónicas cuya promoción y difusión constituyen una deuda pendiente para su sociedad.
“Apenas traspasado el peristilo, lo primero que aparece en la enfilada avenida principal de la necrópolis, es La Dolorosa de Carpentié, fechada en París en 1909, traída para sellar la cripta de los Fonseca sobre un sencillo túmulo de mármol de Carrara y granito que sirve de basamento a la imponente escultura. 
Más allá, impacta la vitalidad de un cuadro en tamaño natural, el conjunto escultórico que recrea a María Mantilla consternada ante la muerte, en el lecho romano, de su esposo Juan Vicente Pampín, obra de los Goñi, aquellos marmoleros destacados que tuvo Corrientes a principios del siglo XX y que merecieran ser recordados especialmente por esta obra que la Academia Nacional de Bellas Artes incluyó en su informe, escueto, sobre el cementerio de Corrientes.
Cerca de ella, otras dos criptas hacen gala de esculturas en medidas naturales: las de Romero Fonseca y de Pujato, donde los ángeles acompañan mudos y quietos las vidas pasadas de los que duermen el sueño eterno esperando el toque de las trompetas del cielo en el apocalipsis final.     Cerca, la cripta de Mariano Llano y un conjunto escultórico en el que converge un neoclasicismo barroco propio de esta familia.
La firma de Forastie, disimulada, aparece en obras de menor impacto pero trascendentes al fin y la de Perlotti en el Cristo Resucitado del mausoleo de reminiscencias egipcias, de los Vidal, tal vez la única bóveda en todo el cementerio que tiene una ley nacional que la declara Sepulcro Histórico”.
Cual columbarios romanos, aunque sin cenizas, pues guardan los restos completos de correntinos notables o ignotos, las nicheras laterales rodean desde tiempos primigenios el patio más antiguo del segundo cementerio público de la ciudad. Allí están expectables y olvidados ciudadanos entre el polvo, el moho y el epitafio sentido que se desdibujó con el tiempo. 
Personajes ilustres de la ciudad aldea. Don Fermín Félix Pampín, fundador de la familia e insuperable cronista de la historia que vivió en la Corrientes de la primera mitad del siglo XIX. El doctor Cunha, que acompañó el retorno de las Cautivas y Encarnación de Atienza de Osuna, cuyos restos fueron exhumados de uno de los ruinosos nichos para ser llevados en el 2007, al Mausoleo de la Merced.
Instalación de cementerios
El primer cementerio de la ciudad de Corrientes se instala al lado de su primera Ermita, ubicada donde hoy es parte de la Casa de Gobierno y su lugar contiguo la Legislatura. Esto es en 1588. 
El 23 de marzo de 1826 Pedro Ferré aplicaba severas sanciones a quienes no daban cumplimiento al decreto del 6 de enero de ese año, el que prohibía enterrar a los muertos en las iglesias. Complementando esa medida, simultáneamente Ferré había resuelto la instalación de Cementerios públicos en reemplazo de los particulares que tenían los curas párrocos en los conventos cerca de sus respectivas iglesias. Desde 1826 hasta 1871 en el Solar de la Cruz funcionó el cementerio de la ciudad, hasta que se inaugura el San Juan Bautista, que viene a suplantarlo. Se produce un traslado de bóvedas al primer patio del nuevo cementerio y más tarde a los otros patios cuyos terrenos fueron donados por Sebastián Durán, hijo del famoso español José María Durán, quien puso en marcha el primer Astillero de Corrientes por el año 1790. Algunos terrenos donaron los Durán, y entusiasmado un Intendente terminó expropiando a esta generosa familia la totalidad de los mismos donde hoy se asienta todo el Cementerio.
Su primer patio conserva invaluables testimonios arquitectónicos y escultóricos que enriquecen el patrimonio cultural de la provincia, la región y el país. En este cementerio se encuentran además los restos de expectables vecinos, ciudadanos ilustres, figuras históricas y relevantes personalidades lo que ha motivado todo en su conjunto la sanción de la Ordenanza N 5049/09 que declara el primer patio del Cementerio San Juan Bautista de la Ciudad de Corrientes  “de interés patrimonial e histórico y arquitectónico”.    Cuando el Cementerio de La Cruz clausura sus instalaciones, algunas de las familias más acaudaladas decidieron trasladar los monumentos y los restos de sus seres queridos a este nuevo lugar. Así, los visitantes llegan hasta uno de los primeros panteones. El de la familia Díaz de Vivar, que resguarda los restos de Justa Díaz de Vivar, quien fuera la primera mujer correntina que llevó la pintura y el arte a importantes museos.
Muy recordada es una visita guiada que efectuó el  Licenciado Alexis Dabat al narrar un drama de amor frente al panteón de la familia Dante. “En 1920 Sarita se enamora de un hombre que no estaba, para la sociedad de la época, a la altura del prestigio social de su familia”. La joven tenía 15 años, hija del Coronel Desiderio Dante y enamorada de un soldado del regimiento de infantería 9, surge la negativa a su relación. El soldado fue reubicado en la provincia de Formosa. Sin embargo, y por esas cuestiones inexplicables de la vida “Sara decide tomar un veneno y morir por amor”. Ella en sus exequias fue llevada en un ataúd blanco, vestida de blanco y en una carrosa blanca para demostrar que había muerto en la pureza virginal”, dijo el guía. Un año después, el enamorado regresa de Formosa y la vista en el panteón dejando una placa de mármol rosado con la inscripción “holocausto”, porque “ella había muerto en holocausto de amor”, aseguró”.
Del libro de Miguel 
Fernando González Azcoaga

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