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El opio digital

Por Gabriel Zurdo *

Publicado en Clarín

Más oportuno que nunca citar al querido Jorge Luis Borges: “El futuro no es lo que va a pasar, sino lo que vamos a hacer”. Y es porque el futuro se torna borroso, por lo menos desde la perspectiva de la inserción de la tecnología en la vida cotidiana y la inocultable ausencia de controles.

La estrella del momento, sin dudar es ChatGPT, un bot conversacional que permite realizar cualquier tarea o trabajo redactado, que un motor de Inteligencia Artificial (IA) pueda mantener charlas coherentes y fluidas e incluso ayudar a desesperados alumnos a aprobar sus exámenes y trabajos prácticos es una realidad.

Aun desconocemos los límites de la IA y de ChatGPT, pero podríamos suponer, por lo visto hasta ahora, que esta tecnología tendría la capacidad de inferir los pensamientos y deseos de otras personas y aprovecharlo para interpretar y predecir sus conductas.

Nuestros sondeos indican que el 10% de los estudiantes podrían hacer trampa al pedirle a la herramienta que escriba sus tareas, pero con un aditamento “simpático” y “peligroso” al mismo tiempo: escribirlo como lo haría un nene de 14 años e incluir errores de ortografía.

Si hay algo que caracteriza al ser humano es su capacidad imaginativa, tan necesaria para pensar en el futuro. Debemos preguntarnos cómo gestionar y controlar la utilización de este tipo de tecnología, ya que no solo se repetirán situaciones, sino que van a tornarse una constante.

La aplicación Paperpal reescribe textos de una forma más académica, con un formato propio de una universidad de prestigio global; Plagiarism Remover es otra utilizada frecuentemente para validar y asegurar que el texto de un escrito no sea igual a algunas de las frases utilizadas en la bibliografía fuente.

Otro ejemplo: Quillbot, podría utilizarse para evitar que sea evidente que copiaste un texto de ChatGPT, ya que permite parafrasear todo lo que generado y lo reescribe de un modo diferente, de tal forma que ninguna plataforma va a ser capaz de identificar que se hizo con la app.

En estos casos solo se trata de aplicaciones orientadas a utilidades conversacionales, pero existen decenas de otras pensadas y diseñadas para el resto de los estamentos de nuestra vida profesional y personal.

El presente y futuro relativo a cómo usar estas herramientas son una incógnita. Esta es la sociedad que no se cansa de consumir entretenimiento, que se nutre con toneladas de información sin verificar -probablemente errónea- y todo tipo de juegos; todo en sus formatos más brutales. Las fake news y la desinformación son ya innegables pero difíciles de identificar y el juego, todos los juegos, cada vez más adictivos, a la mano y más cercano.

Las redes sociales son el espejo de como vivimos: superficialidad y berretismo por doquier. Ficción basada en “filtros” y un nuevo formato de vida emparentado con el “opio digital”, la ley del mínimo esfuerzo y máximo beneficio y de “solo hago lo que me gusta, sino nada”, por ende, ansiedad e insatisfacción, que al final del recorrido, son moneda corriente.

Agendar una reunión virtual con otras cuatro personas, y no poder participar por razones de fuerza mayor, implicará pedirle a un asistente virtual que participe por nosotros, que grabe la sesión, que genere un resumen en texto y luego ¡prepare una presentación con gráficos de barras!

¿Quién no ha participado de una conversación que invita a minar Crypto? “Invertí en Bitcoin, no es necesario trabajar”. Esta sociedad postula estar a la vanguardia de estas propuestas con profundas contradicciones cuando quedan en evidencia los cuestionamientos respecto del conflicto ecológico, porque minar solo es posible consumiendo un enorme caudal de energía eléctrica, que en la gran mayoría de las ocasiones aun es generada por combustibles fósiles.

Los cálculos necesarios para “producir” criptomonedas demandan enormes cantidades de energía y muchos nos preguntamos ¿cuál es el sentido de tremenda infraestructura y emisión de carbono para que luego de 160 quintillones de cálculos por segundo, o sea, 160.000.000.000.000.000.000, se genere una criptomoneda?

Además, según el punto de vista, no están realmente haciendo ningún trabajo útil, son solo cálculos que no sirven para ningún otro propósito, que se descartan inmediatamente y el ciclo comienza nuevamente, generando un registro digital de un valor hipotético. De facto el Bitcoin usa más energía que toda la Argentina. Es más, si BTC fuera un país, estaría entre los 30 que más consumen energía.

Poner a una máquina a trabajar por nosotros, que haga la tarea escolar o académica, que tu entrevista laboral esté a cargo de un bot, que te diga qué calle tomar cuando manejás, que te asista para pedir un taxi, que tu ejercicio de memorización cotidiano sea delegado a Google y tu smartphone; parecen costumbres irrenunciables que la sociedad acepta y adopta y que podrían, a futuro, comprometer nuestra capacidad cognitiva o de discernimiento.

No podría cerrar de otra forma esta mirada negativa y borrascosa, que en realidad intenta ser reflexiva, convocando nuevamente al genial Borges, “La duda es uno de los nombres de la inteligencia”. Esta nueva forma de inteligencia y la dependencia tecnológica parecen no tener ni generar dudas, veremos si tiene futuro.

CEO de BTR Consulting, 

especialista en riesgo 

tecnológico y negocios 

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