n Florencia Guiñazú (30) jugaba al fútbol, una de sus mayores pasiones. Era mamá de dos chicos pequeños y trabajaba como tatuadora. Acababa de cumplir 30 años, una semana antes de ser asesinada por su marido.
Este último sábado por la tarde, un cartel escrito a mano dio el primer indicio de que algo grave había ocurrido. "Llamen a la policía que los niños están solos", podía leerse en el cartel pegado en la puerta de su casa, en un complejo de departamentos en la localidad de Las Cañas, en calle Bombal al 300 de Guaymallén, Gran Mendoza.
Era mamá de una nena de 5 años y un varón de 7 que fueron testigos de la violencia que su papá ejercía hacia ella. La joven había denunciado a su pareja por violencia de género en noviembre del año pasado. Pero habían vuelto a vivir juntos.
Un vecino encontró solo en el living de la casa al nene jugando con una consola de videojuegos. Tenía hambre. Golpeaba a la habitación de sus padres pero nadie respondía. Estaba cerrada con llave por dentro. La nena, la menor de los hermanos, se había ido a la casa de su abuela.
Florencia dedicaba su tiempo libre a los deportes: jugaba al fútbol, practicaba rugby y hacía crossfit.
En sus redes sociales, compartía su pasión por la naturaleza. Había nacido en la localidad de La Consulta, en el Valle de Uco mendocino, un pueblo tranquilo rodeado de viñedos, árboles frutales y con las imponentes montañas del Cordón del Plata, muy cerca.