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Aixa Rava o “Cuando ya no existen los bordes de las cosas”

Nació en Tierra del Fuego, en 1982. Profesora en Letras, escritora y directora del sello de libros ilustrados Tanta Ceniza Editora. En 2022 obtuvo las becas Can Serrat y Faberllull para participar de las residencias de escritura de El Bruc y Olot (Cataluña). Publicó los libros de poesía Barda (Buenos Aires Poetry, 2014), La luz no se corta como el papel (Ediciones con doble zeta, 2016), Los sitios de mi cuerpo (Añosluz Editora, 2019), En el patio crece una planta rosario (Qeja Ediciones, 2021), Sobre esta misma nieve (Esdrújula Ediciones, 2022) y Godai. El libro de lo manifiesto (Ediciones Liliputienses, 2023; Caburé Libros, 2024).

Sabado, 27 de septiembre de 2025 a las 13:35

El asaltante nos trae voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acerca, además de poemas, su visión de la poesía.

 

Poética
¿Cómo considerar positiva la ausencia? ¿Cuál es el lugar creador de lo negado? Quizá estas preguntas sean un punto de partida —o de llegada— al recorrer el tramo de urdimbre que el hilo de la poesía teje en la obra de Aixa Rava. A través de todos sus libros, como en los puntos de un tejido, es el vacío lo que las hebras han delimitado, para dar carne a una piel, a una corteza, a una configuración del mundo. Las hebras son aquí la escritura y los poemas, lo que queda urdido. Urdido como un plan, como un plano, como una superficie. Poemas urdidos como un mapa, con manos que recortan, trazan, delimitan. Con bocas que besan, que engullen, que vomitan. El cuerpo es el origen. También el origen de una geografía en guerra. De la isla. De la isla en guerra. Porque lo aislado es materia que lucha por los límites. Que suelta y se deja soltar. Que se aferra y no renuncia. Que destruye y reconstruye en el vaivén sobre el vacío, sobre la franja diminuta que separa las moléculas, las respiraciones, los versos, los cuerpos de carne y de palabra. Todo es isla, finalmente, alrededor del vacío.
Para entenderlo mejor, es necesario entramar un recorrido. El recorrido de la memoria, “como un gusano que una y otra vez / pisa el rastro de sí mismo”. La memoria es, en la obra de Aixa, una espiral que puede ir del Barrio Gótico a un zócalo de la vereda en la infancia, al movimiento de un estomago convulso. O pendular entre dos libélulas muertas, Buenos Aires – Río Negro – Buenos Aires. O llevar, adentro de un penique, los ojos verdes del amor. La memoria está repleta de detalles familiares: nombres de plantas, pequeños accidentes, manos que amasan o acarician, caligrafías prolijas, un repasador con frutitas estampadas. Pero los detalles no son estáticos: trazan líneas, rectas o curvas sobre el tiempo, determinan sus velocidades, componen y descomponen el mundo en una dinámica imprevista. Viajan. El viaje de los detalles de un cuerpo vivido, siempre en potencia.
(Cecilia Perna, “El experimento Godai. Crear un mundo desde el vacío”, Revista Ruda, 2025).


MUESTRARIO MÍNIMO

El ritmo de la segunda primavera 
esa temporada de vuelo migratorio 
de espacio cielo abierto
de cuerpo que se muda.
El aire tercia la luz sobre las hojas 
mi mano avanza, tu boca tiembla. 
Nadie detiene esta caída.


Golpear sin pensamiento ni forma 
llevada por el impulso de lo que no 
me atrevo a nombrar.
Me mostraron la sumisión 
me dijeron que fuera dócil 
que sonriera, no demasiado. 
Ahora piden que sea fuerte. 
Mi forma repite otra forma.
Me desconozco.


El golpe del curso del agua
dócil el remo lo sigue como un eco; 
no se dirime en esta tarde la batalla.
¿Era esto el río 
o es mar el que me lleva?
¿Sabré esta vez entregarme a la marea?


El golpe centella
rompe la vista como esa llama 
que no se espera,
mata y deja en la res
una marca tibia que apenas 
se percibe a contraluz.

¿Hay en la breve agonía un impulso de goce?
¿Hasta dónde llega el deseo?
¿Me sobrevive?

Creí que nunca confundiría tu tacto 
y de repente
una mosca prende a mis labios 
cosquillas sucias mientras me apago.

El golpe de las hojas carmesí 
construye una imagen del desarme: 
me encuentro sentada en la orilla 
con las manos vacías.

***

El cuerpo en lugar del sable 
el cuerpo en lugar del nombre 
el cuerpo en lugar del signo 
el cuerpo en lugar del cuerpo 
el otro en lugar de uno
el uno en lugar de cinco
el puerco en lugar del hombre 
el hombre en el lugar mío.

***

Apuñalar el corazón
como si fuera lo único que mereciera morir.

***
El golpe único

ese que abre al silencio.

Estos ocho poemas pertenecen al libro Godai. El libro de lo manifiesto. Forman parte de la segunda parte del libro “Manuscrito del Agua o Libro de lo que fluye” y el primer verso de cada poema es una posición de guardia/golpes que Miyamoto Musashi recoge en su manifiesto sobre el agua (o enseñanzas sobre la fluidez) de su Libro de los cinco anillos, con el que dialogo en todos los poemas de mi libro.

 

Esta es la forma de la forma

Con ojos de ver, escribe Liliana.
Y un extrañamiento me separa de esa imagen 
como si no supiera, justo yo, no supiera
que pueden los ojos no ver.

Los contornos de las cosas pueden desaparecer 
pero sólo cuando eso ocurre necesitás acercarte 
casi pegar la nariz.

¿Cuál era el encanto de la lejanía,
ese brillo ondulante que me hacía desear?

Cuando ya no existen los bordes de las cosas
y todo es forma informe que se mueve o queda quieta
cuando no hay manera de mirarse el fondo del ojo en el espejo 
cada pelito porfiado del bigote
y en una jornada extenuante se pasan 
como nada quince erratas
es momento de llanto.

Los ojos de ver se adaptan sin cálculo notorio 
a la sorpresa, al cambio brusco.
Convergen los ojos de ver:
nunca replican la casita en la colina.

Yo tuve, en cambio, ojos esforzados, voluntariosos 
ojos que adivinaban con escasa puntería,
ojos temerosos de pelotas de cancha,
de objetos del aire, pero ojos fieles, ávidos, 
ilusionados, ojos lectores que son
los más propicios para la imaginería y la supervivencia.

Cuando me dieron los ojos de ver,
lloré, y una enfermera me cortó de un grito el júbilo.
¡No se llora en el estreno de los ojos de ver!
Con el uso, con el tiempo, con las cicatrices sanas
se llora
porque los ojos de ver
tienen las mismas pesadumbres que los otros.
 

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