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Sargento Eduardo Romero, el curuzucuateño que se perdió en el cielo acompañando a Newbery


n Para la Navidad de 1907 regresa a Buenos Aires el joven millonario “snob” y “sportman” Aarón Anchorena, quien desde muy joven sintió inquietud por el automovilismo y la aviación, llegó trayendo su majestuoso globo aerostático “El Pampero”, la gran novedad en el ambiente “chic” y entre los militares que ya habían preparado una pista en el Aero Club de Belgrano. Su hermano Jorge, Presidente del Aero Club, se aficiona rápidamente a los vuelos en aeroplanos, y una mañana se sube al globo, hace soltar amarras y cruza el estuario del Plata hasta Colonia en un vuelo que electriza a todas las familias encumbradas y entusiasma a los militares. 
    Pero Eduardo Newbery que fue un odontólogo argentino y piloto de aerostato de ascendencia estadounidense, uno de los pioneros de la aviación argentina junto con su hermano Jorge Newbery, planea una hazaña más audaz acompañado de su amigo Tomás Owen. 
    El 17 de octubre de 1918, al oscurecer, están en el Parque aerostático algunos amigos, su hermano Jorge, el Ministro de Guerra Ing. Macías, muchos curiosos y un Sargento curuzucuateño que traía de “El Palomar” una canasta con 10 palomas mensajeras. Se hicieron las 18 horas y Owen que no llega. Entonces el joven e impetuoso Sargento Eduardo Romero, no calculando los riesgos, se ofrece para acompañar a Eduardo Newbery.     Sueltan las amarras y el enorme globo (esa canasta sin alas) se eleva majestuoso hacia las nubes rumbo al S-E, perdiéndose en las sombras. Eduardo Romero hacía su bautismo y responso. La multitud se fue dispersando y al día siguiente todos preguntaban si había noticias. El único vestigio fue la vuelta de una paloma exhausta, pero sin mensaje. Los dos viajeros hacia la gloria y el misterio, contaban con 30 años Eduardo Newbery y Eduardo Romero, con 39 años de edad. 
     El humilde y modesto sargento había nacido en un barrio de Curuzú Cuatiá el 7 de octubre de 1869 y se lo bautizó el 23 de abril de 1870. Era hijo legítimo de Eugenio Romero y de Petrona Pabla Cristaldo. El padrino fue Cipriano Alderete. 
       En 1922 una mujer entrada en años golpeaba las puertas de los pudientes pidiendo para su sustento, viuda, abandonada a su suerte, desamparada de las autoridades nacionales y provinciales. 
    La Municipalidad, carente entonces de recursos, recién en octubre de 1958, era Intendente Emilio Cattaneo, un hombre amigo del Presidente Arturo Fronsizzi, le da el nombre de Sargento Eduardo Romero a una plazoleta junto al antiguo Mercado. En el 85° aniversario de la desaparición del héroe vernáculo, esto es en el año 2002, se restablece su nombre a la Plazoleta emplazada en la intersección de las calles Caá Guazú y Gobernador Gómez. 
    Lamentablemente, el busto que un escultor “poco serio” le endilgó a la Municipalidad, allá por 1980, lo muestra a Eduardo Romero viejo y enjuto. Como si hubiera sobrevivido y llegado a avanzada edad.
    Los restos del aerostato y de sus dos tripulantes nunca fueron encontrados. En 1916, Bradley y Zuloaga, ambos precursores y beneméritos de la aviación argentina, pudieron rendir tributo a esos aventureros gloriosos despegando en Santiago de Chile y aterrizando en Uspallata, en un globo que llevaba el nombre de Eduardo Newbery. También al curuzucuateño Eduardo Romero lo han recordado con la misma emoción que a Eduardo.
    Los aeronautas Zuloaga y Bradley hicieron varias ascensiones en Chile, una más exitosa que otra, pero no encontraban el viento propicio que los llevase hacia el Este, hacia la Argentina, en la altura que requería el cruce de la cordillera. Y esto se debía a la deficiente calidad del gas empleado hasta ese momento, que no tenía el suficiente poder ascensional.     Así pasaron varios días. El 24 de junio de 1916, a las 8,30 horas, el globo, esta vez inflado con buen gas, mitad hidrógeno y mitad gas de alumbrado empezó a tomar rápidamente altura. 
El aeróstato “Eduardo Newbery” fue alcanzando 8.000 metros, a medida que era desplazado decididamente hacia el Este. La difícil prueba fue realizada en forma brillante, no sin que los intrépidos aeronautas tuviesen que arrojar al vació todo el lastre, víveres y armas, y quedarse solamente con sus ropas, las máscaras de oxígeno y el barógrafo sellado fiscalizador de la prueba suspendido arriba de sus cabezas, en el aro del globo. 
    Después de 3 horas y 30 minutos de vuelo y haber sufrido en la barquilla de mimbre abierta, que se conserva en el Museo Nacional de Aeronáutica, temperaturas de 33º bajo cero, aterrizaron en el valle del río Uspallata, provincia de Mendoza, al borde de un precipicio.
    La hazaña de Zuloaga y Bradley fue festejada como una proeza de jerarquía mundial, el cruce en globo por entre el Aconcagua y el Tupungato y a alturas superiores a estos picos. Los argentinos y los chilenos los honraron con la alegría y nobleza que la epopeya merecía. Eduardo Bradley y Ángel María Zuloaga pasaron a ser los ídolos de la nación. 
    Todas estas experiencias arrancaron con la proeza y entusiasmo de  Eduardo Newbery y el intrépido y corajudo curuzucuateño Sargento Eduardo Romero. 
 

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