n Con velocidades supersónicas, la evaporación de las últimas gotas de prestigio que le quedaban al ex presidente Alberto Fernández va camino a convertirse en una cancelación vitalicia. A menos que pueda demostrar lo contrario, las fotos de su ex cónyuge salvajemente golpeada junto con los chats filtrados de la causa judicial iniciada a partir de la denuncia radicada por la víctima anticiparon la peor de las condenas que pueda merecer una figura pública: el escarnio y la demonización.
Alberto llegó a tener el 80 por ciento de imagen positiva en el comienzo de la pandemia, pero su buena estrella comenzó a apagarse bien temprano. Primero como consecuencia de una cuarentena demasiado estricta que impidió a miles de personas despedirse de sus seres queridos durante la mortandad covidiana y luego, un año después del encierro decretado por él mismo, jalonada por la fiesta clandestina cuyas fotos desnudaron su perfidia.
El cumpleaños de Fabiola Yáñez se festejó en forma colectiva en la Quinta de Olivos mientras, por decreto presidencial, se mandaba a detener personas que salían de sus hogares para trabajar o hacer deportes. La prohibición fue tan asfixiante que la divulgación de las imágenes de un Alberto sonriente, junto a los comensales de aquella noche, destruyeron su credibilidad para siempre.
Desde ese momento toda su gestión entró en plano inclinado y ni los intentos de Sergio Massa por remontar la economía lograron recomponer una administración quebrada por internas palaciegas entre el presidente y su vice, Cristina Fernández de Kirchner, quien se sumó a la catarata de expresiones reprobatorias en las redes sociales, con una frase que definió la conducta de Alberto como la confirmación de “lo más sórdido y oscuro de la condición humana”. Eso y una tonelada de estiércol es lo mismo.
En las últimas horas Fabiola Yáñez finalmente habló para los medios. Simplemente confirmó lo que se daba, al admitir que los golpes y amenazas existieron, que su verdugo fue el mismo al que conoció como profesor hace 14 años y que los videos obtenidos del celular presidencial en los que al propio Alberto filma a la panelista Tamara Petinatto en una situación romántica “no son nada comparados con lo que hizo este hombre”.
El cono de sombras que se cierne sobre Alberto Fernández pareciera no tener retorno. Están los golpes, están los chats y está el testimonio de la mujer que hasta hace pocos meses seguía a su lado como compañera de vida con el escabroso detalle de un parche tipo pirata en el mismo ojo lastimado por lo que habría sido un puñetazo. Así lo demuestran registros en video de la cena de año nuevo que el ex presidente y Fabiola compartieron en España el 31 de diciembre, cuando todavía el ex jefe de Estado se presentaba como un político que pudo haber fracasado en el manejo del Estado, pero sin máculas relacionadas con la corrupción.
“No tengo denuncias en contra”, se jactaba el ex presidente. Hasta que una nota de Clarín reveló que el bolsero de los seguros contratados por el Estado Nacional era el esposo de la secretaria histórica de Alberto, quien abrochaba el negocio con sus recomendaciones. De ahí en adelante la investigación escaló hasta que el juez encontró los vestigios de un flagrante caso de violencia de género en el corazón del poder: el presidente de la Nación atacó a golpes, en reiteradas oportunidades, a la madre de su hijo Francisco, que actualmente tiene dos años.
Las derivaciones fueron múltiples. Lo primero fue la disolución del círculo de amigos albertianos. Ni siquiera Andrés Manuel López Obrador, el presidente de México que lo consideraba un demócrata ejemplar, se atrevió a mantener la invitación que le había cursado a su ex colega para la toma de protesta de la nueva presidente del país azteca, Claudia Sheinbaum. En las últimas horas la invitación fue anulada.
Lo mismo ocurrió con la cátedra de Teoría General del Delito que el ex jefe de Estado aquilataba en su currículum desde 1985 en la Universidad de Buenos Aires, cuyos alumnos le vaciaron la comisión y pidieron mudarse a otra. Resultado: el ahora imputado de lesiones leves por levantar su mano contra Fabiola Yáñez dejó de ser profesor de la Facultad de Derecho, sumido en su hora más oscura.
Por si hacía falta algún desaire más, la Secretaría General Iberoamericana (Segib), un organismo dedicado a fomentar los acuerdos entre países del Cono Sur, España, Portugal y Andorra, habría desistido de considerar a Alberto como su futuro presidente en reemplazo del actual titular de esa entidad, el chileno Andrés Allamand, ex canciller durante el gobierno de Sebastián Piñera. Con esta decisión, se esfumó el plan del ex gobernante argentino de radicarse en Madrid. Pero no sólo perdió eso. Además de estatus también perdió dinero, ya que al cerrarse la puerta europea se le escapó un sueldo de 14.000 euros mensuales.
Todo lo que sobreviene como consecuencia de ser golpeador se puede observar, cual si fuera un reality show, en los pormenores de la ahora triste existencia del ex presidente, reflejada por los noticieros, portales y redes sociales. ¿Quién paga el costo además del propio imputado? El partido político que lo llevó al poder, de cuya presidencia hubo de renunciar en las últimas horas en lo que podría ser tomado como una confesión tácita, pues no dimite quien se sabe inocente.
Al ritmo de una incesante lluvia de memes burlones, el peronismo en su conjunto padece el arrío forzoso de sus banderas más emblemáticas. Enumeremos: la defensa de los derechos de género, la justificación de un Ministerio de la Mujer (cuya titular habría hecho oídos sordos al clamor de Yáñez), la afinidad movimientista con el colectivo femenino, la condena al abuso machista de los genocidas que torturaron y violaron mujeres en los centros de detención clandestina y muchas otras reivindicaciones del mismo tenor ya no podrán ser esgrimidas por el espacio político que entronizó a un sujeto capaz de romperle la cara a una dama.
¿Que el presidente Javier Milei cerró el Ministerio de la Mujer? ¿Que desmanteló el teléfono de asistencia a la mujer golpeada? ¿Que reemplazó el salón de la mujer por un salón de próceres sin figuras femeninas? Todo eso es cierto, pero deviene anecdótico porque, después de todo, el que defendía todas esas garantías terminó siendo un machote de trompada fácil, un estereotipo del hipócrita que acaricia en público para azotar en privado.
Dicho todo esto, Milei no necesita hacer nada más que acertar con la economía para afirmarse -por largos años- en la cima de la representación democrática y republicana de la Argentina con el lustre adquirido a partir de los estropicios albertistas. A la hora de comparar, siempre será mejor un presidente que habla con los perros que un golpeador de mujeres.