Recomponer la vigencia de las instituciones y la aceptación de la moneda son condiciones necesarias para poner en marcha el país. Un compromiso para que tantos reclamos y expectativas puedan hacerse realidad.
La baja de la inflación ocurrió y ahora se espera del Gobierno mucho más. Son las famosas asignaturas pendientes, acumuladas durante décadas de desatinos. Si la inflación está cerca de ser derrotada, es tiempo de mejorar el nivel de vida de la población como los demás países del mundo. Si el presidente fuera un estadista -sostienen- se ocuparía de asuntos más cercanos a las necesidades de la gente en lugar de hablar tanto de economía. Ahora habría llegado el tiempo de la reactivación, de las políticas de Estado, los planes de desarrollo y las estrategias de largo plazo para establecer prioridades, promover inversiones y atender el impacto social de los cambios futuros.
En la Argentina, la pala dirigista excavó durante décadas el pozo de nuestra decadencia, enterrando las instituciones y sepultando la moneda.
La tasa que mide el riesgo país pondera la capacidad de un Estado para cumplir con los servicios de su deuda y tiene un sesgo financiero. La tasa que mide los signos vitales de la moneda para determinar si es mal pasajero, catalepsia o muerte irreversible, pertenece al mundo de las instituciones. Estas son las vigas maestras de toda sociedad ordenada y reflejan sus valores compartidos, estableciendo las reglas de juego para su funcionamiento. En las democracias liberales rige la ley (rule of law) bajo la forma del Estado de Derecho, cuya hija dilecta es la seguridad jurídica, madre del trabajo productivo, la inversión fecunda y la prosperidad colectiva. El apego a la ley, la eficacia judicial y la sanción a los desvíos hacen predecible el futuro.
La moneda es una institución fundamental como la división de poderes, la independencia de la Justicia, el respeto a los contratos, la propiedad privada, el régimen de la familia, el federalismo o la educación pública, gratuita y obligatoria. Es como la entretela del traje común que da estructura, cuerpo y forma a las demás.
En un sistema capitalista, basado en la división del trabajo e intercambio de bienes y servicios, la moneda es la institución que hace posible la vigencia del resto. Sin moneda, los docentes no cobran por sus horas de cátedra, los jueces no son retribuidos por su dedicación, los jubilados deben mendigar, las fábricas se paralizan y los comercios cierran sus puertas. Sin moneda, los derechos son letra muerta y prevalece la mayúscula del más fuerte o la letra “viva” del más corrupto.
Lo sabía bien Vladimir Illich Ulianov (Lenin) quien intentó destruirla mediante la inflación intencional del rublo en 1919 hasta que el desabastecimiento y la hambruna lo obligaron a dar marcha atrás reintroduciendo mecanismos de mercado para incentivar la producción de los odiados campesinos (kulaks).
De las tres funciones de la moneda, la reserva de valor es la que mejor sirve para verificar su vitalidad o su extinción. Es la que posibilita el ahorro, el crédito y la inversión, motores del mayor empleo, mayor consumo y mayor solvencia fiscal. Cuando el público no ahorra en pesos, cuando los inversores se resisten a enterrar divisas en nuestro suelo o cuando el menor parpadeo político provoca dolarización de carteras, se comprueba que ha dejado de existir como tal, aunque la consagre una ley. Esta es la realidad argentina, bien diferente de la de los países vecinos, y lo que motiva la reticencia ministerial a flotar sin el resguardo de las bandas cambiarias.
Aunque la inflación esté muerta, no resucitará por sus propios medios. Cualquier atisbo de tolerancia social al desequilibrio fiscal, por buenas o malas razones, la mantendrá difunta, en su non sancto sepulcro. Y mientras no haya moneda, no podrá darse rápida satisfacción a las demandas que requieren empleo, ahorro, crédito e inversión.
Sin dolarización, la recuperación del peso exigirá reconstruir una confianza ya perdida; no en este gobierno en particular, sino en la volátil sociedad argentina, reflejada en sus consensos políticos, en las actitudes de sus representantes y en las opiniones de sus dirigentes.