Amaneció frío ese 23 de mayo de 1906. La comisión policial conducida por el comisario Juan Ortíz, tras dejar el paso Yuru-i cercó un rancho en Rincón de Luna, departamento del Yaguareté Corá. Dentro del rancho, tres hombres se aprestaban a marchar.
Uno de los integrantes del trío es Olegario Alvarez (alias “Lega”) un hombre delgado, de bigotes ralos, piel morena y enérgico ademanes. El otro picado de viruela, robusto y casi pelirrojo, termina de cargar con balas el Winchester y guarda los proyectiles en una bolsa que lleva en su bandolera. Es Aparicio Altamirano, gaucho alzado conocido en la zona por su fama de bravo. El tercero, Adolfo Silva, de solo 23 años, es inquieto y de ademanes nervioso. Dicen que de los tres es el más sanguinario con sus víctimas, tratando quizá de justificar su presencia en la banda.
La partida, de 23 hombres aguerridos, ha sido reclutada en Bella Vista, San Roque, Concepción, Mburucuyá y Saladas. Las andanzas y la temeridad de Lega y los suyos han movilizado a toda la región y el Gobierno ofreció 100 pesos a cada comisario y 25 pesos a cada agente que participe de su captura, vivos o muertos.
Altamirano, carabina en mano, sale del rancho y se encamina a su montado. Todo parece tranquilo. Olegario Alvarez -Lega- con sus calchas y su rifle también sale del rancho. Un disparo rompe el silencio de la mañana. El proyectil hiere a Lega en el hombro, quien cae de espalda sin soltar el arma.
Ségun el comisario Ortíz en un reportaje del diario “La Libertad” - órgano del Partido Liberal- de fecha jueves 31 de Mayo de 1906, “el primero en huir cuando se vio rodeado fue Altamirano”. Salvó su vida y con la bolsa de balas a cuestas selló el destino de sus compañeros.
“Olegario Alvarez se rindió y Silva lo hizo despues (...) los cadáveres los llevamos a Saladas, donde se labró un acta y fueron enterrados en el cementerio el 25 de Mayo a las 11 de mañana”, concluye la crónica periodística de aquel tiempo.
Por su parte, el diario “La Provincia” -que sostenía los principios del Partido Autonomista- informa en su edición del 27 de Mayo de 1906: “Olegario Alvarez fue muerto de ocho balazos y Silva de cuatro balazos. El Gobierno pagó la recompensa ofrecida”.
Hasta aquí el relato más o menos fidedigno de lo que sucedió aquel 23 de mayo de 1906, el día en que fue ultimado Olegario Alvarez, Lega, el gaucho alzado que se convirtió en mito.
En el alma candida de su pueblo (Saladas), su imagen se fue santificando y prigando milagros, ayudas y favores. Hechos reales o exagerado fueron acrecentando su nombre: Lega, apócope de Olegario.
Pareciera que ya muerto el hombre renace con la leyenda de su vida y se hace mito, seguridad y consuelo para muchos.
Comenzo a convertirse de profano a un ser milagroso y sagrado, objeto de veneración. Nadie sabe con certeza quién fue o que hizo, pero sus promeseros lo respetan y hasta veneran, “porque robo a los ricos para darle a los pobres”, afirman. Murió pobre con las armas en la mano.
Hoy en el 2008 su sepulcro, tachonado de agradecimiento, y encendido de velas rojas que se derraman como buscando la tierra que cobija, ya tiene un techo protector. “Fue donado por una promesera de Buenos Aires, que era paralítica, no podia moverse, y él le hizo caminar”, dicen.
Hoy a cien año de su muerte a trascendido las fronteras provinciales, suman cientos sus promeseros, de los que los mataron ni el nombre queda. Los partidarios polítcos que una vez lo usaron y luego abandonaron hoy regresan mostrando simpatia por el difunto en busca del voto de sus promeseros.
La peste
En 1871, el año que “la peste” arrasó la provincia, nació Olegario Alvarez. La epidemia de fiebre amarilla mató a más de 2.500 personas y uno de los departamentos más afectados fue Bella Vista. En Saladas vinó al mundo Lega.
En 1891, con apenas 20 años, la historia ubica al hombre actuando en Saladas durante la sangrienta insurreción del 4 de octubre contra el gobierno de Antonio Ruiz. En esa oportunidad los rebeldes conformaron un frente integrado por liberales y la Unión Civica (Radicales) que había sido fundado el año anterior (1890).
La rebelión derivó en una cacería de quienes no profesaban ideales oficialistas, la que por su crueldad, tortura y crímenes trascendío en la historia con el nombre de “La masacre de Saladas”.
Tiempo después Lega -sargento de la Policía- tuvo su primera desgracia, al matar en pelea al Gaucho Café -de apellido Brítez-, hombre de fama violenta y no adicto al autonomismo. Quiso el destino que en un entrevero el sargento Alvarez intentara desarmar al Gaucho Café, quien se resistió y, ya en pelea, gatillo varias veces su revólver pero el disparo no salió y en duelo a cuchillo, el joven sargento lo mató.
En otra oportunidad, acompañando a una partida policial, protagonizó un tiroteo con los asistentes a una reunion liberal en Paraje Anguá, como resultado del cual murio el joven Crisologo Ramírez.
Corría el año 1893 y un nuevo movimiento sedicioso sacudio a la provincia. El dirigente liberal, doctor Juan Esteban Martinez, y el coronel Daniel Artaza, con colaboración del Partido Radical, triunfaron con las armas; asumiendo como gobernador Valentín Visasoro como vice el mismo Artaza. Como era costumbre, las autoridades fueron cambiandas por adictos al oficialismo y quiso la suerte que como comisario fuera nombrado Severo Ramírez, hermano mayor del joven muerto en Anguá.
Lega fue apresado y remitido a la capital de la provincia en tren. Confiando la promesa de sus jefes políticos de que “nada pasaría” pues ellos se encargarían de su caso. Lo llevaron engrillado con custodios a caballo los 6 kilómetros que separaban al pueblo de la estación. Lega iba de a pie, desgreñado y con sus cadenas al hombro.
De regreso al liberalismo, asume como gobernador Juan Esteban Martinez en 1895, y los jueces condenaron a Lega a prisión perpetua tras juzgarlo por tres crimenes, agravados por crueldad y alevosía; dos de los cuales los habría cometido en acto de servicio. Pasaron los años y ambos partidos, antes enemigos mortales acordaron unirse para asumir el gobierno. El caso Olegario Alvarez fue olvidado.
En 1904 se fugó durante las celebraciones de carnaval, junto a Aparicio Altamirano, Adolfo Silva y otros reclusos. Buscó refugio en el departamento Concepción, donde fue acogido en la estancia Tatacuá como custodio de sus propiedades.
Alvarez criado en Saladas y que además fue policía, tenía numerosos amigo en la zona, Altamirano era sanroqueño y Silva, el mas joven, era de Mburucuyá.
La habilidad para despertar simpatía en los ranchos, distribuyendo carne o dinero, creó una numerosa red de informantes y protectores hasta el extremo de acercarse a menudo a los pueblos sin ser detenidos. Causa de admiración y asombro para unos, y zozobra e indignación para otros. Creció así la fama de Lega se tejían historias hasta de contar con poderes sobrenaturales que fue cimentando su leyenda que con los años se transformó en mito.