Román o Alberto reparte una amplia sonrisa y gusta nombrar a Maradona cada vez que ha-ce una referencia de Argentina. A simple vista, las arrugas del tiempo no parecen afectar al hombre de 78 años que hoy defiende el derecho a la vida, la identidad y la memoria.
Luego de casi 65 años de silencio, decidió hacer pública su historia: es un sobreviviente del Holo-causto y para ello, cambió de nombre en seis oportunidades, vivió en tres continentes y aprendió tres religiones. Ayer conmemoró el 70º aniversario del levantamiento del Gueto de Varsovia y del Día del Heroísmo junto a la comunidad judía de Corrientes, brindado su testimonio en la Sociedad Cultura Is-raelita “Scholem Aleijem”. Antes recibió a la prensa en un hotel céntrico y aclaró que su identidad es Abraham Alberto.
“Una persona por ser diferente no merece mo-rir”, dijo Danón, recordando aquellos tiempos de exterminio. De padres turcos, su familia es de origen judía sefaradí, pueblo que fuera expulsado de Península Ibérica en 1492.
Sus padres vivían en la ex Yugoslavia, escapándose de la gran persecución. “El ser humano siempre busca un culpable y en la Segunda Guerra Mundial se consideró al judío como culpable”, señaló. Con siete años él, 27 su mamá y 29 su papá, padeció los horrores de la ocupación nazi. Su padre fue enviado a un campo de exterminio. El y su madre sufrieron vejaciones.
Uno de sus primeros recuerdos de esos tiempos fue cuando una turba ingresó a una de las sinagogas y fusilaron a las personas que allí se encontraban, destruyendo luego las tablas de los mandamientos.
En 1942, logró escapar de la ex Yugoslavia. “Para tener una cierta garantía de vida, me bautizaron co-mo Román y aprendí el Padre Nuestro”, indicó. Luego su madre fue trasladada a los campos de concentración y él vivió hasta los 9 años en la calle.
“Tenía 9 años y pesaba 21 kilos”, recordó. Hasta que en un momento sus conocidos le comentaron que el único modo de sobrevivir era yendo a un lugar donde hay árabes y así se convirtió al Islam bajo el nombre de Omar, para residir en Siria.
Nuevamente fue renombrado bajo el nombre de Yehuda. Vivió en Palestina, se crió en un kibutz donde se comprometió con la ideología socialista. “Me acogieron como a un hijo. Pero no tenía a mis padres, pero ya estaba acostumbrado. En esos tiempos no era una necesidad número uno”, rememoró.
Y desde los 9 hasta su mayoría de edad se llamó Yehuda. Hizo el servicio militar. Estuvo en guerras, fue paracaidista, hasta que recibió una carta de Turquía a nombre de Alberto Danón. Era su abuela. Inmediatamente viajó.
“Nunca antes pronuncié la palabra abuela o tía. Nunca antes sentí esos besos de verdad, que es una verdadera necesidad”, expresó con emoción. Allí recibió la noticia de que su madre aún vivía en una ciudad llamada Buenos Aires.
A los 20 años, Yehuda viajó prácticamente con lo puesto. “Sin dinero para regresar, tenía que encontrar sí o sí a mi madre”, recordó. Ya en el puerto, el oficial a cargo lo rebautizó como Judas porque no comprendía su nombre árabe y porque éste sólo hablaba ladino, un español antiguo. Por temor a una persecución cultural, pidió un nuevo bautismo.
En Buenos Aires se encontró con su mamá. “No conocía su voz ni su figura, pero ella me reconoció”, dijo. Sin embargo, su madre había cambiado de identidad. Se llamaba Dona María y estaba casada con un alemán nazi. Cuando terminó la guerra huyeron hacia Argentina.
Ella lo acogió como a un sobrino y un sacerdote lo bautizó bajo la religión católica como Justo. Luego, castellanizaron “Yehuda” y éste pasó a llamarse Leonardo. En la actualidad, Román tiene por nombre legal Leonardo Danón y la ciudadanía argentina.
“No tener identidad significa matar a la persona. Con cada nuevo nombre me volvían a matar”, manifestó Román, identidad que eligió para con sus familiares argentinos. Al país le tomó mucho cariño, a tal punto que quiso ir a la Guerra de Malvinas pero no le dejaron “por viejo”, según confesó.
“Es cruel cuando la persona no tiene derecho de ser hijo de su propia madre”, dijo a El Litoral. Luego de casi 65 años decidió romper el silencio de su pasado. “No alcancé a hablar con mi madre de ese tema. Ella cuando murió estuvo desde 1989 hasta 2010 enterrada en un cementerio alemán. Tenía miedo que después de muerta sea perseguida”, contó. En 1999, relató su experiencia a un diario nacional y desde allí no dejó de recordar esos años en público para que no vuelva a repetirse “tremenda injusticia, ese horror”. “Porque sea diferente no significa de que me tengan que matar”, aseguró. En 2011 presentó su libro “Cicatrices de la Memoria”, en la Feria del Libro. Román sobrevivió al exterminio y reunió la valentía para revivir su historia, para contribuir a erradicar el horror y la intolerancia de las próximas páginas de la humanidad.