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/Ellitoral.com.ar/ Derechos Humanos

Entre el control y la distancia física: así viven las mujeres detenidas en el Pelletier

Pelletier. Aloja cerca de 40 detenidas con condenas provinciales y federales. Es la única unidad penal para mujeres de Corrientes. CACHO MONZON

Por Melisa Vega

(@_melijota) 

Orden, limpieza y mucho silencio: así se vive en la Unidad Penal Nº 3 “Instituto Pelletier”, la única cárcel de mujeres de Corrientes. Su estilo, parecido al de un monasterio, se debe a que quienes lo administran son las hermanas de la Congregación del Buen Pastor. En ella se alojan cerca de 40 mujeres con delitos federales y provinciales.

A través del Encuentro Nacional de Mujeres se conocieron algunas experiencias sobre la cotidianidad de quienes se encuentran privadas de su libertad. Ellitoral.com.ar accedió al informe realizado durante los talleres donde se revela que las problemáticas principales tienen que ver con el control, la falta de respeto a la intimidad y las limitaciones para demostrar afecto a sus parejas o familiares.

Las mujeres cuentan que la vigilancia es tanta que sienten a las celadoras como “un tercer riñón”. Algunas prefieren evitar estar solas para pasar desapercibidas y, antes bien, circular por espacios comunes. La desigualdad en comparación a las cárceles de hombres es, para ellas, notable durante todo el proceso de detención. Porque explican que ante causas similares ellos tienen condenas más benignas y acceden a mayores beneficios.

Durante las visitas no pueden abrazar a sus parejas o familiares porque es considerado “una práctica indecorosa”. Esos son los términos usados por quienes tienen el control del lugar según explican desde la Asociación de Pensamiento Penal Corrientes.

Los abrazos no son un tema menor, ya que quienes lo hacen se ven afectadas en sus calificaciones que luego impactan directamente en los permisos. “Se convive con la diferencia de ser mujer y pobre. De tener una causa provincial o federal, de estar detenida o condenada”, expresan las internas.

En el Pelletier reina el silencio, dicen las internas en el informe. No pueden tener celular propio ni escuchar música, algo que de nuevo lo comparan con las unidades penales de hombres, donde sí pueden hacerlo y remarcan esta diferencia explicando que muchas son jefas de hogar y necesitan comunicarse con sus hijos.

Derechos humanos en riesgo

Para la Asociación existen “severas injerencias” respecto a la dignidad de la persona. Entre algunos de los maltratos psicológicos, describen, se cuestiona la veracidad de sus peticiones: “Si están descompuestas y piden asistencia médica, no se les cree”.

Las mujeres contaron que sufren humillaciones y maltratos hasta cuando hablan. No las dejan levantarse sin pedir permiso. Salen de su celda a la mañana y no pueden volver hasta el horario de descanso. No tienen TV. No hay espacios para hacer deportes. Si necesitan ir a una consulta ginecológica tampoco tienen privacidad: las atienden en presencia de una guardiacárcel.

“Las visitas higiénicas”, que son las que tienen las presas para pasar un momento íntimo con sus parejas, son de una hora cada 15 días. Las que entablaron un noviazgo durante su estadía en la cárcel deben demostrarlo a través de visitas al menos seis meses antes “sin tocarse”. Después podrán pasar al momento íntimo, aclaran.

La educación es otro tema que no escapa de las limitaciones y restricciones. En esta cárcel de mujeres no existen los niveles universitarios. El capítulo Corrientes de la Asociación de Pensamiento Penal recuerda un caso de una mujer que estuvo trece años privada de su libertad, tenía las mejores calificaciones, pidió permiso para estudiar criminalística y no se lo permitieron.

Los talleres de oficios que ofrecen son de cocina, costura y bordado, pero “si no te gusta no hay otras cosas para hacer”, lamentan. Ellas manifiestan que necesitan aprender otras cosas para lograr una mejor reinserción para cuando recuperen su libertad.

Las mujeres con causas federales son las más perjudicadas -aseguran- ya que al tener otro régimen, por más que asistan a los talleres o vayan a la escuela, no se les computa en sus calificaciones.

Del peculio sólo reciben 700 pesos que se lo ganan manteniendo limpio el lugar. El dinero se lo gastan en teléfono y el gas. Las que son celíacas o diabéticas no tienen una dieta acorde a sus patologías. Tampoco el control médico se ajusta a esa necesidad, según cuentan.

La experiencia en Salta

Una situación parecida se vivió en lo que ahora es la Unidad Carcelaria Nº 4 de Salta. La misma también se creó siendo parte de la Congregación del Buen Pastor, pero desde 1987 pasó a estar totalmente a cargo del Gobierno provincial. Silvia Raquel Chilo, quien por muchos años se desempeñó en el servicio penitenciario salteño, explicó que las características eran muy similares a lo que pasa en Corrientes y hoy, 30 años después, algunas permanecen.

Las reglas del control e intimidad eran iguales y quienes las quebrantaban se veían afectadas en sus calificaciones. En la actualidad, sucede que las mujeres pueden ejercer su derecho a la demostración de afecto, andar libremente por el patio, mantener una relación de noviazgo entre ellas y “besarse” allí adentro. También cuentan con espacios para hacer actividades físicas.

Las que cometieron delitos federales son trasladadas a la cárcel federal de Güemes. Chilo afirma que más allá de los cambios, la educación sigue siendo una deuda pendiente. En la UC 4 de Salta sólo hay Nivel Primario. La secundaria y la instancia universitaria se dan a distancia.

Desolación, silencio 

y orden

Si existe una condición para describir el estado de ánimo de las internas es la desolación. Así lo definen desde la Asociación de Pensamiento Penal. En el lugar sólo resuena el silencio, abundan las imágenes de santos y otras propias del catolicismo. La religión está impuesta en el sistema carcelario, pero cada mujer decide si practicarla o no.  

Desde la APP local coinciden en que las monjas necesitan capacitación en derechos humanos. “Que sepan de religión no significa que sepan de derechos humanos”, indican.

Se cree, en una sociedad patriarcal, que por estar controladas por monjas o celadoras el trato sería mejor. Pero lo que sucede, deslizan, es simplemente que “una mujer controla a otra mujer”.

Las mujeres del penal piden un lugar apto para la reunión con la familia y en intimidad, el respeto a las relaciones afectivas y más opciones de oficios, porque no a todas les gusta tejer o bordar. Muchas quieren adquirir otras capacidades que les permitan reinsertarse fuera de estas labores “estereotipadas” para las mujeres.

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