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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Francisco y la luz al final del túnel

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.blogspot.com

Francisco pidió perdón en nombre de la Iglesia por los casos de abusos de menores, pero ahora avanza más allá. La reunión de febrero de 2019 del Papa con los presidentes de la Conferencia Episcopal de cada país, posiblemente abra un nuevo camino para  una sociedad que necesita una práctica religiosa inclusiva y actualizada.

En la XXVI reunión de los cardenales consejeros, el Papa Francisco convocó a los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo, a una reunión a realizarse en el Vaticano entre el 21 y el 24 de febrero de 2019, cuyo objetivo es abordar el tema de la prevención del abuso de niños y adultos vulnerables.

Hace un par de semanas escribí en estas mismas páginas, que no alcanza con pedir perdón por parte de la Iglesia por los abusos sexuales contra menores cometidos en su ámbito, que hacía falta una actitud proactiva para examinar en su seno el fondo de la cuestión y adoptar efectivas medidas para erradicar la pedofilia.

Lo que olvidé decir en esa oportunidad es que la jerarquía católica se vería en aprietos para tratar el fondo de la cuestión, teniendo en cuenta la larga historia de desencuentros entre la Iglesia y el sexo.

Si Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lógico sería pensar que la sexualidad fuera integrativa del ser humano, como atributo entregado por la divinidad. 

Pero la interpretación de los textos religiosos fue históricamente en sentido contrario, partiendo del mordisco al fruto prohibido, que no fue más que el pecado original de Adán y Eva en su relación con las pasiones, hasta llegar a nuestros días en los que, entre los atavismos y la hipocresía, se siguen cerrando los ojos al reconocimiento del sexo como cuestión natural y también como cuestión de Dios.

Dice Juan José Sebrelli en su excelente obra “Dios en el laberinto”, que las tres grandes religiones monoteístas de origen veterotestamentario, han sido a lo largo de la historia rígidamente moralistas, sexofóbicas y represivas del uso del propio cuerpo tanto para el goce como para evitar el sufrimiento.

Los escritos del propio San Pablo fueron sexofóbicos, lo que se hace particularmente marcado en San Agustín, para quién el goce sexual, incluso en el matrimonio, era pecaminoso.

A partir del Cuarto Concilio de Letrán (1215) y de la instauración de la Inquisición, las heterodoxias sexuales dejaron de ser pecados para convertirse en delitos, con penas de amputación de miembros, quema en la hoguera, el cepo, la horca.

La sexofobia fue un elemento fundamental en la discriminación de la mujer, la que fue siempre fue retratada en los textos religiosos como apéndice del hombre para la reproducción.

En el cristianismo, entre los siglos XV y XVII, surgió otra forma de femicidio, la estigmatización como brujas de las mujeres, en especial solas y viejas. La brujería estaba ligada al sexo y a la demonización de la mujer. La caza de brujas fue obra de varones.

Así como días pasados lo hizo Francisco por la pedofilia intra religiosa, en 1995 Juan Pablo II pidió perdón a las mujeres, en una carta dirigida a todas ellas, por las injusticias cometidas por la Iglesia contra las mismas. Pero, entonces, el pedido de perdón no llevó cambios significativos en el trato de la institución religiosa hacia las mujeres, las que siguen siendo discriminadas en cuestiones tales como el uso libre de su cuerpo y la prohibición del sacerdocio.

A los homosexuales no les fue mejor con la Iglesia, baste recordar el discurso navideño de Benedicto XVI en 2012, que convocó a otras religiones para forjar alianzas contra los derechos igualitarios de los homosexuales, alegando que “esa lucha pone en juego la visión misma del ser humano”.

La superioridad del espíritu sobre la carne fue el fundamento esencial de la larga historia de una Iglesia católica con diversos grados de represión contra las manifestaciones de la sexualidad humana, las que hoy también se ven expuestas con cuestiones tales como la homosexualidad y el goce del cuerpo.

En este punto, es necesario parar la pelota y analizar el contexto en que el Papa Francisco se mueve dentro y fuera de la iglesia, para luego ver si su postura es ajustada a las circunstancias.

Días pasados, el ultraconservador derechista arzobispo Carlo María Viganó, acusó al Papa de haber sabido y no haber tomado medidas contra un cardenal acusado de abusos. Francisco decidió no responder.

Y aquí es dónde hay que pensar con mucho detenimiento y advertir que  la crítica de Viganó hacia Francisco no está precisamente en una actitud de condena a la pedofilia. Al ex nuncio papal en EE. UU. y su grupo ultraconservador de inquisidores, no les gustan los nuevos aires progresistas que corren en el Vaticano, quieren socavar la autoridad papal y volver a la época oscura de aborrecimiento a la homosexualidad y el consecuente impedimento de que todos los católicos puedan practicar su religión con dignidad.

Podríamos señalar muchas cosas que no nos gustan de la gestión de Francisco como Papa, lo que no podemos poner en duda es que inició una época de apertura de la iglesia hacia el mundo, hacia el ecumenismo, hacia la sociedad civil, comenzando a tratar, tímidamente para los apurados, temas que fueron tabú para el Vaticano y que le merecieron ataques de los “ultras” de adentro, como Viganó.

No se cambian dos mil años de historia con decretos papales, se cambian con objetivos claros, trabajo tesonero y debate permanente, y eso es lo que representa la reunión que se realizará en febrero próximo.

Debo reconocer que, ante tremendos acontecimientos como los de la pedofilia, aparecemos apresurados para exigir medidas que arranquen de raíz el problema. Pero, muchas veces, nuestra actitud le hace el juego a quiénes, desde posiciones conservadoras cuasi medievales, lo que buscan es volver a una Iglesia represiva e inquisidora.

Vuelvo a repetir que no alcanza con pedir perdón por los abusos cometidos, pero considero como muy auspicioso el anuncio de la reunión en el Vaticano de todos los presidentes de las conferencias episcopales de todos los países, para febrero del año 2019, para debatir sobre medidas de prevención.

Abrigo la secreta esperanza que en la reunión se vaya hasta el hueso en el análisis, poniendo en consideración el debate profundo sobre las causas del delito de abuso de menores en sede religiosa.

Tengo para mí que la eliminación del celibato sacerdotal y la apertura hacia la mujer en la posibilidad del sacerdocio, serán dos medidas que calarán profundo en la solución del problema, comenzando un nuevo tiempo en las vocaciones sacerdotales y en una iglesia más inclusiva, sin secretismos, sin complicidades y abriendo sus puertas a todas las personas de buena voluntad que quieran practicar su fe religiosa sin discriminaciones inadmisibles.

Los laicos estamos mirando hacia Roma. Que Roma mire a los laicos.

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