Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
Suele decirse que toda novela es autobiográfica; ahora bien, no por ello vamos a pensar que el propio Dostoyevski asesinó alguna vez a alguna “vieja usurera”. El escritor se vale de su experiencia de vida para imaginar y llevar a la ficción hechos o asuntos que en muchas ocasiones están lejos del propio autor pero que de algún modo mantienen su “aura”.
Fabián Yausaz nació en Buenos Aires, pero desde que se radicó en Corrientes otro sentido de pertenencia empezó a construirse en él, al mismo tiempo que se deconstruían otros... El mismo lo afirma: “Si bien siempre me relacioné con la literatura, mi trabajo en serio comenzó cuando me mudé a Corrientes en 2001, a partir de allí escribo para escribirme”. Ese escribo para escribirme nos sugiere que los rasgos identitarios no son inamovibles, o al menos no los son para quien busca: el poeta en este caso. ¿De qué modo le llega Corrientes a Fabián? Quizá el camino para responder esta pregunta esté señalado por la etimología de la palabra “hallar” que nos remite a: echar el aliento hacia algo, encontrar; término que recala en un uso tan correntino como antiguo (aparece en “Lazarillo de Tormes”) “me hallo/ no me hallo”, cuando se quiere hacer referencia a un sentimiento de pertenencia con un lugar determinado, es decir cuando el fuero interno entra en armonía con lo externo.
Solo desde ese “hallarse” le permite al poeta “ser parte de”, un estar siendo hecho de permeabilidad: nuevos colores, olores, sonidos, habla, cuerpos moviéndose al ritmo de la llanura, al ritmo interno del tiempo; en definitiva, un amplio ecosistema semántico nuevo que se filtra y se acomoda en la identidad y que empieza a ser parte del yo (“Me hallé por estos pagos. Alagunado”, dice F. Y. en un poema).
Quien toda su vida ha oído en el estero el graznido lejano de los caráu o los mugidos de las vacas, probablemente ya no los oiga, o al menos no conscientemente; por el contrario, quien llegue atento y dispuesto con ojos/oídos nuevos podrá identificarlos y proyectarlos con más amplias significaciones. Tal es el caso de una parte de la poesía de Yausaz que llega y desensilla…, se detiene, avanza, traspasa el paisaje y tópicos correntinos desde otro lugar o desde un no-lugar que se aquerencia y se vuelve profundamente correntino.
Veamos el siguiente fragmento perteneciente al poemario Laguna Soto: “El caraguatá se hizo señorita/ le brotaron nomás las hojas coloradas/ después de la tormenta y de los portazos/ El caraguatá se hizo señorita/ hasta ayer no era otra cosa/ que una mata bajita/ de púas y capricho/ hoy exhibe a los teros/ el corazón de señorita”. Un modo sutil de relacionar las púas-flor igual a belleza, y al mismo tiempo menarquía, pubertad. ¿Los antiguos payé o chamanes no sabían acaso que ciertos árboles de flores rojas servían para aliviar el dolor menstrual?
Los giros y usos correntinos que resultan de la interferencia del guaraní en el castellano o del yopará mismo, son utilizados con naturalidad, lo que aporta frescura y autenticidad a la expresión: Terú: “Ya nació katu/ el pichoncito/ Tan pichón y tan chuzo/ echado sobre el pasto/ Parece que está muerto/ pero es chuzo nomás/ ya nació ya/ se hace nomás el muerto/ queda quieto” (…).
Por viejas tierras castellanas aún se utiliza la expresión “¡bien hallado!” para dar bienvenida a una persona. Sin duda el poeta Yausaz lo ha puesto en práctica para sí y su familia, y lo que es más: para su palabra.
Muestrario mInimo
Ya nació katu
el pichoncito
Tan pichón y tan chuzo
echado sobre el pasto
Parece que está muerto
pero es chuzo nomás
ya nació ya
se hace nomás el muerto
queda quieto
¿Seguro no está muerto?
tan flaco tan karacha
Mirá si será chuzo
que ni alza su cabeza
y si te descuidás
sale volando
con las chuzas al viento
a los gritos.
XVII
El hilo especial. Para tiburones. Un hilo de acero. Resistente. Atontado de dolor. Tras mis ojos. Golpeteo. El canto de los dientes. Mellado. El filo del acero contra el nervio. Latigazo. Chucho. Escalofrío. Dolor en las quijadas. El hilo que me arrastra. El dolor no se calma. No se mitiga. Las mandíbulas se mueven como sierras. Toda la dentadura erosionada por el hilo abrasivo. Falta menos. Quiero creer. Una nadita apenas. La boca anestesiada. Tarascón por reflejo. El gusto de la sangre. Mi sangre. Igual que el gusto a acero. El hilo por la lengua. Hebras despelechadas. Me hincan las encías. Sin tacto las encías. Igual. Sigo mordiendo. Ya se va a cortar. El hilo. El acero.
Nana para el cachorro
de gato montés
Cachorro mío
dormí entre las raíces
del lapacho
Dormí cachorro mío
no te asustes
ese perro de caza
no puede hacerte
ya
más daño
Dormí cachorro mío
que tu madre te hizo
cunita de hojarasca
Te peino los pelitos
de tu lomo
todavía erizado
Dormí sin miedo m’hijo
que las fauces
ya
no pueden apretarte
Ya está cachorro mío
ya pasó
Te lambo todo el cuerpo
olés a baba de mastín
a mi saliva
a miedo
y debajo del medio y mi saliva
va quedando
en la papada
tu último olorcito de cachorro
Dormí mi tigrecito
que tu mamá te cubre con
una mortaja
de hojarasca
El retorno de Jurumí
Jurumí vuelve al estero
hace tiempo que falta
tanto tiempo
que nadie ni siquiera recuerda
que el tacurú y el termitero
la esperaban
Vale la pena contar esta historia
porque
el hombre suele ser cruel
pero también
puede ser bueno
si procura
A Jurumi la rescatan
de un patio de cemento
tiene correa, cucha
y un dedo menos
cercenado
para cortar sus garras
Con todo y con un dedo
menos
la liberan
Lo dicho:
Jurumi vuelve al estero
hace tiempo que falta
tanto tiempo
que el tacurú y el termitero la esperaban
No tarda demasiado
en sentirse a sus anchas
con cría al lomo
y cola de plumero
Este encontró un huevito
le juega Jurumí al osezno
se hace la osa
cuando el crío pregunta
por el dedo menos
Dígale cucurucho a la madre
cambia de tema Jurumi
el cachorro frunce su trompita
no le sale
ríen con ganas
Con esa risa de las madres
y los hijos
cuando no salen
las palabras difíciles
Me repito esta historia
a menudo
me persuado también
de la bondad del hombre
a menudo