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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La estatua de la Libertad, un regalo francés

Vigilia. La Estatua de la Libertad en toda su magnitud.

Por Francisco Villagrán

villagranmail@gmail.com

Especial para El Litoral

El francés Frederic  Auguste Bartholdi fue el artista que esculpió la portentosa estatua, ubicada en la bahía de la entrada al puerto de Nueva York, símbolo de la libertad y de América. Su nombre está en el anonimato, a pesar de que todos conocen su magna obra que es un motivo de admiración en el mundo. Bartholdi nació el 2 de agosto de 1834, era de ascendencia italiana y estudiaba escultura. Un día caminaba por las calles de París, cuando Luis Napoleón Bonaparte derrocó a la Segunda República mediante un golpe de estado. Bartholdi vio que delante de él, un grupo de republicanos había levantado una barricada.

Los soldados bonapartistas estaban agazapados, esperando que algún republicano asomara la cabeza para pegarle un tiro. Nadie se animaba. El joven escultor estaba protegido a lo lejos y observando los acontecimientos. De pronto, surgió una hermosa joven de entre los republicanos, que decidida y con una antorcha en la mano, se puso al frente de sus compañeros, con gesto decidido salió de la barricada y gritando “Adelante, vamos” y corrió. Pero no fue muy lejos. Los soldados bonapartistas abrieron fuego, la acribillaron y la chica cayó muerta.

Esta escena afectó profundamente a Bartholdi, quien quedó aturdido y golpeado por lo que había visto. Desde entonces esa mujer desconocida y armada con una antorcha, se convirtió para él en un auténtico símbolo de la libertad. Ese recuerdo le quedó vívido y perpetuamente en su memoria. Pasó el tiempo y en un viaje que realizó a Egipto quedó muy impresionado por la grandiosidad de las pirámides y de la Gran Esfinge de Gizeh. Allí se le prendió la llama por realizar grandes esculturas. En 1865 concibió la idea de realizar la Estatua de la Libertad, esculpiendo en dimensiones colosales, la figura de la muchacha que murió acribillada y que llevaba en lo alto una antorcha.

En ese año conoció a Edouard de Laboulaye, prominente liberal francés y ardiente admirador de los Estados Unidos. El persuadió a Bartholdi para que hiciera una escultura que pudieran ofrecer a la nación norteamericana, ya que al año siguiente celebrarían el primer centenario de su independencia. Ese sería el homenaje que Francia le haría al pueblo norteamericano. Bartholdi se mostró muy entusiasmado y propuso un monumento a la libertad.

Pronto encontró una guapísima modelo llamada Jeane Emilie Baheux, quien aceptó posar para realizar la Estatua de la Libertad. Tiempo después, la chica se convirtió en la esposa de Bartholdi, con quien se casó. El cuerpo de la estatua es el de Jeane Emilie, y el rostro fue tomado de la madre del escultor, pero la idea inspiradora está basada en la muchacha mártir que murió acribillada.

En 1870 Bartholdi estaba a punto de realizar la gran escultura, pues ya tenía hechos los dibujos de la obra con todos sus detalles, pero la guerra entre Francia y Prusia lo obligaron a postergar su idea y cambiar momentáneamente el cincel y el martillo por la armas para defender a su país. Terminada la contienda, el escultor continuó con su obra. En 1871 fue a Estados Unidos para ver dónde colocarían la estatua. Cuando su barco entró en la bahía de Nueva York, mirando un lugar dijo: “Ahí quiero que pongan mi Estatua de la Libertad cuando la termine.” 

El lugar exacto

No pudo haber elegido un mejor lugar, ahí fue donde los europeos avistaron por primera vez el nuevo mundo. Regresó a París, pero no tenía dinero para comenzar a trabajar. En 1875 fundó, junto con Laboulaye, la Unión Franco Americana, con el objeto de recaudar dinero, ya que la estatua era un regalo para los Estados Unidos. Bartholdi, al ver que la piedra, el hierro y el bronce eran carísimos, decidió hacer la estatua con láminas de cobre batido, pero luego desechó esta idea porque iba a ser muy débil. Eiffel le dio la idea, que luego ocuparía en su famosa torre de París: propuso una armadura de hierro y una especie de “piel” de cobre. Bartholdi se puso a trabajar y en 1876 presentó ante el público francés el brazo que sostenía la antorcha. Todos estaban asombrados, ya que sólo el dedo índice medía dos metros con 44 centímetros  de largo y uno de circunferencia. La uña medía casi 25 cm. de ancho y 12 personas cabían de pie en el borde de la antorcha. Ese brazo llegó a Nueva York y causó sensación. Bartholdi se convirtió así en una celebridad reconocido por todos.

 Los ciudadanos estadounidenses comenzaron a cooperar económicamente y el escultor pudo así terminar lo que faltaba de la estatua. Finalmente la armaron en la isla de Bedloe, en la bahía de Nueva York y se ocuparon más de 3.000 remaches para montarla, además de miles de kilos de hierro y cemento para hacer la base. El día de la inauguración, ante gran expectativa que había despertado el histórico hecho, Bartholdi, impecablemente vestido de frac, se asomaba desde la antorcha.

La cara de la Estatua de la Libertad estaba cubierta con la bandera francesa y a una señal de él, la insignia ondeó junto a la norteamericana y todo el mundo estalló en fuertes aplausos al ver el rostro imponente de la Estatua de la Libertad, que a partir de ese momento sería el símbolo distintivo de Estados Unidos en todo el mundo. Pero en el fondo de este acto, se le rendía un homenaje póstumo a aquella mujer, heroína anónima que había muerto en la barricada luchando por la libertad. Este fue el regalo que Francia hizo a los Estados Unidos con motivo de celebrar el primer centenario de su independencia.

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