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El eterno pensamiento mágico

La negación permanente no ayuda para nada. Desconocer la realidad no permite aproximarse a las soluciones. La idea de que solo hay que cambiar de signo partidario para resolver dilemas es, definitivamente, una total tontería. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

Es increíble como se sigue repitiendo, con tanta vehemencia, esta absurda visión que supone que un simple resultado electoral modifica el futuro. Sin embargo, esta mirada se ha vuelto masiva y demasiados coinciden con ella.

Lo cierto es que para que la prosperidad se asome y empiece a mostrar algo de lo que puede venir, se requieren verdaderas transformaciones, bastante profundas, si efectivamente se pretenden sensibles progresos.

No se logra empleo genuino e incremento de salarios, nuevas empresas y flamantes exportadores o la reactivación del consumo, del ahorro y la inversión solo como corolario inexorable de un ridículo berrinche infantil.

Hace falta mucha seriedad y una enorme sensatez para elaborar exitosos proyectos integrales y sustentables bajo el amparo de una cosmovisión general absolutamente alineada con lo que sucede en el mundo.

Si eso no aparece con una abrumadora consistencia, es poco probable que el país pueda virar a tiempo y eludir las innegables derivaciones de tantos errores consecutivos cometidos en esta larga secuencia de malos gobiernos.  

Vivir aislados no es una opción razonable para aquellas naciones que han quedado tan rezagadas en materia de avances y que precisan imperiosamente de una expansión tecnológica sin precedentes.

Se deben incrementar los actuales estándares de productividad, para poder ser más competitivos en una economía cada vez más demandante de calidad, exigente en materia de formalidades y vertiginosamente creciente.

Pero para alcanzar semejantes metas tan desafiantes y distantes de este triste presente, hay que animarse a revisar cada una de las causas que explican detalladamente los diferentes aspectos de la situación vigente.

Es allí donde radica el principal problema de fondo. Suponer que esto es pura alquimia y que un chasquido de dedos opera como disparador suficiente, es una demostración empírica del desatinado diagnostico cívico.

Los políticos saben muy bien que esta no es una tarea sencilla. Son ellos los que recitan grandilocuentes discursos, pero entienden perfectamente la gigantesca distancia existente entre el mero relato y la acción positiva.

Saben, a ciencia cierta, que ni siquiera haciendo lo correcto se evoluciona, sino que solo se da el primer paso en ese largo esquema de múltiples instancias que, siempre que prime la coherencia, conduce hacia el objetivo.

Nadie obtiene un título universitario cuando se inscribe como alumno, ni tampoco se gana un campeonato deportivo el día que se adquiere la indumentaria pertinente, o se triunfa en las urnas cuando se arma la lista.

Pese a la contundente simplicidad de este planteo muchos se resisten a analizar la política de este modo tan elemental y se encaprichan creyendo en viejas falacias y retorcidas leyendas contadas por fabuladores seriales.

Todas las sociedades que consiguieron un crecimiento sostenido y un desarrollo envidiable han pasado por varias etapas que han debido superar, incluyendo la implacable nómina de tropiezos inesperados y la predecible presencia de contextos internacionales potencialmente adversos.

Quienes deseen fervientemente vivir en una comunidad mejor, quienes aspiren a construir algo superior para sus hijos y nietos, deben comprender primero la vinculación entre las decisiones y sus lógicas repercusiones.

Cada determinación específica tiene ineludibles secuelas y así como genera beneficios tangibles trae también consigo daños colaterales inevitables que deben ser asumidos plenamente al momento de emprender el derrotero.

Por eso es que no solo se necesitan dirigentes muy calificados y a la altura de los acontecimientos, sino también una conciencia ciudadana mayoritaria que acompañe con convicción este inevitable y prolongado proceso.

Un liderazgo ejemplar resulta vital. Ese atributo es central para explicitarle pormenorizada y anticipadamente a la gente la infinidad de dificultades que se deberán atravesar si se espera alcanzar pronto el siguiente peldaño.

No se trata de la búsqueda de un personaje, sino de un conjunto de políticos profesionales de sectores opuestos, como así también de una dirigencia empresarial, sindical y social capaz de sostener estos ejes.

Las trilladas políticas públicas precisan de amplios consensos, pero además de lo obvio, de una perseverancia a prueba de todo. Los resultados óptimos no estarán a la vuelta de la esquina sino bastante lejos en el tiempo.

Una sociedad inmadura e ingenua sigue esperando “pases mágicos” y que de la galera del ilusionista salga el conejo, como en el circo. La vida real es mas compleja y por sobre todas las cosas no es un montaje artificial.

Aún se pueden reiterar errores y perder oportunidades. Eso es lo que se ha venido verificando por décadas. Esta dinámica perversa no se interrumpirá hasta que se abandone esta cándida forma de concebir la política.

Falta mucha grandeza política para construir espacios de diálogo, pero también un cambio de mentalidad que renuncie de una vez por todas, a la pueril expectativa de conseguir grandes victorias sin esfuerzo alguno.

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