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Conectados con el entorno: monjita blanca

Esta especie vive en áreas rurales, de montes, pastizales o con arboledas dispersas. En estos se posan y observan hasta caer en picada certera sobre su alimento diario. En otro extremo, hoy nos abrió las puertas Salvador “Turco” Hassan, desde Paso de los Libres, quien cuenta sobre uno de sus oficios: creador de guitarras con sello propio. 

Por Paulo Ferreyra

Abel Fleita

Especial para El Litoral

Sobre el campo atardece y el sol da indicios de que una vez recostado sobre el horizonte enviará una imperceptible señal para que la luna blanca, grande y redonda asome por el Este. Algunas aves regresan y sólo una mantiene su silueta de silencio sobre el árbol, mientras se oye a alguien que silba y nos hace mirar hacia atrás. 

De sólo 17 centímetros y de una numerosa familia, es la monjita blanca (Xolmis irupero), una de las aves cuyo nombre científico posee una construcción de palabras hechas en lengua guaraní. 

La bibliografía nos dice que irupero, la segunda parte de su nombre universal, está formada por las palabras compañero y camino. Representa aquello que la especie hace sin que lo notemos: acompaña en el camino.   

Perteneciente a la familia de los tiránidos y constituida además por otras monjitas, viuditas, benteveos, piojitos, fiofíos y mosquetas, la especie se encuentra en gran parte del país, a excepción de la Patagonia y de los bordes montañosos de los Andes. La monjita blanca es así como dice su nombre, toda blanca. Sólo el pico, ojos y las puntas de sus alas y cola son negras. 

Esta especie vive en áreas rurales, de montes y pastizales o con arboledas dispersas. En estos se posan y observan insectos del aire o pequeños gusanos que serán su alimentación. 

En relación a semejanzas con otras especies, conviene tener en cuenta que en Corrientes puede encontrarse en especial sobre pastizales con bordes húmedos, en determinados sectores focales, a la monjita dominica (Xolmis dominicanus). Esta es una especie cuya supervivencia se encuentra en peligro de extinción. En este caso, el negro de las alas es más grueso que el de la monjita blanca y toda la cola es negra. 

Vuelo entre instrumentos 

Tiene la actividad central como periodista, pero es músico intuitivo desde pequeño. Nació en la ciudad de Corrientes, luego se fue a vivir a Concepción del Yaguareté Corá; unos años después arribó a Paso de los Libres donde el destino lo estaba esperando. Se cruzó con la persona indicada y le hicieron una prueba de radio en LT 12. Luego lo llamaron y desde entonces vive en esta ciudad fronteriza, donde corre mansamente el río Uruguay. 

En Concepción el cielo es más ancho, se escucha el viento, el sol calienta sus calles de manera inusitada. Algunos patios son generosos con árboles bañando con sombra la arena, la casa, a las personas que la habitan. El coro que canta alegre al iniciar el día o más lastimero al morir la tarde resuena en múltiples rincones. Ahí, en esa quietud el Turco, como todos llaman a Salvador Hassan, tuvo su primer contacto con la música. 

“En ese lugar había mucho tiempo libre y mi abuela me regaló un guitarra”, cuenta. Ese fue el primer disparador. Antes ya tenía un teclado eléctrico, pero fue el instrumento de cuerdas el que abrió universos, puertas infinitas. Terminó la escuela secundaria en Paso de los Libres en un colegio Bachillerato Pedagógico. El cierre le permitió realizar una investigación de campo donde se metió de lleno en la vida de Simón Ocampo, “el genuino luthier de acordeón que tuvo la provincia de Corrientes. Estuve a su lado y el proceso creativo de él empezaba con un pedazo de madera. Otros luthiers toman el mueble del acordeón y modifican”, explica. Ahí el Turco no sólo pudo revelar después cuestiones de la vida y obra de Ocampo, sino que también aprendió algunas cuestiones relacionadas con el oficio de luthier y periodista. 

Cuerdas 

Después de la primera guitarra que le había obsequiado su abuela saltó a su propio instrumento. Primero empezó a interiorizarse por la cuestión técnica referidas al sonido amplificado. “Un día pensé que podía hacerlo y que tenía que probar. Si me salía mal no pasaba nada”, cuenta sobre sus primeras experiencias creando ya instrumentos musicales. En la zona lindante con Brasil el Cavaquinho es muy usado, “modifiqué un primer instrumento y después fabriqué uno completo. Tuve mucha suerte porque me lo pedían; hice algunos por encargo y ahí la cosa fue creciendo”, relata sobre sus inicios. 

Para la fabricación él usa madera nativa de los bosques de la zona. También se propuso hacer guitarras con un sello distintivo. La forma clásica está en cualquier casa de instrumentos musicales. Entonces empezó a jugar con las formas de la caja, con cuerdas de más, “algún agregado especial le pongo”, dice y acota: “Hice una guitarra que tiene la forma de diamante, que además de ser un instrumento de percusión, suena como un cajón; su electrónica es especial para potenciar esas características”. 

Entre los saltos de calidad el Turco agrega que hizo una guitarra similar o de estilo parecido a una Godín. La misma llegó a ser ejecutada en la Fiesta Nacional del Chamamé de la mano de Tony Rojas y Juanchi Costa. Su potencial de creador va creciendo, le gusta de idea de volar sin presiones, sin la urgencia de cumplir con alguien o para alguien. Volar libremente. 

Por ahí fueron estas historias del mes de abril compartida con algunas de las tantas personas que ensanchan sus alas en el arte o la investigación, por puro gusto de estar vivo y volar. 

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Vuelos

Los registros que hoy nos acompañan, cuando abril empieza a despedirnos, retratan momentos de la tarde de dos individuos de monjita blanca, ambos en diferentes épocas. 
Con las alas abiertas vemos al ave dirigiéndose hacia el pasto, en una acción que durará sólo unos instantes, cuando baja a la hierba corta para buscar un insecto divisado sobre el suelo. Al permanecer inmóviles, lo veremos en el lugar unos segundos más hasta que se traslada al árbol de curupí. 
En el siguiente registro, la monjita blanca se vale de la ramita seca, sobreviviente, en una pequeña parcela. Desde el yuyo observa todo lo que acontece alrededor, entre algunos cardos. Mientras parece que todo lo tiene bajo control, con su aleteo de siempre se mueve hacia el aromito florido. El anochecer llega y es hora de volver. Al dar los primeros pasos alguien silba suavemente. Es el momento del día en que la monjita blanca abandona su silencio.