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Ignorando los caminos de la recuperación

El argumento seleccionado sostendrá que esto es novedoso, lo que no evita ocultar el profundo desconocimiento acerca de las herramientas necesarias para generar un crecimiento razonable. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

Mientras todos esperan un tratamiento mágico que minimice el impacto de esta calamidad, o una vacuna muy eficiente que aniquile al coronavirus de la faz de la tierra, la economía se desploma en todo momento y lugar.

Definitivamente se trata de una crisis global que no distingue unos de otros. Sin embargo, los efectos en cada región y sus eventuales derroteros no serán para nada parecidos.

Como ocurre con el covid-19, el augurio para un infectado promedio jamás será idéntico al de otro, siempre dependiendo de la existencia de comorbilidades previas a la llegada de este virus a su organismo. Una persona joven, en buen estado de salud, superará el escollo sin tantos contratiempos. Podría ser la excepción a la regla, pero en términos generales, el tránsito por esta dolencia no desembocaría en su muerte.

Si antes del contagio se sufren enfermedades crónicas como diabetes, obesidad, problemas coronarios, oncológicos o renales, o cuadros de inmunodepresión, por citar sólo algunas, el episodio no sería prometedor.

De todos modos, pareciera que la ciencia se inclina a pensar que el factor más temible sigue siendo la edad y, bajo esa premisa, las personas añosas asumen una posible mortalidad superior respecto del resto. Haciendo una analogía con lo sanitario, se podría decir que, el porvenir de las economías de cada país depende también de ese panorama previo al advenimiento de la pandemia.

No es lo mismo imaginar cómo serán las etapas de la reparación de una nación que venía creciendo decididamente a lo largo de años, que hacer ese mismo ejercicio con aquellos otros cuyo desempeño era oscilante.

En ese contexto, queda muy claro que el planeta logrará reponerse de esta catástrofe. Se podrá discutir en qué tiempos y su recorrido, pero la matriz productiva no ha sido tan dañada como para suponer una hecatombe.

Cuando se intenta analizar esto localmente es todo muy diferente. Argentina viene de múltiples tropiezos y sus condiciones estructurales son deplorables, arrastrando problemas endémicos desde hace varios lustros.

Inflación elevada y una moneda propia desprestigiada, gasto estatal desbordado, déficit eterno, desocupación en aumento, subempleo oculto, programas sociales ineficaces, endeudamiento gigantesco, default declarado, sin acceso al mercado de capitales ni a la inversión extranjera, una presión tributaria inaceptable y una legislación laboral obsoleta son sólo algunos de los ingredientes de este diagnóstico.

Se suman una justicia indolente, un sistema educativo decadente, un régimen político desacreditado, una clase dirigente mediocre, un sistema electoral tramposo y un pesimismo social omnipresente.

La sorpresiva aparición de la pandemia aterrizó por aquí agravando una endeble situación general. El país ya esperaba una caída de su producto bruto, una inflación significativa y un escenario dramático, bastante antes de ingresar a este olvidable año.

Es por eso que comparar la situación propia con la del mundo es una fantasía o una canallada. Es como si a un paciente de riesgo, anciano y con varias afecciones de larga data, le dijeran que no tiene nada de qué preocuparse, porque esta es una simple gripe sin grandes consecuencias.

Para este país, esta pandemia tiene una letalidad feroz y el pronóstico es absolutamente reservado. Frente a estos paradigmas poner en manos de inexpertos, improvisados y cínicos el futuro de esta sociedad es un suicidio.

Va siendo hora de que el gobierno asuma no sólo su impericia para manejar esta tormenta, sino también su inocultable ignorancia para diseñar un sendero de salida que ofrezca esperanzas a este enfermo casi terminal.

La arrogancia de quienes se ufanan de saber más de lo que saben se agrega a este endemoniado cóctel. Un grupo de temerarios políticos le quieren hacer creer a la sociedad que ellos son los artífices de un rebote económico ocurrido hace dos décadas sin mencionar su participación en esa debacle.

Aquella experiencia no es un antecedente válido, pero aun si se les otorgara el beneficio de la duda, las decisiones que han tomado durante estos meses muestran cómo razonan. Sólo se han ocupado de emitir dinero y repartirlo.

Mientras tanto han ahogado a todo el sistema productivo, sin postergar los vencimientos fiscales, ni reducir tributos, ni mucho menos adelgazar el obsceno gasto público que sigue siendo la vaca sagrada de esta parodia.

Para muestra sobra un botón. No piensan hacer ningún esfuerzo propio para salvar un puesto de empleo genuino. El Estado, para ellos, no es una variable. El ajuste tendrán que pagarlo los ciudadanos abonando religiosamente sus impuestos, obteniendo a cambio servicios de cuestionable calidad.

Algunos analistas sostienen que los gobernantes saben qué hacer, pero que prefieren no hacerlo. 

A la luz de los anuncios y de los hechos concretos, habrá que decir que más allá de las opinables actitudes, no tienen la más mínima idea de cómo instrumentar un proceso sustentable de recuperación. 

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