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Sobre el coronel Desiderio Sosa y la infausta suerte de doña Toribia de los Santos

Los herederos del coronel Desiderio Antonio Sosa decidieron responderle al escritor Enrique Eduardo Galiana que en la edición del 30 de mayo del diario El Litoral publicó un cuento de su libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”.

Por El Litoral

Domingo, 03 de octubre de 2021 a las 01:31

Una de las figuras más sobresalientes del panteón heroico correntino durante la segunda mitad del siglo XIX es, indudablemente, el coronel Desiderio Antonio Sosa (Itatí, 1829-Buenos Aires 1878), hijo de doña Ángela Sosa y don Ángel Corrales, y sobre cuya figura algunas plumas indeseables de intrascendencia académica han querido mancillar en todos los órdenes tildándolo de hijo natural, que lo fue, pero con padre conocido, y de desmerecerlo socialmente cuanto que pertenecía al primer círculo de la dirigencia militar y con preeminencia política y social en su tiempo. 
La labor del coronel Sosa desde sus orígenes primeros hasta su heroica vida al servicio de las armas de su provincia, más aún de su Patria, estuvieron documentalmente probadas por la Historia repetidas veces y se encuentran, y solo citar, perfectamente expuestas en el celebrado libro “El coronel Desiderio Sosa”, de Pedro Bonastre editado en 1899, que mereciera por cierto elogios conceptos en su tiempo, reeditado en 2004. No obstante ello, algunas plumas livianas y carentes de autoridad de todo tipo se han ocupado de su figura reiteradas veces buscando mancillar su honor y su buen nombre. ¡Allá ellos!, pero sepan quien o quienes lo hacen de manera repetida y obsesiva, que no solo no logran su objetivo sino que demuestran el desequilibrio emocional propio que los anima afirmando aquella frase que el ilustre Cervantes hizo decir a su inmortal Quijote “¡Ladran Sancho, señal que cabalgamos!” Cuánto más aún cuando los improperios provienen de quien no tiene seriedad intelectual para decirlos.
En cuanto a la figura de doña Toribia de los Santos Sosa, esposa del héroe, no ha estado exenta tampoco de directos ataques, o por elevación cuando la temeridad de las plumas fue mayor y por tal motivo siendo historia novelada o novela histórica cual más bajo estilo “Corín Tellado” rodeado de tilingas suposiciones, tomaron la figura de esta, una de las cinco Cautivas Correntinas de la Guerra del Paraguay, como también el pretendido novelón que intentó presentar tiempo atrás en el Museo de Bellas Artes Juan Ramón Vidal, una señorita de nombre “Saridon” como se la bautizó en dicha oportunidad pretendiendo denigrar la memoria de las Cautivas Correntinas. Porque cinco fueron las elegidas puntualmente y no 6 o 4, ni 100 ni 1.000, cinco, a ver si se entiende, haciéndola aparecer como una damisela liviana, jocosa, que partió al canto del primer soldado paraguayo que se le cruzó en el camino y no volvió haciendo simular su muerte como víctima del cólera morbus, cuanto que el documento escrito por una de sus compañeras, Victoria Bart de Ceballos, abunda en detalles sobre el triste final de Tórtora, y el historiador Hernán Félix Gómez lo reafirma mediante entrevistas que en su tiempo realizó a expectables vecinos y no pocos testigos presenciales de las fatídicas “Jornadas de Agonía”, como las llamó alguna vez el gran Manuel Galvez.
Pues bien, si a Sosa le siguen endilgando menosprecios inmerecidos proyectando en su figura las frustraciones y resentimientos sociales de quien lo escribe y de paso de Toribia de los Santos la atacan para presentarla en un cuadro de ficción cobardemente irrespetuoso, la cosa fue a mayores cuando hace unas horas nada más le inventaron que convertida en figura fantasmal campeaba con aires de cortesana por lo que fue su casa…¿Su casa? Pues no, porque si hay aparecidos “angau” en la sede del Colegio de Abogados de Corrientes, debe saber la comunidad que allí no vivieron los Sosa que por otra parte sí tenían casa-habitación en la calle 9 de Julio entre las calles Córdoba y Catamarca, casi frente mismo a la Casa de los Ceballos de donde fuera arrastrada a horroroso exilio y prisión y también Victoria Bart de Ceballos. Por cierto, allí en esa casa de dos plantas de la calle 9 de Julio estaba el coronel Sosa aquel fatídico Jueves Santo, 13 de abril de 1865 cuando los paraguayos sorpresivamente atacaron la Ciudad de Vera de las Siete Corrientes, y con tal motivo se presentó a defender la ciudad y luego se puso, como correspondía, a las órdenes del gobernador Lagraña para acudir a la primera defensa con guerra de guerrillas ante lo implacable del invasor. De esa casa una fría madrugada de luna del mes de julio fue sacada presa también para su forzado exilio del que nunca pudo volver Tórtora de los Santos Sosa y tal como lo cuenta el diario personal de su hija Deidamia, no hubo forma de defenderla porque si bien al principio y sabiendo lo que pasaba en lo de Ceballos la ocultaron en el Consulado de Francia, al lado mismo de su propia casa-habitación, los gritos desgarradores de sus hijos aterrorizados por la barbarie paraguaya la atormentaron de tal forma que Toribia concurrió ante sus captores y dijo quién era. Y desde allí fue el fin. 
¿Pues de dónde sacan entonces estos ilusos seudos investigadores de historieta que en la calle Tucumán entre las calles Quintana y 25 de Mayo vivían los Sosa? Pues de su mala lectura, o nula, de su desinformación y carencia de rigurosidad, elemento que por supuesto impera en cada uno de sus seudolibros de pretendida veracidad. Pues no, ese solar de casa, hoy Colegio de Abogados de la Capital de la Provincia de Corrientes fue casa-habitación de otra de las cuativas, de doña Encarnación Atienza Vargas Osuna quien allí fue llevada cautiva por los paraguayos esa misma madrugada antes citada, y allí volvió a vivir los últimos veinte años de vida lacerada que le quedaron en suerte. Esa casa, a su muerte en 1890 sería donada por el doctor Ricardo Osuna, hijo de la señora para el Colegio de Abogados. Y si hubiera fantasmas de casas o aparecidos o cosas raras como dicen algunos arrebujados en sus fantasías y divagaciones. Pues debe ser nomás un fantasma “yapú” que viene gravemente a asumir identidades que no tiene solares  que le pertenecen. 
Una recomendación al o los tilingos de pluma fácil: lean más antes de escribir, ilústrense antes de mentir, y tengan la hombría de bien que les falta para evitar, en lo sucesivo, menoscabar el buen nombre y honor de nuestros antecesores que desde la tumba ya no pueden esgrimir defensa alguna.
Seguramente esto se habría solucionado con un duelo entre el Coronel Sosa y quien está pronto a denigrarlo en su persona y esposa…O tal vez no, porque el duelo es entre caballeros, no con sujetos de poca monta.

 

Firman los herederos de esos sucesos: Felipe Bonastre (7.713.786); Roberto Bonastre (7.833.999);
Maquelita Rivero de Prieto (3.326.546) y Fernando González Ascoaga (18.033.052).

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