Se cumplen hoy 58 años de que una gran figura del boxeo argentino, el “Mono” José María Gatica, partía al más allá, luego de un grave accidente en el que fue atropellado por un colectivo y por el que estuvo dos días en agonía en el Hospital Rawson.
Su muerte conmocionó al mundo del deporte, al boxeo en especial. Era todo un personaje, ídolo indiscutido en su momento, tan odiado como querido. La mitad del colmado Luna Park iba a verlo ganar: era la popular. La otra mitad iba a verlo perder: era la platea o ring side.
No lo querían por sus actitudes. Fue un chico grande al que le costó mucho llegar a la cima y, cuando lo hizo, no tuvo la conducta necesaria para mantenerse. Pero él era así, sincero, humilde, simple, a veces tierno con los niños, y a veces capaz de pelearse con un batallón.
José María Gatica fue, salvando la lógica distancia, un antecesor de otro gran personaje del boxeo argentino, Oscar “Ringo” Bonavena, que curiosamente también terminó de forma trágica sus días.
Gatica se metió en la piel del pueblo sin llegar a ser campeón y hoy, hace 58 años, un fatídico miércoles 12 de noviembre de 1963, se convirtió en leyenda, en mito, porque ese día el “Mono” se fue para siempre, luego de haberse destacado en los años 45 al 55 en la categoría de los livianos.
No merecía morir de esa forma, pero él mismo se forjó su destino. El 10 de noviembre de ese año había ido con un amigo Emilio Sánchez, aprovechando su fama, que lo invitó a que lo ayudase a vender muñequitos del Diablo Rojo en cancha de Independiente.
Ya en su ocaso deportivo, había entrado en la curva descendente de la vida. Estaba borracho ya antes de entrar, como en los últimos años de su fracasada carrera, y por esa razón, según Sánchez, se lo llevó antes de que terminara el partido.
A dos cuadras del estadio “rojo”, quiso subirse al colectivo 295, que venía por el medio de la avenida, haciéndoles señas con los brazos para que se detenga, pero el chofer, como no era parada allí, siguió su camino.
Corrió al colectivo, intentó asirse al pasamanos para subirse al estribo, pero le erró y no pudo, en su remolino mental, calcular la distancia, cayendo sobre el cemento y recibiendo un tremendo golpe. Las ruedas dobles traseras le pasaron por arriba. Tuvo fracturas múltiples, rotura de pelvis y la uretra hecha trizas, además de hemorragias internas.
Una pareja que pasaba en auto lo llevó junto a su amigo al Hospital Rawson. Allí lo operaron de urgencia y estuvo dos días en agonía, en muy grave estado. Se fue yendo despacito, su vida se fue apagando lentamente, como un tigre herido de muerte. Así se esfumó la vida del ídolo, del hombre que convocaba multitudes en el Luna Park, del hombre que inspiró al gran director cinematográfico Leonardo Favio para realizar una gran película con su vida, llamada “Gatica, el Mono”. Un hombre que fácilmente estuvo entre los cuatro o cinco mejores livianos de la historia del boxeo argentino y que hoy es leyenda.
Sus comienzos
Gatica había nacido el 25 de mayo de 1925 en Villa Mercedes, San Luis, y de allí se vino a los 7 años con su madre y dos hermanas a Buenos Aires, en busca de nuevos horizontes, hasta que ancló en San Telmo. Allí fue lustrabotas, diariero y todo lo que le podía dejar alguna ganancia.
La dura vida lo llevó muchas veces a pelearse en la calle y así comenzaron a conocerlo y respetarlo. Poco a poco se fue metiendo en el mundo del boxeo. Fueron memorables las peleas que sostuvo con Alfredo Prada, peleas tremendas en las que se turnaban uno y otro en la victoria. Fueron seis los enfrentamientos, habiendo ganado tres cada uno, pero en peleas tremendas, sangrientas.
“Dos potencias se saludan”
En una ocasión en el Luna Park, enfrentando a su eterno rival, Prada, estaba el general Juan Domingo Perón, de quien era amigo, sentado en el ring side. Cuando Gatica lo vio, antes de subir al ring se dirigió a él para saludarlo y estrechando su mano enguantada con la de Perón, le dijo una frase que luego sería histórica: “Mi general, dos potencias se saludan”, le dijo sonriente a Perón que, sonriendo también, le deseó suerte.
Era amigo del general y Evita, a tal punto de que a su primera hija le puso Eva. No tuvo suerte en sus tres matrimonios: con la primera mujer, Emma Fernández, tuvo a su hija Eva, luego se separaron, y con la segunda esposa, Nora Guercio, tampoco tuvo suerte, ya que esta murió de cáncer. La tercera fue Rita Armellino, a quien le tocó lidiar con Gatica en su última etapa de decadencia y con la que tuvo dos hijas.
Ya el “Mono” estaba en su etapa final, tanto deportiva como personal. Fue a pelear por el título mundial a Estados Unidos ante el campeón Ike Williams, mal preparado y muy indisciplinado en sus acciones. El campeón no tuvo problemas en noquearlo en el primer round. Luego de eso, su mánager Nicolás Preziosa, muy disgustado por su comportamiento, decidió dejarlo. Hizo una parodia de pelea o lucha con Martín Karadagián en la cancha de Boca, para poder sobrevivir. Pero no tuvo éxito.
La vida comenzó a pasarle factura por su comportamiento en todo sentido. Hasta que llegó ese fatal 12 de noviembre de 1963, cuando ya en plena agonía en el Hospital Rawson, pedía que no lo dejaran solo. “Dame, dame” y “Mamá, mamá” fueron sus últimas palabras, rodeado de su madre, su mujer Rita, sus dos hijas, Nicolás Preziosa y algunos periodistas. Dejó de sufrir para convertirse en mito y leyenda del boxeo argentino.