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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La catarsis argentina

Las opciones políticas antisistema son un clásico de las democracias contemporáneas. Constituyen catarsis ciudadanas contra el status quo y la repetición de problemas irresueltos. Sin embargo, hay que prestarles mucha atención cuando, como en Chile, se presentan como alternativas reales de poder.

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

 

“La falta de definición de objetivos internacionales tiene una relación directa con la situación política interna de las democracias actuales, que tienden a enfocarse hacia ellas mismas y pierden dimensión global. Ante esto, los ciudadanos vuelven sus ilusiones a opciones anticuadas”.

Martín Ortega Carcelén, 

“esglobal.org”

Los partidos de centro, en mi experiencia, son los que más contribuyen a conformar democracias estables, tanto de centroizquierda como de centroderecha. ¿Qué es una afirmación cuestionable? Es posible, pero absolutamente verosímil.

Las generalizaciones son siempre riesgosas en materia sociológica. Corremos el riesgo de no capturar en el razonamiento las complejidades del hecho social y político, en tanto hechos humanos. Sin embargo, muchas veces resulta necesario un elevado grado de abstracción para comprender las grandes líneas de la historia.

En tal sentido, es dable expresar que las frustraciones ciudadanas en la democracia suelen canalizarse a través de aquello que supuestamente representan el antisistema. Del centro político a los extremos sería la representación de la catarsis ciudadana ante los desencantos del status quo o de problemas irresueltos y repetidos en el tiempo.

La responsabilidad de las propuestas de campaña, tienen una relación directa con las posibilidades de acceder al gobierno. Menos posibilidades, mayores slogans disruptivos. Pero Estos, cautivantes para los descontentos, los desahuciados, son los que finalmente no aceptan las gestiones gubernamentales legitimadas por las urnas.

Antes, sobre todo en nuestro país, la catarsis se canalizaba a través de los golpes de Estado, hoy, gracias a Dios, existen vías democráticas para expresarla.

En general, las democracias estables nunca tuvieron sus anclajes principales en las visiones extremas, antes bien resultan opciones que refrescan el sistema, completan el paisaje de la pluralidad.

Mas si, como en Chile, esas opciones disruptivas se constituyen en opciones reales de gobierno, ello indica que existe un descontento social que va más allá de una catarsis periódica de los ciudadanos.

Aún a riesgo de pecar por imprecisión conceptual, de conformidad a la senectud de la opción derecha/izquierda, está claro que en el país trasandino se presenta muy claramente las visiones extremistas por las que han optado los ciudadanos.

Gobernados tradicionalmente por partidos o alianzas de centro, la segunda vuelta obliga a las visiones centristas chilenas a inclinarse hacia los extremos. La coalición oficialista de centroderecha, Chile Podemos Más, ha anunciado que apoyará al abogado derechista José Antonio Kast. Por su parte, la alianza centroizquierdista Nuevo Pacto Social, se inclinará por el izquierdista Gabriel Boris, protagonista fundamental de las revueltas chilenas del último tiempo.

En su carrera hacia La Moneda, Kast es un admirador de la dictadura de Augusto Pinochet, está en sintonía con líderes como Jair Bolsonaro, Donald Trump, el partido Vox español, y Javier Milei en nuestro país. Tiene un fuerte discurso contra la inmigración, el matrimonio gay, el feminismo, y una mirada complaciente hacia el pasado del gobierno militar.

Boris, un emergente estudiantil de las pasadas protestas, es un crítico acérrimo del modelo neoliberal de Pinochet, cuya continuidad económica se produjo en los sucesivos gobiernos democráticos. Ecologista, feminista, regionalista, promete una agenda de profundos cambios.

No quiero pecar de pesimista, pero me temo que los chilenos enfrentan momentos de dura tensión democrática, ante el perverso juego de los extremos. Una derecha anticuada, militarista, antiderechos, y una izquierda gramsciana, imprecisa y con una agenda casi imposible de cumplir en los marcos actuales.

El discurso de la izquierda gramsciana sobre la construcción de la hegemonía ha devenido en lo que sus cultores llaman “la radicalización de la democracia”, algo así como la eliminación de las instituciones intermediarias, reemplazadas por la participación más directa del “pueblo” en relación directa con el líder autoritario. La derecha no es distinta, lo prueban Trump y Bolsonaro.

En definitiva, vale expresar que lo que se juega, antes que la opción derecha/izquierda que ha devenido en adjetivo, la vigencia de experimentos populistas que casi nunca terminan razonablemente bien. Populismo de derecha o populismo de izquierda.

Cualquier opción que triunfe, me temo que les espera a los hermanos trasandinos momentos de dura confrontación, algo así como lo que en estos pagos denominamos “la grieta”, que tiene postrada a la Argentina.

A diferencia con Chile, en nuestro país las opciones marginales todavía se presentan como canalizadoras de la catarsis ciudadana, sin posibilidad real de representar una alternativa seria de poder. Lo prueban las últimas elecciones legislativas. La izquierda, hay que decirlo, nunca tuvo un anclaje importante en la sociedad. Sin una visión clara de país, su permanente referencias a derechos que son del conjunto y no de una posición sesgada de la ideología, elección tras elección repiten el lugar que el electorado argentino les ha conferido.

La novedad es la aparición disruptiva de la derecha, que con el discurso hiper libertario, ha convocado a importantes sectores juveniles que ven en la rebeldía contra el sistema político, una especie de irrupción de “superhéroes” dispuestos a acabar con la “casta”. Por ahora, más de lo mismo de los fugaces “antisistema”.

Javier Milei, un impensado aliado regional del chileno Kast, representa esa irrupción, con su pelo desgreñado y un discurso volcánico, convoca a la “revolución libertaria”, una repetición de recetas económicas y políticas que no se aplican con pureza en ninguna parte del mundo, especialmente en las democracias más exitosas.

En lo personal, no me dejo llevar por los discursos incendiarios ni las opciones extremas, que si llegan al poder se terminan “aggiornando” a las recetas tradicionales, o concluyen en sonoros fracasos como el caso de Chavez y Maduro en Venezuela. Milei, con una organización improvisada que ni siquiera presentó las rendiciones de cuentas de la campaña en las Paso, formula afirmaciones que en muchos casos son absolutamente contrarias a los hechos.

Pruebas al canto. En su discurso, el diputado electo por La Libertad Avanza, aboga por la portación de armas en la sociedad civil, sosteniendo que, en los Estados Unidos, por ello, “la cantidad de delitos es menor”. La evidencia indica exactamente lo contrario.

Estudios científicos autorizados (como los publicados por la revista científica estadounidense Scientific American, o los de los investigadores del Boston Children’s Hospital y la Universidad de Harvard, o el de la investigadora del Conicet en la UBA, Alejandra Otamendi), indican que “a mayor cantidad de armas de fuego en la sociedad civil, mayor cantidad de muertes por armas de fuego, tanto por homicidios como por femicidios, suicidios y accidentes con armas de fuego”.

Aun con todo ello, el crecimiento de los antisistema indica la consistencia de problemas irresueltos en la democracia, que la política tradicional no solventa o se siente cómoda conviviendo con ellos.

Parece ser que los mejores caminos no están del lado de los antisistema, pero también interpelan duramente a una corporación política que no ha estado a la altura de las circunstancias.

Argentina es un caso especial. Un “ladripopulismo” que bascula permanentemente. A poner las barbas en remojo.

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