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Vacunación y ansiedad social

Con la pandemia y la lenta vacunación, los gobiernos en el mundo tuvieron que lidiar con la ansiedad social. Algunos lo hicieron con extrema transparencia, única forma de hacer frente a la extrema ansiedad. Otros no.

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

 

“Hoy elijo nuevamente 

la esperanza, aun cuando 

los hechos contradicen 

persistentemente mi elección”.

Han dimensionado debidamente los gobiernos el grado de ansiedad social provocado por la vacunación anticovid? ¿Han advertido que el único remedio paliativo es la transparencia, y si esta no existe o es incompleta, la ansiedad puede pasar de un temor indefinido a convertirse en un tsunami que arrase con todo a su paso?

Los inquilinos del poder en el mundo, en cada país, en cada provincia, no ignoran que la problemática número uno de los ciudadanos pasa hoy por la vacunación, y que un error, un hecho dudoso, una falta de transparencia, puede ser la chispa que desate un incendio de insospechadas proporciones.

Los gobernantes en general evalúan de manera insuficiente la importancia de la transparencia. Creen que cumplen con la obligación constitucional de publicidad de los actos de gobierno, a través de actitudes episódicas unilaterales, como comunicados, conferencias de prensa o metodologías más modernas como los tuits, los posteos o los videos.

Si bien ello contribuye a la difusión de sus actos, no son ni por asomo suficientes y, más aún, a veces pueden servir para distorsionar la verdad, directamente ocultarla o dirigir la atención del público hacia otros temas que hacen crecer de manera oportunista.

Pero la transparencia no solo requiere de actos unilaterales del Gobierno, sino de condiciones objetivas, algunas de las cuales son:

1) Una prensa plural, en cuyo sostenimiento el Estado sea un cliente más, no el de mayor importancia. Si los medios son simples agencias reproductoras de la información oficial, si no hay investigación y opinión propia, no hay transparencia democrática sino cerco informativo. Esto es muy difícil de logar en lugares pequeños, donde el Estado es la porción más grande de la torta económica.

2) Una oposición enjundiosa, capaz de plantear sin cinismo ni doble discurso (uno en una provincia y otro en la nación, o viceversa), la otra cara de los temas trascendentes.

3) Una Justicia con jueces y fiscales valientes, que contrapesen verdaderamente la fuerte incidencia del poder administrador y que ostenten con orgullo la independencia como el mayor valor que puedan exhibir.

4) Una sociedad abierta y sin preconceptos, que no tome ciegamente partido sin análisis, que tenga la camiseta del interés general, que esté dispuesta a aceptar otras verdades, no esa que ve la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio.

La transparencia es el requisito número uno de la democracia, me atrevo a decir, por la simple razón de que se trata de darle acceso libre y oportuno a los ciudadanos, de las decisiones que un pequeño grupo de personas toma en nombre de todos, decisiones sobre nuestro bolsillo, nuestra seguridad, nuestra educación y, lo que hoy es más importante, sobre nuestra salud.

Al votar, a nadie le hemos dado un cheque en blanco para que maneje los resortes del Estado a su capricho, tampoco para que disponga de bienes socialmente valiosos sin criterios razonables, entre las tinieblas o al amparo de la oscuridad.

No es la corrupción, como pareciera, lo que diferencia un gobierno honesto de otro que no lo es, sino la impunidad.

Si desde esta columna reiteradamente criticamos ese débito democrático, no es para molestar a alguien sino para que los funcionarios reaccionen en el sentido del cumplimiento de sus obligaciones constitucionales de publicidad de sus actos.

Es cierto que resulta difícil gobernar en un clima de extrema ansiedad, donde se ven fantasmas por todos lados, pero la única receta que conozco (repito, la única) para luchar contra la extrema ansiedad social, es la extrema transparencia, las reglas claras, el libro abierto, la eliminación de los secretismos, de la soberbia, de los procedimientos opacos, de las medias verdades, de las enteras mentiras. Nunca debemos olvidar que la opacidad es la madre de la suspicacia.

Indudablemente no se logrará eliminarla completamente, porque está en juego la vida y la salud, pero es seguro que con ciudadanos informados tendremos menos nerviosismo y mayor control de la angustia social.

Nunca debe olvidarse que “la ansiedad es un arroyito de temor que corre por la mente. Si se lo alimenta, puede convertirse en un torrente que arrastrará todos nuestros pensamientos” (A. Roche).

Si con la pandemia algo aprendimos, no demasiado en realidad, con la vacunación debemos aprender a reclamar transparencia, un sistema científico, justo, eficiente y por sobre todas las cosas informado con anterioridad al hecho de la distribución de turnos, un sistema que no admita la denuncia tardía de hackeos poco creíbles, que no se cambie a cada rato con discursos contradictorios.

Tal vez a los gobiernos les haya faltado reacción, hubiera servido un Observatorio de Vacunación, con participación de las sociedades científicas en el armado del sistema, y de otras organizaciones y personas insospechadas en el contralor en tiempo real de su aplicación; hubiera servido a los funcionarios para descargar la enorme responsabilidad del manejo de bienes sociales tan valiosos y urgentes.

¿Es mucho pedir a los gobernantes que posibiliten a los ciudadanos conocer cuántos números les faltan para que llegue el ansiado momento de la vacunación de sus padres, de sus abuelos, de sus cónyuges, de ellos mismos? Reitero, ¿es mucho pedir?, porque hasta ahora no proceden en consecuencia.

Si la suspicacia duele, si la acusación injusta lacera el alma, no es con enojos y discursos la manera con que los funcionarios nacionales y provinciales se sacudirán las sospechas. Tienen en sus manos el camino que les marca la ley y la ética pública: presentarse ante el juez o el fiscal y pedir la propia investigación, invitando a la sociedad a ser querellante particular. Solo con la decisión judicial, pronunciada en el marco de una exhaustiva y transparente investigación, como podrán acreditar ficha limpia, si este fuera el caso, ante sus mandantes. No es suficiente, ni legal ni políticamente, ser absueltos por la cúspide de la pirámide.  

Creo que son los mismos gobiernos los que se colocaron el sayo de la duda, de la suspicacia, de la sospecha. No supieron prevenir aquello que se venía: la ansiedad social, que solo puede ser combatida con extrema transparencia, claridad en los procedimientos, limpieza en el manejo de los recursos y, sobre todas las cosas, sin soberbia, con información clara y precisa y control social.

¿Es tarde para restaurar la confianza? ¡Ah, eso sí que yo no sé!

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