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El tacuaral, el colorado y los gitanos

Domingo, 23 de mayo de 2021 a las 01:03

Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

Avenida España era el límite de Corrientes, hacia el oeste la ciudad se convertía en marginal al tiempo de este cuento.
Grandes fracciones de tierra se podían comprar por pocos pesos, los alquileres eran baratos y la construcción estaba reservada a las familias de fortuna, los pobres se las arreglaban en piezas de material o ranchos de barro subsistiendo como pudieran, total para ellos estaba el cielo.
Sobre esa avenida, que en realidad es una calle, que en ese entonces corría al revés, de norte a sur, vivía el famoso Colorado, antiguo frutero que proveía a los minoristas del Mercado Central que terminaba de construir don Elías Abad, hoy destruido por los piqueteros urbanos, se emplazaba donde se encuentra la plaza San Juan de Vera, que en realidad todos la llaman la plaza del mercado, a la que le faltan muchos árboles. El Colorado era un hombre de trabajo, vivía modestamente y era muy querido por sus vecinos.
En las tardes cuando aflojaba el trabajo, se sentaba, como era costumbre en Corrientes, la vieja en la vereda a tomar mate o simplemente a mirar, intercambiando conversaciones con los vecinos que también se ubicaban en sus respectivos frentes, la vida corría tranquila y dichosa. Dos hechos van a cambiar la vida del Colorado. 
Una tarde lo visita un conocido suyo llamado Quilan, gran jugador de fútbol, quien tenía dotes extrañas según él afirmaba, le propuso al incrédulo Colorado que lo acompañara a revisar su terreno, era extenso y la casa estaba en el fondo, su amigo Quilan y tres acompañantes ingresaron, abrieron un pequeño maletín y extrajeron de él una máquina rara, (hoy conocida como busca metales) ceremoniosamente y en silencio los investigadores caminaban por el terreno, la parte que estaba revisada la marcaban con una estaca y un hilo, la cuadrícula, sacaron hierros viejos, clavos, una parte de un arado, hasta que apareció una pava de hierro, cuando la levantaron era pesada o estaba llena de tierra o algo guardaba. La misma contenía todas monedas de oro. Comenzó la discusión, cómo era el reparto, el Colorado estaba solo y los otros eran cuatro. Palabras van, palabras vienen, decidieron que el sesenta por ciento era para el descubridor y el cuarenta para el propietario, no podía haber discusión, como dicen las Partidas de Alfonso el Sabio: “Llegaron los sarracenos y nos molieron a palos, porque Dios está con los malos, cuando son más que los buenos”. El Colorado, en su ingenuidad, por la hora en que ya el sol se escondía y realizado el reparto despidió a Quilan y sus amigos hasta el día siguiente para continuar con la búsqueda.
Cuando Quilan volvió, el Colorado lo esperaba en la puerta tranquilamente sentado y le advirtió que se había terminado la búsqueda del tesoro, Quilan bastante molesto pretendió amenazar al propietario cuando detrás de la puerta apareció el hijo mayor con un reluciente fusil Máuser, de manera disuasiva, el Colorado aún sentado exhibió en la cintura un potente 44/40 Colt. –“Ayer me jodieron, manifestó el Colorado, nunca más los quiero ver por acá.”
Según cuentan los vecinos, el Colorado se trasladaba en una vieja motocicleta hasta un campamento gitano ubicado sobre lo que hoy es la avenida Independencia y negociaba sus monedas de oro con un romaní, que casualmente se llamaba Miguel, todos se llamaban Miguel, que por sus actividades no preguntaba ni respondía, si le convenía el negocio simplemente lo hacían, su vida se desarrollaba en un mundo marginal y trashumante, como bien afirmó Miguel: –“Si el oro es bueno no importa si está flojo de papeles”–. Los negocios se realizaron siempre con los nómades porque si en algo se caracterizan es en guardar silencio por su seguridad y en respetar la palabra por sus negocios.
El frutero arregló un poco su casa, puso unas nuevas plantas pero no tocó el tacuaral en el fondo, los bananeros ni su chiquero de chanchos, porque hay que recordar que cada casa se abastecía de muchos productos. Lo que le llamaba la atención permanentemente era como una especie de brillo salía del tacuaral, pensó: –Debe ser algún vidrio–. Una noche de mucho frío, el baño no estaba terminado y el viejo quedaba a una distancia prudencial, se acercó al tacuaral a descargar su vejiga y se sintió acompañado, un negro alto de apariencia fuerte con escasas ropas y una cadena colgando de una argolla de su cuello le susurró al oído: –“No molestes a mi amo”–. Congelado quedó el hombre, su necesidad se cortó de golpe. Pegó un giro y volvió a su casa cubriéndose con sus calchas.
El primer tesoro desató su ambición, era más fuerte que él, convocó a sus hijos mayores y les hizo jurar reserva, a lo que aceptaron sin chistar. Su esposa fue a la casa de su suegra con los hijos menores, trancaron la puerta a media mañana y comenzaron a desmantelar el tacuaral, que para ellos era una fuente de ingresos porque la tacuara maciza en esa época tenía muchos usos, en la construcción y otras cosas. Caídos con honor los viejos tacuarales, arremetieron contra sus raíces, no eran muy resistentes, cada palada aumentaba la tensión hasta que uno de sus hijos lo llamó: -“Hay una tinaja papá”, -“pará” - gritó el Colorado. Con una finura enorme que no era común en ellos, con cucharas de albañil fueron limpiando cual arqueólogos el lugar, aparecieron una y hasta diez tinajas, bastante grandes, todas ellas repletas de monedas de plata y oro, solo una únicamente con joyas. A continuación encontraron la punta de una cadena, a la cual siguieron con excavaciones con pala y pico, una argolla acompañada de un cráneo y los huesos de un ser humano carcomidos por el tiempo y enredados entre raíces del tacuaral aparecieron expuestos ante la mirada atónita de quienes sacaban el secreto de la tierra. Al lado del cráneo apareció una pistola antigua, herrumbrada, sin madera alguna, pistola de chispa, que por el agujero que tenía el cráneo en la parte de atrás, fue el instrumento con que se ejecutó al fiel esclavo. 
El Colorado inició construcciones en todo el terreno, de golpe apareció la plata y también sorpresivamente aparecieron muertes subitáneas de sus hijos y una enfermedad terminal que lo llevó al mundo de la oscuridad ante el cajero de la historia a pagar su deuda con la maldición del tesoro.

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