Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”
En tiempos no muy lejanos, el servicio hacia el cementerio San Juan Bautista y al cementerio de la comunidad judía lo cubría la línea de colectivos número 4, es conocida y pública la devoción que los habitantes de la ciudad de Corrientes tienen hacia sus muertos. Ninguna religión logró jamás desplazar a los muertos de las creencias, y en este caso, de los correntinos.
En el día en que se los venera, 1 y 2 de noviembre, la generalidad de los cementerios en Corrientes se halla cubierta por personas que deambulan por el lugar y que pertenecen al mundo de los vivos. Las familias se trasladan con sus vituallas y pasan los dos días junto a las tumbas de sus seres queridos, comen y brindan por su eterno descanso. En esto coinciden casi todas las creencias religiosas. En una época, hace no mucho tiempo, se armaban kermeses y hasta bailes para darle a sus muertos alegría y expresar con mayor fuerza la veneración. Algunos, como en todo el mundo, parados o sentados frente a la tumba de sus seres queridos hablan en un monólogo interminable, que nunca sabremos si el que está provisoriamente entre los vivos se comunica o no con el que pasó a otro estado. Lo que nadie jamás podrá responder es si los muertos nos ven, nos observan o queda algo de ellos; si no fuera por los espectros y fantasmas ni siquiera los recordaríamos. Grandes estudiosos y científicos aventuraron y aventuran teorías respecto al tema. Es por eso que muchas veces nos encontramos con sorpresas que no logramos explicar desde lo metafísico (religioso, etc.) o lo científico, por ello cada cual tiene el derecho y el deber de pensar lo que se le dé la gana. Este relato comienza con el caso que alguna vez ocupó espacio en los diarios. Entre 1969 y 1970, los colectivos de la línea 4 cumplían inexorablemente su trayectoria, al dejar la avenida 3 de Abril se internaban por la avenida Alberdi y transitaban a los saltos lo que era una vía empedrada.
Cayendo la tarde, un día de invierno, una mujer con vestido claro y capelina ascendió a la unidad que conducía Pedro, le preguntó si iba al cementerio, a lo que Pedro contestó que sí; a este le extrañó la pulcritud de la pasajera y la ausencia de cualquier aroma o algo parecido a perfume. A medida que avanzaba al terreno destinado a las sepulturas, los pasajeros fueron descendiendo, quedando únicamente la joven de capelina, a la que por su extraña belleza la observaba de reojo por el espejo retrovisor. Una frenada brusca lo sacó de su atención hacia la pasajera y cuando volvió a observar no estaba más; sorprendido, frenó, estacionó el colectivo y se dirigió hacia el fondo, la puerta estaba cerrada, los vidrios también; atónito volvió al volante y condujo por su recorrido. Cuando bajó de la unidad se fue a hablar con don Tito y en la charla se descompuso, los médicos que lo atendieron en la empresa le sacaron sangre y le hicieron los estudios correspondientes: ni pizca de alcohol y menos de remedio alguno. ¿Qué había sucedido? Nadie se explicaba. Pedro se recompuso y volvió a su casa.
Al día siguiente, los diarios informaban que en el lugar en que había ascendido la mujer con vestido claro y una capelina, fue literalmente arrollada dentro de su vehículo por un camión al que le fallaron los frenos una maestra que volvía de un acto que se realizaba en su escuela Centenario. Lo curioso del asunto es que cuando el chofer miró la foto, era la misma mujer que él había levantado llevándola hasta el cementerio. Pedro no volvió a trabajar.