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Renée Ferrer o “la herida caliente de una distancia insomne”

Nació en Asunción, Paraguay, en 1944. Poeta, narradora y dramaturga. Doctora en Historia por la Universidad Nacional de Asunción. Algunos de sus poemarios publicados son: Hay surcos que no se llenan (1965), Voces sin réplica (1967), Cascarita de nuez (1978), Desde el cañadón de la memoria (1982), Galope (1983), Campo y cielo (1985), Peregrino de la eternidad y Sobreviviente (1985), Nocturnos (1988), Viaje a destiempo (1989),  El acantilado y el mar (1992) y El resplandor y las sombras (1996). Ha sido incluida en numerosas antologías de poesía y narrativa de su país y de Latinoamérica.

Por Rodrigo Galarza

Especial para El Litoral

En ediciones anteriores de estos breves apuntes de la poesía paraguaya señalábamos la adversa realidad histórica-social que ha vivido el país hermano a consecuencia de dos terribles guerras (en el siglo XIX y mitad del XX), a las que debemos sumar la larga dictadura de Stroessner.

Durante el doloroso periodo de la dictadura, la literatura paraguaya fue llegando a los lectores latinoamericanos y del mundo a través de los poetas y narradores (Campos Cervera, Romero, Bareiro Saguier, Roa Bastos, etc.) que vivían en el exilio y que tuvieron la oportunidad de dar a conocer sus obras en el extranjero denunciando lo que estaba sucediendo en ese “Paraguay duro”, como dijera alguna vez el poeta Elvio Romero. ¿Pero qué pasó con aquellos escritores y artistas en general que se habían quedado en el país?; ¿cómo vivieron ese exilio interior? Seguramente cada uno de ellos lo vivió de diferente manera, aunque todos con el denominador común de ejercer la libertad en sus obras, de dejar sus vidas en ellas.

Nuestra asaltante de hoy, de larga trayectoria como poeta y narradora, se refiere así al proceso de exilio interior: “La primera parte de mi obra presenta, por los temas que toca, una búsqueda de esa universalidad que es como un anhelo imperioso de participación en el todo. Ser parte de la humanidad, ser un ciudadano del mundo, reflexionar sobre los problemas de ese mundo (…) Solo más tarde viene esa conciencia de pertenencia a este lugar y con ella la desesperanza del exilio interior, ese saber que todo nos resultará más difícil porque, estando adentro, sin embargo, estamos afuera de un sinnúmero de posibilidades”.

La voz poética de Renée Ferrer se alza lírica y sensual, el yo en relación con el paisaje interno y externo; pero también se alza grito, denuncia, dolor. El Paraguay de los estragos de la guerra y de los muertos por la dictadura en poemarios como Desde el cañadón de la memoria (1982) y Viaje a destiempo (1989) respectivamente.

Bien lo señala Rubén Bareiro Saguier: “La voz acendrada de Renée Ferrer que sabe trascender la anécdota, refringir plurívoca y apasionadamente la realidad histórica, es al mismo tiempo una respuesta a ese reto. Y esto porque la poesía, que por esencia manifiesta la palabra de la colectividad, es capaz, como el pueblo, de superar las más sombrías calamidades, llámense guerras, pestes o dictaduras”.

¡Salud, poesía y libaciones!

 

MUESTRARIO MÍNIMO

 

Caídos

Permanecen

en el vestíbulo de la muerte

con la ceniza del sueño

en las órbitas vacías.

Centinelas insomnes

de una sedienta latitud

de raíces oscuras.

 

Refugio de aves mansas

sus huesos solitarios

lamidos por la noche.

 

En un golfo de angustia

se hamacan los despojos

de una vigilia largamente presentida.

 

Las cruces del silencio

cautivas de un desierto taciturno

se alargan mansamente

en esa soledad desamparada.

 

De repente la nada

amordaza el pulso de la lumbre,

y un naufragio de rezos

modela

el rostro del coraje.

 

Enemigos

La furia se diluye

en un hilo que corta la sobria lejanía.

 

Desenredan sus cuernos

ramazón de contienda

empapando de euforia las callejas del viento.

 

La hiedra del silencio va trepando los cuerpos

mientras la luz se acuesta

sumida en los lamentos.

 

En desérticas sombras

duerme la tierra en calma,

mojada de abandono.

 

En la herida caliente de una distancia insomne

los ojos se dilatan,

y represa la arteria la savia alborotada

de un instante que fluye

desgajado del tiempo.

 

Un disparo desgarra la espesura

en el denso letargo del pulso desbocado,

y una mano fraterna, mutilada y vacía

se aferra al enemigo

en la antesala del olvido.

 

Ahora me olvidas

Y ahora me olvidas.

 

Fui anónimo guijarro

tramontando tu arena

pétalo

que se fue desprendiendo de tu cerco

un canto sin acordes resonando

en sordas caracolas.

 

ahora me olvidas.

 

Pero cuando entregue

esta envoltura descartable

y

mi identidad se duerma

desbrumaré mis ojos

te miraré con olvido

ahogaré tus palabras

en el silencio.

 

 

Cifra

Cómo el dolor me abre el deseo.

 

Tenderme a la vera de tu cuerpo

sospechando las ansias,

los temblores,

ornar con flores robadas

el puente de nuestro aliento

intercambiando besos,

trozos de tiempo.

 

El sol se nos metió en los dedos

haciendo borbotar

el caldo del encuentro.

 

Al instante le crece permanencia.

 

Tu latido dialoga con mi pena

que sin nosotros notarlo

se ha disuelto.

 

Todo sucumbe al punto, sin embargo,

y vuelvo a ser

una cifra cualquiera en un cuaderno.

 

Resurrección

Dejarlo todo sí

mientras bate el oleaje mi cintura.

 

Deshecha espuma

baba marrón

semen de los días

arrumbados como trastos de olvido

en un altillo viejo.

 

Albergue de enmascaradas tentaciones.

 

Dejarlo todo fuera

del espacio que soy y me contiene:

las horas que atosigué de espera

la vigilia alucinada en silogismos

la obstinada ilusión

el timón batallando contra un viento

portador de estandartes mortuorios.

A mi alma le crecen cicatrices

y un lento olor a tiempo desvivido.

 

Dejarlo todo sí

a orillas de este cuerpo

de esta ínsula ardiente

arsenal de ternura.

 

Ah las flores robadas para el duelo.

 

Quemarme en soledad

asolar el desván arrojando bien lejos

los instantes que duran para siempre25

retener en los labios los momentos

como astillas de hielo

sobre la lengua ávida.

 

Abandonar mi cáscara

de rostros funestos

sentarme a contemplar

convaleciente

la llama de una frágil bujía.

 

Desabordar mi corazón

y recobrarme

despojo y oración de algún ser sin memoria.

 

Porfía

Esta torpeza de jugarle a la vida

es mala pasada de no poder vencerme;

esta terca manera de quererte,

a punto de ingresar

o ya saliendo del último intento;

este modo obstinado

de reavivar la llama

donde encontrarme un día,

mendiga de tu cuerpo.

 

Partida

Verte

lejano

para siempre,

para siempre en el suspiro de los pastos               

que la brisa arrodilla.

 

Verte partir

por el zumbido del abejorro               

ante un sol dilapidado,

tu sombra llena de luciérnagas

flotando en la temblorosa incandescencia.

              

Mi cuerpo tendido sobre el aliento de la tierra,

ensombrecido por esa luz que se distancia               

-mariposa de incontables lunas-,

mirándote decrecer

por el corredor de la ausencia.

              

Hay flores claudicantes en el aire,

risa antigua esparcida:

residuos de una cremación compasiva;               

hojas congregándose en un concilio de sombra,

el polen instituyendo la germinación      

de primaveras futuras:

las primaveras que no te verán,

porque               

oh para siempre

te estás yendo.

 

Itinerario del deseo

Anoche tuve audiencia con mi cuerpo,

tu fantasma, mis señas personales:               

indagué en el desánimo, en el cerco

de mis fiebres. Obsesos arenales  

            

me circundan y crecen hacia adentro.

Me someten sus dunas, a las cuales               

rehúyo, añoro, niego, miento, encuentro,

ofrendando el temblor de mis portales.    

          

Sin que medie la luna te poseo

siguiendo de la sangre los puntales.               

Dichoso itinerario del deseo

cuando abrevo mi sed en tus panales.      

        

Cuando el alba se apresta a desvestirse

se despiden tus sombras, antes de irse.

 

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