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La joya maldita

Del libro  “Aparecidos, tesoros y leyendas” de Moglia Ediciones.

Sabado, 21 de octubre de 2023 a las 18:09

n Llama la atención que cuando uno observa una joya de excelente hechura, muestra dos circunstancias, la primera el valor económico de la misma y la segunda el arte de quien la fabricara, artista de los que fueron desapareciendo con el tiempo de nuestra ciudad. 
En la esquina de Quintana y Buenos Aires en la manzana de la Escuela Sarmiento, vivía una familia cuyas raíces provenían de la Asunción, madre de esta incipiente ciudad, caracterizada por andar buscando viveros donde encontrar un árbol de mejor calidad, madera y talla con tal de prenderse de alguna de sus ramas para mejorar su abolengo. 
Cuando arribaron con la expedición del adelantado, muy ocultas entre sus pertenencias venían joyas, todas ellas malditas, provenían de la actividad que realizaran en el cementerio antiguo de la ciudad paraguaya, especialmente una engarzada en oro, con una piedra de color verde, que de por sí representa mucho dolor y angustia, es la esmeralda, piedra fruto de la sangre decía mi abuela, que de esas cosas sabía mucho.
Como buenos profanadores de cementerios, tuvieron la osadía de huir de la ciudad después de vaciar varios enterratorios, cuyos productos vendieron a los comerciantes extranjeros que se dirigían a España o a lugares distantes, sólo un anillo quedó en su poder, el de la piedra verde. 
Una noche de esas se presentó ante la puerta de la casa en el lugar ya referenciado, un señor de buen porte, capa, bastón, sombrero de ala ancha a lo valenciano, reclamando hablar con el señor de la casa. 
La esposa del requerido notó inmediatamente algo raro en el hombre, su cara se mantenía en la sombra aun cuando la obscuridad no era tan pronunciada, sin embargo, como era costumbre lo hizo pasar a la pequeña sala, para esperar a su marido. 
Ingresó el esposo y observó a su visitante, notó de inmediato lo que su mujer le había comentado, la cara era pura sombra. 
El visitante con palabras duras y crueles, acusó al dueño de casa de haber violado la tumba en Asunción y apoderarse de una joya muy querida de familia, la describió tal cual era, se refería al anillo de la piedra esmeralda. 
El aludido negó con énfasis todo, mientras se ponía de pie invitando a retirarse de su casa al sujeto inoportuno, éste sin amilanarse con voz profunda imperativa le ordenó sentarse. Lejos de obedecer gritó a su esposa que buscara a la autoridad a pocos metros del sitio, el sujeto siniestro sin mediar palabras extrajo el alfanje y de un tajo certero cortó la cabeza al infeliz ladrón, la esposa intentó gritar huyendo hacia el fondo en vano, el visitante se le apareció de frente sin explicación alguna procediendo a separar la cabeza del cuerpo, los tres niños aterrados comenzaron a gritar, clamor que corrió como el eco terrible de la escena que contemplaban. La presencia extraña, se dirigió al dormitorio, extrajo el alhajero el anillo que la mujer decapitada lucía con donaire en cuanta reunión asistía. 
Con la paciencia del espíritu vengador, el visitante que no era otro que un alma en pena, escribió con la pluma de su sombrero con la sangre de la mujer y el hombre, que regaban la casa: “A los muertos no se les roba, la maldición de la joya caerá sobre quien la posea”, firmó “un alma en pena”. 
Al llegar los vecinos y la autoridad del Cabildo encontraron ese atroz escenario, dos cabezas bien ubicadas sobre la mesa, la tenebrosa carta del más allá y los niños llorando, el anillo brillaba en el centro de la mesa, parecía que recobraba resplandor con el contacto de la sangre vertida de las testas separadas de los cuerpos. 
Nadie vio a ningún sujeto salir del lugar, se recorrieron los alrededores sin resultado alguno. Tampoco nadie se animó a tocar la joya maldecida por un asesino, afirmaban. 
Los clérigos mercedarios arribaron al lugar y ayudados por los vecinos se hicieron cargo de los cuerpos, además de la joya y la carta, para proceder a enterrarlos según manifestaron. 
Los niños fueron llevados por unos tíos. 
Desde entonces el lugar no tenido mucha suerte, la sangre derramada en el lugar penetró en la profundidad de la tierra, dejando su secuela que hasta hoy se aprecia, la aparición de dos espíritus descabezados que vagan buscando una joya perdida, los que viven en el vecindario juran que se dirigen a la iglesia de la Merced luego de dar unas vueltas por el lugar. 
A pesar del paso del tiempo muchos siguen buscando la joya, la historia o leyenda cuenta que el sacerdote mercedario la enterró en lugar desconocido, lleno de terror,
guiado por un fantasma que esgrimía una espada que brillaba con luz y sin ella exigiéndole bajo amenaza de separar su cabeza del cuerpo que nunca diría dónde, porque
él estaría vigilando. 
Si hay un sitio con presencia espiritual extraordinario es el de la ermita de San Juan hoy iglesia de la Merced, construida sobre cientos de restos humanos del viejo cementerio de la ciudad, en uno de esos túmulos se encuentra el anillo endemoniado, la presencia del encapotado no es extraña en el lugar, aparece de tiempo en tiempo para asegurarse de cuidar la joya, no hay rezo ni misa que valga el alma no perdona la ruptura de su reposo, el espíritu no se marcha pues llegó para quedarse. 
Durante muchos años la vieja casona de la esquina estuvo sin habitantes, los decapitados suelen pasearse por el lugar como lo hemos dicho, cuando fui a verla toqué sus paredes y sentí dolor, pero al intentar ascender a un altillo la figura del guardián se apareció de pronto, bueno ya saben lo que dicen los ancianos, hasta el bigote se paró del susto que me llevé, no porque tenga miedo de las apariciones, sino porque se me apareció de pronto y sus 
ojos lanzaban un brillo rojizo terrible, di la vuelta desistí de la compra casi cerrada, y patatín por cuadras volví a mi casa.
 

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