¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

La casa de las lloronas

Del libro "Aparecidos, tesoros y leyendas en Corrientes" de Moglia Ediciones.

Sabado, 28 de octubre de 2023 a las 19:28

Hay tantas casas con historias tristes que podríamos encuadrarlas a muchas más, sin embargo, resaltamos las que más me impactaron en el recorrido de mi ciudad, tan llena de secretos y como afirman algunos escritores cuando no tenemos explicación ni datos precisos, se perdió en la oscuridad de los tiempos, terminando cualquier debate. 
La esquina de Mendoza y Rivadavia al sur oeste, tomando el lateral de la primera, era una construcción vieja, ladrillos expuestos, rejas de hierro de cientos de años a cuesta, puertas altas de madera dura, resaltaba más porque se encontró rodeada de construcciones nuevas como el Hospital Escuela enfrente y muy cercana por la vereda de enfrente de Mendoza, la maternidad nacional, un lujo para la época. 
La mencionada casa albergaba a las mujeres tildadas de locas, o como dice el vulgo las chifladas, también había otras que por razones desconocidas fueron internadas contra su voluntad por sus parientes por otros motivos, el caso es que ese lugar daba pavor. 
El caminante distraído se encontraba de pronto con manos que emergían de las rejas pidiendo limosnas, comida, ropas, en un escenario de gritos, gemidos, llantos y risas desaforadas, el personal que trabajaba allí o era muy descuidado o les importaba un rábano el destino de las infelices mujeres, generalmente abandonadas a su suerte por las familias, que preferían tachar de sus listados de membresía a quienes presumiblemente perdieron la razón, era considerada una ignominia tener un pariente colifato (loco), en este caso en el libro de la vida su existencia era tachada. 
La mayor crueldad de la cual fui testigo siendo aún muy joven, era observar la desnudez de éstas infelices, muchas de ellas paseaban exhibiendo sus cuerpos, generalmente mugrientos, a la mirada grosera de curiosos enfermos mentales, que se complacían en contemplar ese escenario trágico de la vida cotidiana. 
El grito y los sollozos formaban un coro que conmovía a los vecinos y a las circunstanciales personas que contemplaban la tragedia. Algunos llevaban comida, yerba, café, azúcar y otros elementos de higiene que hacían pasar por las rejas. 
Los enfermeros y enfermeras como se dice vulgarmente se pasaban rascando el codo, sufriendo posiblemente también el olvido de las autoridades que hacían oídos sordos y la vista gorda para evitar esa exhibición dramática. 
Algunas de las internas, guardaban compostura, se notaba a lo lejos su vergüenza, también su limpieza y acicalado, pasaban de vez en cuando un papelito o pequeña esquela en la que pedían que sus familiares intervinieran, 
o las autoridades judiciales, aducían simplemente que no debían estar allí. 
En muy pocos casos se lograba el objetivo, como el que me tocó conocer. 
Una bella joven de no más de veinte años, hija de una mujer de fortuna que se casó en segundas nupcias con un linajudo de la ciudad, con la cual tuvo dos hijas, fue internada por su padre y hermanas al fallecer su madre, con la complicidad de médicos y jueces corruptos, que abundaban y abundan, el objetivo como es de imaginar, era la fortuna de la madre, cuya administración quedaba en manos del padrastro como curador, en vano la muchacha protestó sobre su estado mental, está loca y a internarla, el abogado curador provisorio designado de oficio por el juzgado, era tan podrido como los beneficiarios de la fortuna, todos cómplices, una parte para vos, otra para mí y la explotación de campos y ganados daban grandes dividendos. 
Se dio el caso que un medio hermano de la madre arribó a estas tierras desde la lejana España, Cádiz para ser más precisos, hombre de buen pasar, elegante, instruido, averiguó sobre su sobrina, nadie le daba un ápice de atención o mejor le desinformaban, que se fue a Buenos Aires, que se escapó al Paraguay y así la seguidilla de mentiras que sacaron del quicio al buen hombre, el que buscó un abogado de ésta ciudad de raras conformaciones. 
Conociendo a quienes intervenían y al magistrado, muchos letrados se excusaban con motivos fútiles, hasta daban lástima demostrando el miedo que tenían de intervenir en la causa secreta, que era conocida hasta por el ratón de la biblioteca. 
Así fue a dar a un estudio de la calle Rioja 442 una vieja casona del siglo XIX donde fue atendido por un joven abogado, que como joven no medía las consecuencias de las acciones, tenía miedo sí, pero estaba cargado de ilusiones y sueños, la justicia era su norte, la vida posterior le enseñaría muchas otras cosas. 
Tomó el asunto, iniciando presentaciones varias y como poderoso caballero es don dinero, consiguió el número de expediente, carátula, juzgado, el juicio de insania y todo el berenjenal que rodeaba el asunto, la muchacha estaba encerrada en el loquero de Rivadavia y Mendoza. 
A fuerza de ruegos y dineros pasados en concepto de propinas, los enfermeros permitieron en un espacio reducido de oficina del lugar una reunión entre la interna, el español y el abogado, fue tremenda, la muchacha se abrazó con su tío al cual conoció de muy pequeña, con quien mantuvo correspondencia durante mucho tiempo, hasta que de pronto se cortó al fallecer su madre, las preguntas dirigidas a la presunta enferma eran contestadas con claridad, ubicada en tiempo y lugar, mantenía el aseo, 
se arreglaba dentro de la pobreza que vivía o sobrevivía, se alimentaba muy mal, pero tenía un problema, le costaban las matemáticas lo que la sumía a veces en melancolía, pero que estaba cuerda y sana lo estaba. 
Hacía falta un dictamen médico que contradijera la opinión de los anteriores de la junta ilícita. 
De tanto machacar y conformado un nuevo Superior Tribunal, al juez bellaco lo ascendieron, designando en su lugar a un correcto funcionario, el que al estudiar el expediente de la desdichada muchacha no tuvo dudas del olor que despedía el expediente, olor horrible a injusticia, por lo tanto, ordenó de inmediato una nueva junta médica, con profesionales del Chaco. 
Los que intervinieron anteriormente patalearon, nones y nones, el abogado joven consiguió un médico recién llegado de Buenos Aires, especialista en psiquiatría, no contaminado con el virus de la corruptela, que aceptó ser el que se ocupara de la muchacha, o sea su médico. 
Con la urgencia del caso el magistrado reunió la junta en su despacho, los abogados presentes, el de los bandidos miraba al joven fulminándolo con la mirada. Entrevistada la presunta incapaz, contestó al juez con presteza, exactitud y corrección, el interrogatorio de los médicos fue preciso, un poco largo, pero adecuado a las circunstancias. El dictamen fue contundente, era capaz totalmente, agregando que no entendía cuál era el motivo por el que se le había internado a esta muchacha durante más de dos años. 
Se armó la de San Quintín, la joven salió con su tío hacia el lugar de su alojamiento, el magistrado ordenó el embargo de todos los bienes de los parientes corruptos, del abogado y médicos anteriores. El Juez que intervino anteriormente fue invitado cordialmente a mandarse a mudar, antes del juicio político, sus bienes también fueron embargados. Todos fueron remitidos a la justicia del crimen. 
Demás está decir que antes de iniciada la demanda contra los delincuentes, arreglaron rápidamente, los bienes le fueron entregados a la muchacha incluyendo la casa frente al Mercado Central sobre la calle San Juan, hoy plaza Juan de Vera, el magistrado inmundo se fue de la provincia con una mano atrás y otra adelante, los médicos quedaron desacreditados de por vida. 
Todos manifestaron durante mucho tiempo, los corruptos, que recibían la visita de la figura fantasmal de la madre de la muchacha, de rancio apellido correntino, no los dejaba dormir, ni vivir en paz, juraba el espíritu que los esperaría en el infierno, lanzaba luces rojas como llamaradas directas de la caldera del diablo. 
El tío gaditano se marchó dejando a su sobrina protegida y casada felizmente. 
Los que formaron la banda, desfilaron ante los jueces del crimen, fueron condenados a penas bajas, pero condenados al fin. 
Al final de sus vidas perseguidas por el fantasma de la madre muerta, tuvieron mala muerte sufriendo dolores indecibles, postrados pidiendo perdón a los gritos, ante un espíritu que rondaba en sus lechos de muerte lanzando imprecaciones. 
La muchacha ayudó a todas las mujeres internadas en la esquina de los llantos, sollozos y lastimeros, las alimentó, las vistió, logró que enfermeros y enfermeras fueran castigados, como los médicos del lugar, por incumplimiento de sus funciones. 
Ella fue una de las promotoras del nuevo edificio del Psiquiátrico, gran activista social de contralor de los juicios de insania y similares, que eran fuente de abusos permanentes y segura riqueza de infames y malditos. 
La casa de las torturas, en la actualidad continúa gimiendo porque los espíritus de las que allí murieron, abandonadas a su desdichada suerte no tienen otro lugar dónde ir, al coro se unen llantos de niños, que nacieron fruto de violaciones de los que trabajaban como protectores. 
Estas cosas ocurren cuando los buenos se quedan en sus casas cuando los malos hacen sus fechorías, pero recuerden la muerte tiene dos formas de llevar a los seres humanos hacia su campo, la buena muerte para los que la merecen y la mala muerte por habérselas ganado en el campo de la malignidad. 

Últimas noticias

PUBLICIDAD