Hace muchos años la señora María del Rosario me narró una historia vinculada parece ser a una pariente suya, en la oportunidad que como obsequio por haber ganado un juicio a su favor me regaló una suma importante de dinero, era muy generosa, al contrario de la pariente no sé si cercana o lejana, porque hay tantos Corrales por Corrientes, que no sé a qué rama pertenecen.
La señora aludida vivía en la esquina de Córdoba y Mayo donde actualmente funciona un Ministerio o dependencia del gobierno provincial, conocí esa casa siendo joven trabajando con un gran médico, don Juan Bautista que era casi vecino de la finca.
Casona antigua de rejas de hierro, galerías y pasajes extraños conforman la dependencia de la cual hablo.
El caso es que la narradora me comentó que en esa casa había enterrado un tesoro o mejor dicho oculto un tesoro, porque al morir la dueña sin descendencia, que a su parecer era mezquina o tacaña, no gozaba de buena fama ni entre los sirvientes ni entre los vecinos, tampoco de la opinión de un presunto marido que habría tenido, no sé si era cordobés o salteño, poco importa, pero parece que el candidato no podía satisfacer las inclinaciones de la mujer, solo los chismes que corrían y corren por ésta ciudad llena de secretos y alcurnias inventadas, el caso es que al señor desapareció de la ciudad dejando una estela de corrillos poco gratos para la destinataria.
Como dijo una de las sirvientas que tuvo la mala suerte de servirla durante años, no comía huevos por no tirar la cáscara, poseía campos y racionaba los alimentos, los campos se ubicaban por la zona de Ituzaingó, según los dichos de quien me refiriera y amasaba una fortuna.
No confiaba en los bancos lo decía a todo el que se le acercaba, incluyendo a un cura que logró meterse en su vida, sin mucha alegría por cierto porque ni té le convidaba, aunque logró su objetivo, la herencia para la iglesia católica fue bastante importante.
Los empleados de la entonces subsecretaría, hoy ministerio, cuentan que por las noches o algunas tardes lluviosas ven pasar a una mujer con vestidos antiguos con un farol de bronce, de esos que usaban los señaleros de los trenes, con combustible de aceite o kerosene.
El espectro se mueve por las dependencias lentamente, más de un empleado se llevó un susto mayor cuando el fantasma de la mujer le pregunta no vio mis joyas, detrás de ella se observan sombras de hombres y mujeres estirando la mano como pidiendo limosna, son los espectros de desdichados que tuvieron la mala fortuna de servir en esa casa.
Con tal motivo se han traído sacerdotes, hechiceros, desembrujadores y todo tipo de profesionales para intentar lograr que el espíritu que recorre la finca, se marche al otro plano al que pertenece. Ninguno resultó, la mujer de la lámpara sigue sus recorridas infernales buscando sus joyas, un subsecretario que ocupó el espacio un cierto tiempo llamado Yiyi, de profesión médico que no creía en esas cosas, como afirmaba, quedó una noche a trabajar hasta tarde, cuando de pronto la mujer de la lámpara se presentó con su corte de espíritus, reclamándole las joyas.
Muchos en la ciudad de Corrientes afirman que el cura se llevó una bolsa de monedas y joyas todas de oro y plata, con brillantes y otras piedras preciosas, alhajas que la difunta no tenía muchas oportunidades de utilizarlas, debido a que como jamás invitaba a nadie a su casa, la olvidaron los patricios de sus amigos y parientes, quienes eran los que hicieron correr el cotilleo de la travesura del sacerdote travieso.
El robo del tesoro parcialmente se realizó raudamente a la muerte de la mujer, cuando era velada con el ritual cristiano católico, con lloronas contratadas debido a que no sembró muchas amistades y menos entre sus servidores que la aborrecían.
Lo más asombroso del caso es que provocó una actividad inusual del de la sotana, su cura confesor, que veía venir una tormenta por la pelea de los pocos familiares que concurrieron, no por dolor hacia lo acontecido, sino para asegurarse que la anciana agarrada haya muerto de verdad y ver si podían obtener algo de sus bienes, por tal motivo presto el clérigo, mandó cerrar todas las dependencias, salvo el lugar donde yacía la difunta, ante el reclamo airado de los parientes que con sus gritos tapaban el coro plañidero de las lloronas, que entre gemidos y gritos fingidos, se reían del carnaval que desfilaba ante sus ojos, ese fue el velorio de quien en vida acumuló una fortuna, para que otros gozaran a pleno tras su muerte.
Cuando el cortejo partió hacia la última morada de la difunta, el sacerdote mandó desalojar la casa de cuanto ser humano había. Luego cerró toda la casa habitación por habitación, colocó candados con cadenas en muchos lugares, ante el asombro de los que lo observaban.
Por precaución expresó porque siendo él el albacea era responsable, dispuso dejar guardias de la policía por fuera para custodiar el gran caserón, lugar extenso para tanta miseria espiritual dentro.
Cuando terminó la ceremonia en el cementerio, al volver los policías estaban de guardia al frente por la calle Mayo y a los costados por la calle Córdoba, sin embargo al entrar el desolado cura se encontró con boquetes en las paredes, muebles destrozados, pozos en espacios de jardín, candados reventados, como si hubiese entrado un grupo bastante grande de personas que no dejaron lugar donde metieran pico y pala, por la velocidad con que trabajaron se trataba de profesionales, especialistas en este tipo de tareas.
Los estoicos guardias estuvieron detenidos varios días, apretados por los investigadores, es decir tortura de por medio, nada aportaron al parecer nada sabían.
Lo que se cuidaron de citar los oficiales a cargo de la investigación, era que los pobres milicos, estaban totalmente alcoholizados, fruto de un obsequio que recibieron dijeron de un señor que pasaba por el lugar.
Los ladrones entraron por los techos de las casas vecinas, desde que lado no se tiene idea, pero que llevaron una parte del tesoro lo hicieron, de eso no cabe la menor duda, posiblemente la mayor proporción, porque abrieron la caja fuerte que la occisa tenía empotrada en una pared del interior de la casa, construida al efecto, ancha y bien asegurada.
El cura quedó con la bolsa que tuvo el buen tino de llevarla durante el velorio a un escondite secreto.
Que fue de los que se llevaron parte del tesoro con las joyas, nadie supo nada, algunos dicen que eran sus propios parientes, otros que el marido despechado organizó la empresa porque conocía algunos sitios secretos de su esposa rara, de la cual hablaba pestes, así que en esa esquina murió una mujer a la cual se la recuerda sin cariño alguno, por su avaricia, y mal trato con su personal.
En cambio, otros más cercanos a la muerta que continúa entre la vida y el más allá, con su farol, afirman que fue una operación dirigida por el mismo sacerdote sinvergüenza, quien luego ni siquiera dio cumplimiento a la última voluntad de la anciana, porque no construyó la iglesia que ofrecía a su Dios, para que le perdonara los infinitos pecados que en vida cometiera.
El espectro de la doña sigue rondando hasta ahora la vieja casona, llena de políticos, que no se asustan de la vieja de la lámpara, pero el transeúnte que en algunas noches pasa por el lugar, si alguna de las ventanas está abierta suele asombrarse con la figura espectral que recorre las habitaciones, con otras figuras dolientes arrastrándose tras ella.