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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

El niño que nació de nuevo en un baño de Sáenz Peña

La obra “Putón en Acuario” de Claudio Ojeda (Sede CC Kirchner) ganó una mención especial en el 111° Salón Nacional de Artes Visuales. Sus obras pueden verse también en el Centro Cultural Universitario en Corrientes y en el Museo de Bellas Artes de Resistencia.

Entre maquillajes y papeles multicolores nació de nuevo un niño en el baño de la casa ubicada en la calle 6 del barrio Obrero de Sáenz Peña. Corría el año 1990. Su infancia pasó en ese barrio donde además vivían sus dos abuelas. Ese fue su entorno, su lugar en el mundo, su país, su territorio. Así de enorme era ese mundo infantil.

En esa casa de barrio de un pueblo del Chaco y bajo un sol tremendo apareció de pronto en el espejo del baño frente al niño otro parecido, con una sonrisa dibujada con colores bastante sobrios. “El rojo o el rosa eran los colores que más aparecían en los cosméticos de mamá. Pero aveces aparecían algunas joyitas con glitter o algún que otro color vibrante como el amarillo o el azul”.

Allí comenzó a definirse una identidad diferente a otros. Frente a sí, otro. El mismo y diferente. Empezaba el camino de su identidad. ¿Definitiva? Claro que no. Cambiante como la vida, plena como la vida. Multicolor como una bandera.

Claudio nació el 18 de enero de 1989 en Sáenz Peña (Chaco) y fue a la escuela primaria Domingo Faustino Sarmiento y la secundaria la hizo en la Escuela de Comercio República de Honduras. En la Sarmiento tenía artes plásticas, aunque no guarda los mejores recuerdos de esos años; en la secundaria las materias artísticas oscilaban año a año entre música y plástica, lo que generó una discontinuidad en los aprendizajes y entusiamos. Ante esa dificultad intentó varias veces comenzar talleres de artes plásticas, pero no logró conectar con las formas de aprendizaje planteadas porque para él, apelaba más al apego irrestricto de ciertas formas que a la creatividad, y esa situación consiguió más bien alejarlo de esos cursos.

“No me gustaba hacer solo lo indicado, ni solo seguir los lineamientos del profesor y por eso al poco tiempo dejaba de ir”, dice Claudio.

Lo que quedaba entonces, ante el entusiasmo y la necesidad de probar y experimentar distintas cosas era inventar un taller en su propia casa donde empezó a probar cómo funcionaban los maquillajes de su madre mezclados con los materiales escolares y papeles que siempre había en su casa. El curioso Claudio comenzó así a crear mundos diferentes dentro del mundo de su casa de una manera distinta a la que le dictaba lo formalizado en los talleres y escuelas.

El baño de su casa fue su taller, su laboratorio y espacio de creación: su segunda sala de parto, que a pesar de lo reducido, le abrió las puertas a inventar y crear, en libertad como le gustaba.

Si el baño fue el lugar de la creación, los patios fueron los de la exhibición en la improvisada platea poblada de tíos y primos. Las puestas teatrales contaban con escenografías hechas de cartulinas y papeles hogareños, siempre con muchos colores que aparecían ante los ojos asombrados de sus parientes.

En 1995 comenzó a emitirse “Chiquititas" por Telefe. El éxito de ese programa duró 8 temporadas, con 1182 episodios en 35 países. En el 2020 la serie cumplió 25 años y su creadora subió a su Instagram un video con este texto:  "Chiquititas es un puente entre los corazones que sueñan y los sueños cumplidos. Es un lugar donde todo es posible y donde vos escribís tu propia historia. Chiquititas es el espejo de cada artista que quiso serlo después de conocer este mundo. Es un hogar en donde podemos refugiarnos cuando el mundo de los adultos no nos comprende".

Influenciado por ese mundo de Cris Morena, Claudio creó entonces situaciones parecidas de lo que veía tarde a tarde en la tele de su casa del Chaco profundo. Era un mundo de colores y fantasías que intentaba replicar el de Chiquititas, más allá que se tratara (para el sesgo discriminador de época) de un programa “para niñas”. Claudio igual lo miraba, compraba los cassettes e intentaba recrear con lo que estaba a mano, algo parecido a lo visto en cada episodio.

Cris Morena marcó, como a tantos niños, su infancia. “Todos los santos días miraba ese programa a las 6 de la tarde” cuando llegaba de la escuela y le esperaba la chocolatada sobre la mesa que era tan disfrutada como la serie.

Eran días de experimentación con imágenes y materiales donde sus musas fueron su madre y sus abuelas. Maria del Carmen, su mamá, fue reina de comparsa “Ara Pipi" por lo tanto Claudio creció entre colores de los trajes y maquillajes visto con ojos de niño. Su abuela Eva era vendedora de productos de belleza a través de cartillas y la Yaya era curandera. Yaya tenía una casa llena de brillos y de santos donde era inevitable, para un chico como él, investigar esos mundos porque estaban todos los materiales a su disposición.

Por un problema de salud la Yaya no podía caminar y Claudio pasaba mucho tiempo con ella ayudándola, además porque le gustaba “sobre todo la estética de su santuario con su diversidad de colores”. 

Algunas veces Yaya le pedía “que retocara las vírgenes que estaban en mal estado de conservación”, algo que hacía con cariño y cuidado. Desde muy chico le permitió pintar ángeles en su santuario, en largas y numerosas “jornadas artísticas” donde también ayudaba a cargar aguas en botellitas de perfumes, “que luego de un rezo se convertían en remedios”.

Su infancia y adolescencia fueron años de intensa manipulación de materiales hecha a hurtadillas al principio, donde el contacto con el maquillaje era vivido como algo bello porque significaba jugar sin prohibiciones. Sin embargo, tiempo después se dio cuenta que “hubo más bien autoinhibiciones” en esa época. Claudio cree que “así nació esa faceta femenina que deriva en lo monstruoso”. En esta entrevista nos cuenta esto y sus recorridos artísticos.

¿Cómo se llama esa obra que ganó la mención especial del Salón Nacional de Artes Visuales? ¿Cómo recibiste esta noticia? 

Se llama “Putón en Acuario". La verdad es que fue un proceso bastante lindo porque esa obra nació en una de las becas a las que postulé este año en Corrientes. Es la primera vez que se dan las becas de estímulo a la creación con acceso a tutorías con el artista Diego Figueroa. Fueron varios encuentros y en todo ese proceso que duró tres meses aproximadamente, se generó esta obra que es un autorretrato, muy autorreferencial, de gran formato. La verdad es que para los artistas es bastante complejo generar obras fotográficas en grandes formatos, sobre todo por los costos. Como estas becas de alguna manera venían a aportar dinero para la producción artística, también me sirvió para poder jugar con otra materialidad que no venía trabajando y utilicé la cuerina como soporte para imprimir. Así nació “Putón en Acuario”. 

Tu obra está plagada de juegos y estimo que debe ser un poco así también tu vida. Por ejemplo, tenés un seudónimo. ¿Cómo es el seudónimo?

Sí, el seudónimo es Harajuku Man. La verdad es que ahora estoy en medio de la encrucijada si soy Harajukuman o soy Claudio.

¿Y qué es Harajuku Man? 

Es un gran tema para mí porque es un seudónimo que traigo desde la adolescencia, de las redes sociales, más específicamente del Metroflog y desde esa época se fue arrastrando, arrastrando, y hoy en día hay una pelea interna con esa identidad, si realmente me identifica o no.

Contame, en todo caso, ¿qué era? ¿O qué es aún hoy? 

Bueno, en esa época me gustaba mucho una estética japonesa muy particular que es Harajuku. Nunca me identifiqué con ellos, pero sí me gustaba mucho eso del juego, de ser otro a partir de la exageración de los accesorios, el maquillaje y los colores, que si bien hoy en día mi obra tiene mucho de eso, del color y del juego, no tanto así referido a la cultura japonesa. Es ahí donde empieza esa lucha de identidad de alguna manera. 

¿Cuándo y cómo comienza eso? 

Comienza desde muy chico, primero teniendo una madre muy coqueta, que compraba muchos  maquillajes, entonces cuando iba al baño había un gran botiquín lleno de pinturas. A mí me atraía un montón como para ver y experimentar. Primero con un poco de culpa, porque sabía que estaba prohibido que un nene se maquille, pero después era disfrutar de ese momento de encerrarme previo a la ducha y usar los maquillajes, creyendo que ella no se daba cuenta, pero capaz que sí. Y después también con una de mis abuela que vendía productos de cartilla, entonces siempre había muchos libritos donde aparecían modelos y los intervenía maquillándolos, pegando papeles de colores, todo con materiales escolares. Eran momentos muy lúdicos donde el objetivo principal era transformar lo que veía y lo que el espejo me devolvía.

Es decir, ser uno y ser otro a la vez.

Exactamente. Primero pensaba más en una identidad o entidad femenina, porque siempre consideré que el maquillaje estaba más ligado al mundo femenino, y después se iba transformando en algo monstruoso, digo porque no pretendía ser ni una cosa ni otra, sino era más bien eso, experimentar y jugar y ver qué pasaba.

¿Monstruoso está vinculado a lo terrible? ¿Está vinculado a lo feo? ¿Es lo temible? ¿Monstruoso en qué sentido?

No considero que lo monstruoso sea algo feo, sino algo distinto o algo que de alguna manera rompa con lo que nosotros consideramos bello o hegemónico. Entonces es eso, una ruptura en esa imagen, en ese tipo de imagen.

¿Qué contás en esas performances que haces habitualmente? 

Son performances que muy pocas veces las muestro al público, pero me sirven como parte del proceso para generar mis imágenes. Mucha gente me pregunta si yo hago drag, pero la verdad es que no, no hago drag, porque siento que el drag es mucho más complejo y está más ligado a la performance y es más un todo. A mí me gusta más intervenir mi rostro y después ir jugando mucho con las herramientas digitales. Eso sí, son largas jornadas de maquillaje, de intervención digital, de repintar, de ir probando. 

Por ejemplo, para esta obra que está en el CCK generé un maquillaje muy casero con un engrudo rosado, entonces me lo tiré por la cabeza y quedó ese chorreado tipo yogur y después me maquillé. O sea, voy jugando y voy experimentando mucho. No siempre con el maquillaje convencional, sino más bien viendo qué cosas puedo utilizar como para generar un maquillaje propio. 

¿Y cuándo te das cuenta que terminó el proceso?

Pregunta compleja. Creo que me doy cuenta cuando veo la imagen y siento que ya no hay nada más que retocar. Igual, los procesos suelen ser bastante largos. Considero que en un principio pintaba hace mucho. Después empecé a estudiar diseño gráfico y eso me permitió generar un recurso o una manera de producir más rápida, lo digital me facilitó hacer un clic y ya estaba. Pero a la vez, en la ansiedad que tengo de crear cosas rápidas, los procesos también se tornan largos y a veces dejo la obra estacionada y me vuelvo a reencontrar. Pero siempre con una idea o una imagen de cómo creo que va a quedar y siempre yendo por ese camino. Y una vez que está, la observo y digo bueno, hasta acá, acá no hay que tocar más nada, creo que esto es. Después puede pasar, que uno observa y dice: ´Ah, hubiera hecho tal cosa´, pero ya la obra fue concebida y quedó así. Aunque también me pasó con una obra fotográfica que ya estaba lista (y esto lo cuento a modo de anécdota) y que luego por cuestiones personales el protagonista de ese retrato me prohibió mostrar la imagen luego de que la obra ya había tenido un recorrido por varias exposiciones. Ese pedido me dolió un montón y me generó hasta cierto recelo con la obra, pero fue ahí cuando recurrí nuevamente a la intervención, a la transformación y la obra ya no fue ese alguien reconocible sino un monstruo creado por mi, una nueva obra nace de la imagen muerta.

Esto que es tan complejo, ¿es solitario? 

Mi obra tomó dos rumbos: uno que es el autorretrato que podría decir que es una cuestión más solitaria, que por ahí viene ese impulso creativo y necesito hacerlo ya. Entonces qué mejor que el lienzo sea mi cuerpo, entonces no necesito otra cosa. 

Pero después también tengo una línea de trabajo que va con compartir el proceso con otras personas, en general muy cercanas. Me gusta mucho compartir, la charla, un tereré o un mate e ir transformando. Me gusta ver la reacción de una persona que se encuentra con esta nueva imagen, con este nuevo cuerpo, con esta nueva piel de maquillaje. Entonces tengo un espacio más  solitario y otro espacio más en vínculo con otros. Hacemos la foto y después hay un proceso digital. No es solamente la primera toma, hay todo un trabajo posterior sobre esto. Mis fotos nunca son tomas directas, en un principio sí, pero normalmente pasan por el collage digital. Hay algunas otras obras que las imprimo después de pasar por esa edición digital y las intervengo con pintura o con otros elementos que le dan textura. Entonces se podría decir que es un gran mix de técnicas, pero todo va a depender de lo que quiera contar.

Te das cuenta, Claudio, que en toda la conversación aparece la transformación como un hilo, ¿no? Como un eje de tu vida y de tu obra.

Absolutamente, 

¿Hay algunas esencias que están y otras que van cambiando?

Exactamente. Es más, en un principio cuando empecé a trabajar como artista, de sentirme artista, el autorretrato no era algo que lo veía como factible porque el exponerme a mí me parecía muy fuerte. Sobre todo por la sociedad o el entorno familiar. Entonces empecé un trabajo interno y dije, bueno, esto soy yo y esto es lo que me gustaría que la gente vea.

Hay una estética queer, ¿no es cierto?. Con una amiga que tenemos en común nos preguntamos cuál es el sentido local de eso, cómo circula eso localmente. 

Sí, lo llamo estética queer, porque es una estética que rompe con lo cotidiano, con lo hegemónico. El maquillaje en sí ya es súper queer porque rompe con la imagen que uno percibe normalmente. Está muy ligado obviamente a lo LGBT porque es una identidad nueva, una lucha, y en mi caso, llevándolo más a lo local, me gusta mucho eso de jugar con elementos de acá, del litoral. Soy del Chaco, de Sáenz Peña y vivo en Corrientes hace 10 años, toda la vida estuve rodeado del chipá, el tereré y los santos, porque tuve el placer de tener una abuela curandera con la cual comparti mucho de mi niñez ayudando tanto a la limpieza de su santuario así como armando remedios, y todo ese menjunje de elementos cotidianos dan origen a mis obras como por por ejemplo en la obra CCK, tengo una corona de chipa, un terere de pomelo y  yo flotando en un cielo celeste como si fuera un santo pagano.

Claro, o sea, hay una mirada local. 

Sí, absolutamente, sí. Hay una mirada local desde esa estética. 

Es una transformación y a la vez una identidad. 

Sí, me gusta mucho, todo el tiempo tengo instancias de juegos que no siempre terminan en obra, tengo momentos en los que me gusta maquillarme, ir probando, y una instancia de disfrute más que de trabajo, después, obviamente, puede mutar en una obra o no, y a la vez, también me gusta mucho la transformación en el otro. Hay gente que jamás se maquilló o que jamás se percibió con un disfraz o con otro tipo de corporalidad, sobre todo en varones heterosexuales, son pocos los que se permiten jugar con el maquillaje, y me gusta mucho eso, invitarlos a percibirse de otra manera. En el proceso no los dejo mirarse en el espejo hasta que terminamos, y después me gusta mucho ver las reacciones como el punto cúlmine de esa instancia de maquillaje, siento algo mágico en ese momento de reconocerse con la nueva piel asignada . 

Una obra está en el CCK con una mención especial, y hay una obra tuya ahora en el MUBA. ¿Hay otra que podamos ver?

Sí, hace poco había una obra de videoarte en el Centro Cultural Universitario de Corrientes, donde se indaga en torno a el ritual del festejo de 15 años, es una obra que es del patrimonio porque fue el tercer premio del premio UNNE a las Artes, actualmente estoy exponiendo en la Sala del Sol del mismo Centro Cultural varias obras que giran en torno a la fotografía familiar, la infancia y nuevamente lo monstruoso. 

¿Te produce mucho trabajo nombrar las obras? Contame cómo es ese proceso. 

La verdad es que no me demoro mucho en nombrar a las obras, me gusta mucho el juego de palabras, lo jocoso y lo podrán comprobar en “Puton en Acuario” por ejemplo o en “GaucHadas” que son unas obras escultóricas de unos gauchos de yeso pintados a mano y que van acompañados de carpinchos alados, una especie de santo de colección, o ser fantástico del litoral. Aunque normalmente suelo nombrar a las obras con una única palabra que para mí tiene un peso consistente y que inmediatamente hace anclaje con la imagen pictórica.

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