Los dichos populares se originan por hechos u acontecimientos que se suceden a nuestro alrededor, porque justamente han sido acuñados por la filosofía popular con el viso original que los promoviera.
Al igual que el lunfardo se ha ido nutriendo con expresiones que abonan su amplitud de concepción. Sucede exactamente con el slang americano, esa especie de idioma sustituto que por encima del verdadero va creando a imagen y semejanza lo que la calle dice o murmura.
Para quienes vivimos esos años donde la radio acrecentaba la popularidad de artistas que rápidamente se ganaban la idolatría, “La Familia Miranda” no es otra cosa que ver un espectáculo desde afuera haciendo vista, ya por ser menores y ni tener “vento” para las entradas, optábamos por esa numerosa “familia” que se acostumbró hacer “ojitos”, de lejos y de afuera.
Porque entonces, las giras que emprendían desde Buenos Aires intérpretes diversos, cubrían bailes en clubes de barrios en numerosas provincias, cuyo alambrado perimetral marcaban límites pero dejando ver de afuera, sin pagar un peso, a los artistas de moda.
Era la nutrida y siempre abigarrada “Familia Miranda”, dando vueltas por cuanto baile hubiese, con el comentario de opiniones diversas, conforme al sonido de los altoparlantes y el viento a favor que permitían divisarlos y oírlos, dejando que el resto la imaginación dibujara.
Era costumbre recorrer cuanto baile podíamos cubrir, y en una noche de sábado tener la satisfacción, de decir que vimos y escuchamos a tal o cual artista que por ser de la “Familia Miranda”, no pagamos un solo “sope”.
Recuerdo que desde las escalinatas del “Bar de Bechara”, por Junín entre Santa Fe y Av. España, frente al Salón Monumental, con mi barra de amigos vimos actuar al guitarrista Oscar Alemán con su septeto, vestido de riguroso traje blanco.
Estar con “la ñata contra el vidrio” de la Confitería Panambí, por Junín en el edificio Lotería, para ver actuar a “Los 5 Latinos” con Estela Raval, en su primera gira nacional que su tema llevado al disco, “Recordándote”, se constituyó en un verdadero éxito. Qué notable la coincidencia, “Recordándote” fue compuesto por dos correntinos con estadía en Buenos Aires: Carlos Medina, locutor y productor de programas radiales, y Aldo Legui, músico, intérprete del violín.
Era el pasatiempo ideal para quienes amamos la música, ver y compartir el show de verdaderos ídolos que la radio los hizo cotidianos. Es más, lo más osados, se animaban con paciencia a horadar el espeso límite del ligustro y alambrado, para entrar colados.
Una costumbre que dejó los links, la libertad del aire libre, para encerrarse hoy en la intimidad de unos pocos, puertas adentro.
Alguna vez, ya cebados por las ganas del artista a ver que en tal o cuál club actuaban, eran muchos los “suicidas” de la “Familia Miranda” que se animaban a traspasar esa frontera de lo privado y público, que al salir, ya en terreno ajeno, se topaban con la propia policía que los estaba esperando con los brazos abiertos.
Tengamos en cuenta, superando tiempo y distancia, los clubes eran al aire libre con pistas que generalmente eran canchas de básquet o pelotas a paleta.
Muchos fueron los artistas que a lo lejos y a la distancia, disfrutábamos lo mismo imaginando que estaban al lado nuestro. Ray Nolan con el clarinete de “Marito” Cosentino y la voz de Marty Consens. Raúl Sánchez Reynoso, sus Hawaian Serenaders con el aporte vocal de Elba de Castro. La gran orquesta de Héctor (Lomuto), su Jazz y la voz de Dana Kelly, con el trombón y canto de Eddie Pequenino, Los Solistas de DÁrienzo, el propio Julio Sosa con la orquesta de Leopoldo Federico. Y, muchísimos tantos que fueron deleites para el público en general, como así para los exquisitos chicos de “La Familia Miranda”, de lejos y de afuera.
Una de las primeras veces que vino Alberto Castillo con la orquesta de Ricardo Tanturi al Salón Monumental, al terminar el baile y salir a la calle el artista con sus músicos, le llamó la atención la nutrida gente que venía del lado de España y Junín, lugar de emplazamiento de la Pista “Mi Cabaña”.
Curioso preguntó el motivo, y le respondieron que se trataba del público que no pudo pagar la entrada para verlo, por eso recalaron en la esquina próxima.
Allí nomás, con su característica simpatía, Alberto Castillo pidió a sus músicos interpretar en plena calle Junín para su público, armándose un recital inesperado que sus férreos admiradores supieron agradecer.
Una vez más fue la calle el escenario que hacía mucho tiempo la “Familia Miranda” la había consagrado, en cada noche cuando los artistas de Buenos Aires abarrotaban pistas de Corrientes en un flujo incesante con mayor afluencia que ahora, en los más diversos géneros musicales que la Radio se encargaba de difundirlos.
Había un recorrido infalible de grandes espectáculos: Club San Martín, Club Córdoba, Club El Tala, Club Hércules, Salón Monumental, Pista Mi Cabaña, Club Colegiales, Club Peñarol, Confitería Panambí, de Junín y Córdoba, Hotel Buenos Aires, Club de Regatas, etc.
Para todos los gustos con un nivel artístico de relevancia y gran jerarquía, la noche siempre estaba en pañales, avivando la alegría natural del correntino. Una costumbre que dejó los links, la libertad del aire libre, para encerrarse hoy en la intimidad de unos pocos, puertas adentro.
En definitiva, “la Familia Miranda” es esa rara especie que la gente supo bautizar, como forma de denotar aquel que mira un espectáculo desde afuera, pero apelando al buen oído y a la imaginación para completar en su totalidad la distancia, que sea más próxima de lo que parece. Y, no gastando lo que no tenemos, como así las ganas que vibra en jolgorio.