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Estar en el mundo y abrir los ojos (IV)

Domingo, 26 de febrero de 2023 a las 00:00

Quien ha crecido en un pueblo o ha tenido acceso frecuente a él sabe que el descubrimiento del mundo comenzaba por el patio de la casa; al menos en la época en que no existía la televisión por cable ni mucho menos internet. Baste con traer aquí, para ilustrar esta afirmación,  un fragmento de El patio, un maravilloso rasguido doble cuya música pertenece a Mateo Villalba y la letra al gran Cacho González Vedoya: “El patio de la casa y los jazmines/ en donde empieza el cielo en los veranos/ la luna en la memoria del aljibe/ y el río entre la arena dormitando/ recuerdo las palmeras en las tardes/ como ángeles delgados hasta el cielo…”. Estos versos que brillan por su sencillez y profundidad nos trasladan a las exploraciones de un niño que, ahora evocado desde la adultez, se quedó para siempre en un tiempo mítico que aún alimenta y resplandece con su belleza. Pero en la segunda parte de la canción, González Vedoya va más allá haciéndonos partícipe con maestría de un momento crucial en la vida de cualquiera de nosotros:…“los labios como en cruz sobre la reja/ partiendo en dos la luz de la mañana/ y en el momento más azul del día/ sentí que mi niñez me abandonaba”.
Particularmente tuve la suerte de crecer con un gran patio y fondo…lleno de plantas de naranjas, mandarinas, mangos, nísperos, guayabas, que con la alquimia de los calientes veranos nos embriagaba a mis hermanos y a mí, ansiosos por explorar las horas prohibidas de las siestas. ¿Cómo no sucumbir ante el sortilegio del zorzal que invisible cantaba desde alguna atalaya, o al zureo narcotizante de las palomas? “Te está llamado toda esa música” dijo alguna vez el gran Madariaga respecto a esto.
Otra gran suerte que tuve fue mi temprano acceso a la lectura. En mi casa siempre hubo libros y no tardé en ir heredando los que mi hermana tres años mayor que yo iba leyendo. Así para iniciar las exploraciones del patio y de la laguna del fondo tuve como maestros de ceremonias a personajes de Julio Verne, Emilio Salgari, Miguel Cané, Rudyart Kipling, Daniel Defoe, Felipe Ebly, etc. No había una línea divisoria entre lo que sucedía en las ficciones y en la realidad, todo formaba parte de un mismo universo. Pronto descubrí que algunos compañeros de la escuela también leían, sobre todo Milcíades Barrios (Pipi) con quien trabé (el término es de Borges) una hermosa amistad abonada por largas conversaciones sobre tal o cual libro o personaje.
Capítulo aparte merece la luz que arrojó mi maestra de sexto y séptimo grado, doña Laura Eloísa Navarro de Leonardi, que nos incentivó la lectura. Recuerdo lo fascinante que me resultaba escuchar sus narraciones acerca de héroes de la antigüedad. No perdía oportunidad para hablarnos de alguno, por ejemplo decía “A ver Alejandro Magno Sosa dígame…”, y tras la respuesta del compañero relataba las campañas y el proceso de helenización llevada a cabo por Alejandro Magno.
En medio de esas lecturas anárquicas (aunque con cierta coherencia orientada hacia los libros de aventuras y de ciencia ficción, mayoritariamente de la colección Billiken),  un día, con quince años, me topé con El túnel de Ernesto Sábato. Fue tanto el desconcierto que su lectura me provocó que en los días siguientes no pude dejar de pensar en Juan Pablo Castel y en María Iribarne Hunter, los personajes de la novela. Recuerdo que aún, habiendo leído algo de Horacio Quiroga, comprendí a medias (quizá solo lo intuí) que allí se mostraba (¡y de qué modo!) una faceta muy oscura del ser humano, algo que no lo había visto ni siquiera con Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Quizá, lo razono ahora, mi desconcierto estaba dado por la forma de narrar y de mostrar las contradicciones humanas sin tratar de encasillarlas a través de personajes buenos o malos moralmente. Lo cierto es que este libro me llevó a buscar otros que me hicieran transitar por sensaciones parecidas, ¿y cuál fue el resultado?: al año siguiente llegué a Crimen y Castigo a través de mi hermana Cristina.
Al igual que lo que tan magistralmente expresa Cacho González Vedoya en la letra de El patio, el libro de Sábato puso fin a mi larga  niñez-preadolescencia, me señaló un antes y después no solo en la lectura sino en el modo de mirar y ver el mundo.
¡Salud, poesía y libaciones!

Infancia
los dátiles en las manos supieron         [que no volverían
de ahí su crueldad de quebrar 
    [para siempre 
    -con su fragancia-
las ánforas de la tarde

**
poco a poco me han dado caza:
miro mis manos y veo los             [animales muertos

**
ya no son dulces los venenos
me basta la vida bailando ciega 
    [y extraviada

**
amo el modo en el que el agua se convierte en tumba de la tarde
e inscribe sobre su piel un epitafio que nunca leo

**
pronto dejaré atrás mis hambres 
    [y mis derrotas
pronto me dejaré estar 
    [simplemente
un ángel me custodiará con la 
    [espada de su aliento
y un niño más abajo 
    [(de no sé dónde)
moverá las hélices de una sonrisa         [sin tiempo

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