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Breves apuntes de intertextualidad entre el Martín Fierro y la literatura universal

Domingo, 12 de marzo de 2023 a las 01:00

Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral

En 1872 José Hernández publica  El Gaucho Martín Fierro, un extenso poema narrativo escrito en verso que narra las adversidades de un gaucho reclutado para servir en un fortín de la frontera. Siete años después, en 1879, Hernández publica la segunda parte titulada La vuelta de Martín Fierro, en la que se narra la aceptación del propio gaucho de los mandatos de la sociedad.
En estos breves apuntes señalaremos algunos rasgos de esta singular obra canonizada en nuestro país no solo por la academia, sino también por los lectores.
A finales de los años noventa tuve la suerte de asistir a una lectura de poemas que realizó Francisco Madariaga en el Museo Juan Ramón Vidal de Corrientes. No recuerdo quienes fueron los organizadores de tal evento, pero sí su magnífica ejecución que terminó con una ronda de preguntas al poeta de Yaguareté Corá, por parte del público. Entre esas preguntas surgió una que hoy nos atañe especialmente. Creo recordar que fueron las escritoras Pilar Romano o Elena Zelada de Fiorio las que pidieron al poeta una opinión sobre el Martín Fierro; a lo que “el emponchado en cuero de jaguar” respondió con la solemnidad que le caracterizaba: “es un epopeya”, agregando luego un breve comentario sobre su valor épico dentro de la configuración del ser nacional.
Si nos acercamos a la obra de Hernández como una de carácter épico debemos comprender, en primer lugar, que se trata de una epopeya sui generis basada en la peripecias de un héroe que es un desertor perseguido por la justicia no solo por este hecho sino también por “deber muertes”. En este sentido, Borges ha señalado alguna vez la particularidad de nuestro “ser nacional” cuya obra cumbre literaria cuenta justamente la historia de  un desertor. Resulta evidente la intención de Hernández de concebir el Martín Fierro como una epopeya si tenemos en cuenta que el poema se inicia con fórmulas propias del género; veamos entonces cuáles son estas que vienen desde la antigüedad.

1-Invocación a la Musa y a los dioses
En la Ilíada de Homero: “Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Orco muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves—cumplíase la voluntad de Júpiter—desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles”. En la Eneida de Virgilio: “Musa, recuérdame por qué causas, dime por cuál numen agraviado, por cuál ofensa, la reina de los dioses impulsó a un varón insigne por su piedad a arrostrar tantas aventuras, a pasar tantos afanes.”…En el caso de la Ilíada es el aedo (Homero),  el que invoca para poder contar sobre la cólera de Aquiles; en tanto que en la Eneida, es el propio héroe Eneas el que realiza la invocación para narrar a pedido de Dido (reina de Cartago) la caída de Troya y su posterior travesía por el mar para llegar a la península itálica. En el Martín Fierro, la voz que habla es la del propio Fierro que da inicio una payada con la invocación que señalábamos arriba:
(…)
Pido a los santos del cielo
que ayuden mi pensamiento:
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento

Vengan santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en una ocasión tan ruda.
(…)
En la segunda parte, en la llamada Vuelta de Martín Fierro,
 Hernández vuelve a poner la 
invocación en boca del gaucho: 
(…)
Siento que mi pecho tiembla,
Que se turba mi razón,
Y de la vigüela al son
Imploro a la alma de un sabio
Que venga a mover mi labio
Y alentar mi corazón
(…)
Gracias le doy a la virgen,
Gracias le doy al señor,
Porque entre tanto rigor
Y habiendo perdido tanto,
No perdí mi amor al canto
Ni mi voz como cantor.
Al igual que los héroes de las epopeyas antiguas, el héroe Fierro pasará por variadas vicisitudes o mejor dicho penurias, pero en este caso (no como en la antigüedad) acentuadas por su condición negativa de gaucho, injusticias que lo arrastrarán  convertirse en un desertor y en un asesino. A diferencia de Odiseo o Eneas, Fierro no contará con la intervención auspiciosa  de los dioses, sino solo con la fe inquebrantable en un Dios (que no interviene en planos humanos) y con su valentía y destreza con el facón.
Aunque Hernández quizá en principio no pensó en escribir una continuación de la historia de Fierro, es evidente el cambio de paradigma humano que plantea la segunda parte, cuestión a la que nos referiremos en próxima entrega.
¡Salud, poesía y libaciones!

EL GAUCHO MARTIN FIERRO
Capitulo 1:
Aquí me pongo a cantar
Al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
una pena estrordinaria,
como la ave solitaria
con el cantar se consuela.

Pido a los santos del cielo
que ayuden mi pensamiento:
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento.

Vengan santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en una ocasión tan ruda.

Yo he visto muchos cantores,
con famas bien otenidas
y que después de alquiridas
no las quieren sustentar:
parece que sin largar
se cansaron en partidas.

Mas ande otro criollo pasa
Martin Fierro ha de pasar;
nada lo hace recular
ni las fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan
yo tambien quiero cantar.

Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar
y cantando he de llegar
al pie del eterno Padre;
dende el vientre de mi madre
vine a este mundo a cantar.

Que no se trabe mi lengua
ni me falte la palabra;
el cantar mi gloria labra
y, poniéndome a cantar,
cantando me han de encontrar
aunque la tierra se abra.

Me siento en el plan de un bajo
a cantar un argumento;
como si soplara el viento
hago tiritar los pastos.
Con oros, copas y bastos
juega alli mi pensamiento.

Yo no soy cantor letrao
mas si me pongo a cantar
no tengo cuándo acabar
y me envejezco cantando:
las coplas me van brotando
como agua de manantial.

Con la guitarra en la mano
ni las moscas se me arriman;
naides me pone el pie encima,
y, cuando el pecho se entona,
hago gemir a la prima
y llorar a la bordona.

Yo soy toro en mi rodeo
y torazo en rodeo ajeno;
siempre me tuve por güeno
y si me quieren probar,
salgan otros a cantar
y veremos quién es menos.
(…)


 

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