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Los aparecidos de San Lorenzo

Domingo, 25 de junio de 2023 a las 01:00

Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

Es discutible hasta hoy la arbitraria fecha de la fundación del pueblo que, por cierto, no la tuvo. Nació de la naturaleza social de los mortales de agruparse en comunidad en un lugar territorial determinado. Es decir, por razones de defensa, salud, comercio, trabajo, vecindad necesaria para sobrevivir en sociedad; pues de otro modo los que están solos mueren solos y sin recuerdo alguno. San Lorenzo tiene raíces metidas desde el siglo XVII como posta del correo del Rey. Alrededor de ella, habitualmente, los pobladores construían sus rancherías por los motivos que exponemos. Nadie quiere vivir solo, las personas necesitan socializar, relacionarse. Pero el motivo fundante generalmente es la defensa, el temor a lo desconocido, el miedo al ataque. Por ejemplo, de los indios chaqueños, que por esos lugares del departamento de Saladas hacían de las suyas. Con sus correrías destruían lo que encontraban a su paso. La Reducción de Santiago Sánchez es un ejemplo, mataron a los hombres y sacerdotes y llevaron a las mujeres cautivas, que nunca regresaban. 
Una familia de cierta capacidad económica se afincó en el lugar, cerca de la posta del Rey. Fundó una estancia en la otra vera del camino real viniendo de San José de las Lagunas Saladas, de norte a sur, San Lorenzo al este y esta familia al oeste, unos cientos de metros en ese cardinal. La estancia creció y contrataron mano de obra del lugar, dando inicio a una industria que aún perdura en la zona: los ladrilleros. El río San Lorenzo tiene el barro especial para la labor. Con esos ladrillos comenzaron a levantarse las primeras casas de material asentado en barro, tanto en Saladas como en San Lorenzo. 
La venta de ganado y algo de agricultura servían de base a la expansión económica de esta orgullosa familia. Será la que donará los terrenos para el pueblo a fines de siglo XIX y comienzos del siglo XX. 
Como es regla fundamental la estancia tuvo sus muertos, de muerte natural o de muerte violenta; ya sea entre ellos o en entreveros con indios o vagabundos y mal entretenidos. Ni qué decir de las luchas intestinas del siglo XIX. 
Por ello la necesidad de crear, con el primer muerto, un lugar consagrado al cementerio. La tumba principal lo constituía -y constituye- un panteón de material que alberga a la familia fundante. Otros enterramientos acompañaron a la familia principal: sepulcros de menor factura o directo en tierra, con cruces de madera –o de hierro, más costosas- con chapa identificadora hecha a punzón y mazo. 
Pasaron los años y la familia lentamente se fue dividiendo, como se fue dividiendo la tierra. Algunos se fueron a lugares lejanos a vivir vidas diferentes, desapareciendo así el poderoso emporio agrícola ganadero. En cambio, permaneció el cementerio. 
Los lugareños que pasaban por allí, como buenos paisanos y creyentes cristianos, respetaban el sacrosanto territorio. Aunque advertían que al atardecer veían luces, apariciones oscilantes que corrían de una tumba a la otra. Sucesos y sucedidos eran transmitidos de boca en boca, en los boliches, llegando las noticias a todas partes, incluyendo la Capital. El viejo cementerio casi abandonado fue convirtiéndose en un tabú. “Chaque chamigo que allí kó hay aparecidos, fantasmas te digo”, decía un paisano al otro mientras le daba un sorbo largo a la caña. 
El cementerio fue cobrando notoriedad entre la gente del lugar y de pueblos aledaños. 
Poco a poco los Sánchez fueron armándose de coraje para incursionar en el cementerio. Los motivaba el preciado tesoro que, según las creencias, los antiguos propietarios habrían escondido en la bóveda; o en otras de menor porte. Para evitar intrusos y mirones acordaron en esperar una noche de tormenta, oscura y fría, que les sirviera de cómplice. Munidos de palas, picos, asadas y machetes bajo la intensa lluvia los Sánchez partieron al viejo cementerio, desde el actual asentamiento del pueblo. Llevaban linternas de cuatro elementos, faroles a querosén, velas por si acaso. 
Al llegar a la entrada ataron sus caballos y prestos se dirigieron a la bóveda mayor. De pronto, una luz extraña desapareció detrás de la estructura y un chillido les puso la carne de gallina. A pesar del miedo continuaron con su tarea, abriendo a golpes la bóveda. Siguieron con los restos de los cajones mortuorios que en ella se encontraban. Arrojaban al piso los restos óseos de antigua data, prácticamente destruyeron la construcción. De repente, una enorme figura negra de capa y flamígera espada se irguió de entre los huesos cobrando corporalidad. Aulló de tal manera que los intrusos atónitos y con un susto mayor, optaron por una retirada en desbande, sálvese quien pueda. Se atropellaban para salir, gemían de espanto ante la figura que lentamente se movía hacia ellos con ojos vidriosos, de un color verde venenoso obsceno. Aulló de nuevo y los buscadores de tesoro abandonaron sus pertenencias. Al galope huyeron hacia el pueblo mientras la figura, flotando o volando, iba tras ellos enloqueciendo a sus montados que trataban de lanzar a sus jinetes. A duras penas llegaron y se encerraron en sus ranchos, la noche se les llenó de penurias. Sus familiares no entendían nada, pero bajo la lluvia escuchaban un horrible aullido sin explicarse qué pasaba. 
Costó mucho aguantar el paso de las horas, la noche no acababa ni la lluvia cesaba. 
Pronto el rumor ganó las calles del pueblo. El único sobreviviente de la familia fundadora se dirigió hacia el cementerio, al que solía llevar flores y encender velas a sus antepasados. Su sorpresa fue mayúscula cuando observó el desastre que realizaron los desconocidos depredadores en la bóveda. Ingresó al recinto y se puso a acomodar lo que podía en los lugares que ocupaban los cajones. “Tengo tiempo y piedad”, se decía para sí. En un momento dado escuchó una voz, tranquila y serena, desde un rincón oscuro del sepulcro. No le asustó, pero sintió temor, que se acentuó cuando le apareció la figura de negro con la espada. Ya no fulgurante sino de precioso acero toledano. Los ojos de la aparición cambiaron de color, se transformaron en un verde dulce y acogedor, propio de los espectros tranquilos. Volvió a hablar como si su voz fuera el eco de otros tiempos, de espacios distantes: “Te estuve esperando Esteban, es el momento en que nosotros, tus muertos, entreguemos el presente a quien demostró bondad y no nos olvidó nunca desde jovencito”. Enseguida la figura marcó un lugar en el piso de la tumba: “cava acá, un poco profundo”. Esteban no sabía si obedecer o salir disparando. Mientras sus pensamientos ocupaban este dilema, la figura espectral le expresó que era de la rama fundadora de su familia, que no temiera. 
Pues venía de los viejos tiempos y en nombre de los espíritus de su familia a premiarlo por su bondad. 
Esteban comenzó a cavar, llegó hasta un metro de profundidad cuando la pala, dejada por los intrusos, chocó contra algo duro. Como pudo fue agrandando el diámetro del pozo, observando una caja de plomo de regular tamaño. Le costó sacarla, profundizando alrededor, ató el lazo al caballo haciendo pasar el mismo por debajo de la caja, sujetándola. La figura lo observaba tranquilo desde el rincón elegido. 
Logrado su objetivo, lentamente, la caja fue ascendiendo con el esfuerzo del animal y la ayuda en palanca que hacía Esteban. Ubicado frente al contenedor el joven miró al espíritu como interrogando. El espectro habló: “Ábrela sin romperla, quita los dos ganchos al costado y luego levanta la tapa”. Obedeció el joven observando que los ganchos de hierro habían desaparecido en la herrumbre total. Puso entonces la punta de la pala en uno de los extremos y levantó la tapa de plomo. Dentro de la caja un inmenso tesoro lo examinaba como riéndose: monedas, joyas, piedras y tanta riqueza que quedó absorto. Él era apenas un maestro de escasos recursos. El ánima le dijo que se tapara la cara completa, para resguardarse del polvillo maligno de los tesoros guardados bajo tierra, hasta dejarlo respirar. 
La sombra aclaró: “Esteban fuiste elegido por todos los que habitamos este lugar, por tu bondad y señorío de bien. 
No arregles este lugar, ya cumplió su objetivo. Debes usar el tesoro correctamente. Ayuda al hospital de San Lorenzo o sala de primeros auxilios; ayuda a los pobres, reparte alimentos y ropas, nunca atesores. Educa a tus hijos en el trabajo y el respeto como hasta ahora. No te vuelvas avaro porque el tesoro suele cobrar mal a quienes lo son. Invierte en tu familia y en ti; distribuye al menos un tercio en los pobres y enfermos, un tercio a la educación de los demás, becándolos, y un tercio para ti. No hagas ostentación, con humildad y en arcano las ayudas, recuerda que el silencio es salud. Continúa con tu trabajo. En referencia a las becas deben ser de similar secreto, nunca esperes otra recompensa que tu propia satisfacción y la de los espíritus que te protegerán siempre”. 
Esteban cumplió, puntualmente, el cargo de la donación impuesto por el ser sombrío. Se reía cuando veía a los Sánchez cuera que volvieron por sus herramientas al lugar de los hechos, donde encontraron una caja de plomo con una moneda de oro; solo una, por la que se desató la trifulca entre los hermanos que casi se matan por ella. Mientras la figura tenebrosa reía a carcajadas delante de ellos, hasta correrlos como la última vez. Jamás pudieron volver al lugar, ni siquiera a pasar por allí. El miedo generado contagió a no pocos vecinos, que daban una larga vuelta antes que pasar por el viejo cementerio. 

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