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Los mejores zainos del crepúsculo

Sabado, 22 de julio de 2023 a las 21:00

De niño oía a mi padre repetir el pedigrí de caballos Pura sangre de carrera ganadores. Lo decía y su voz sonaba como un verso homérico definiendo la genealogía de los héroes: ¡Mat Boy, hijo de Matun y Boyera! Muchos de ellos habían sido crack en las pistas del país y algunos en el extranjero, y ahora servían como padrillos en el Haras La Biznaga de Buenos Aires.
Por el stud que se hallaba en el fondo de mi casa fueron desfilando, a lo largo de los años, caballos pura sangre, cuartos de milla y criollos. Alguna vez anduvo por allí una nieta de Argos llamada Albenga, que no tuvo buena suerte con su salud.
Lo divertido para un niño era, además de ver todo el despliegue de preparación de un caballo de carreras, poder montar a los criollos que hacían de peón. Recuerdo una ocasión en la que un caballo recién llegado desde el ya desaparecido Hipódromo San Martín de Corrientes, se negaba a entrar a la laguna para hacer el ejercicio de natación, tal vez porque nunca lo había hecho en un ámbito natural, acostumbrado al agua de las mangueras y a las bases de cemento. Lo cierto es que, sin buscarlo, colaboré para que el caballo se internase en las aguas. Por sugerencia del cuidador me interné yo primero con mi montado y así, aunque dudando, el otro caballo me siguió. 
Ir en el lomo de un caballo cuando nada puede ser la experiencia más maravillosa del mundo. Uno puede de deslizarse hacia atrás y verse de pronto prendido de la cola, volver al lomo o simplemente ir agarrado de las clinas. El caballo bufa y bufa mientras el movimiento de sus patas debajo del agua hace que su cuerpo se hunda y eleve como una barcaza, mientras tanto a babor y estribor el agua espumea. La cabeza, la proa, apunta siempre hacia arriba como si el resuello le viniera del cielo. Cuando el animal se ha alejado de la costa y no ve la otra orilla, tiende a darse vuelta y a buscarla. Este comportamiento da muestra de su cansancio y es mejor no oponerse.
Al fin de cuenta un caballo es todos los caballos pero quiero recordar a dos que pasaron por mi vida y que hicieron feliz al niño y adolescente que fui: un tordillo traído de potro y que mi hermano Ramiro y yo domamos a fuerza de cariño. Y El Cardenal, un viejo zaino colorado que fuera “parejero” de mi abuelo. 
El Cardenal ponía en práctica el antiguo refrán castellano: el diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo. Tenía todas las mañas posibles pero no dejaba de ser manso, con el galope más armónico que he conocido. Si le invitabas a correr se ponía en alerta y picaba con rapidez a pesar de su edad. Fue tal el cariño que le teníamos que era como integrante más de la familia. A veces lo montábamos sin freno; con pequeños golpecitos con una varita de un lado u otro del pescuezo marcábamos la dirección a seguir. No tengo dudas de que el caballo sabía perfectamente donde vivía una compañera a la que visitaba casi todas las mañanas para enterarme qué había que estudiar para el colegio.
La dieta del caballo consistía en pasto, alfalfa y un poco de maíz bien picado para que pudiera masticarlo con los escasos dientes que le quedaban. 
En los días de frío dormía en un galpón y en más de una ocasión El Cardenal supo, acicateado por la nostalgia, destrabar la puerta y recorrer los quince kilómetros que separan Caá Catí de Talaty, donde se crió. Quizá esta conducta señalaba que se acercaba la despedida final del caballo; y así lo entendió mi padre que lo trasladó definitivamente al campo para que la intemperie le volviera a emponchar de rocío y a bordar con estrellas el infinito: Epitafio para mi caballo: aquí descansa el vértigo de un niño / atravesando el verano / el ritmo de un sueño entre tajamares y guayabas / sea siempre el último galope.
¡Salud, poesía y libaciones!

Mi caballo Cardenal
sabe mi caballo
que este galope ya no es suyo
sino del ritmo-del-color
con que la tarde 
    le va hiriendo
-con espuelas de sueños-
los ijares
    haciendo de sus clinas
una antorcha
    para iluminar mi noche
(1998)

Insomnio (1)
a mi padre que me enseñó el amor por los caballos        

los oigo tronar sobre la llanura
aplacar en mi sangre su hambre de viaje
sé que cuando pasan con sus ojos Molina Campos
con sus huesos-luzmala que fosforecen en la noche
y sus clinas elípticas de cometas
no hay riendas
ni ternura de infancia
que gobiernen sus tensos músculos
sus absolutas geometrías de infinito

los oigo y los veo nacer y partir 
desde el atrás de los años
desde un relincho con luna en los hocicos
para luego quedarme yo con sus temblores
respirando resignado la polvareda:
el último réquiem al domador
que Cantalicio desde abajo se llamaba
(1) A la memoria de Cantalicio Salazar que nos ayudó-enseñó a mi hermano Ramiro y a mí a domar un potro. (2014)

Carta 
no te importe padre
que desnudo camine por la arena,
hable con los pájaros  
o me quede para siempre 
a dormir entre la hierba,
viviéndome va la poesía 
con urgencia de últimos rocíos
con el rostro del que nunca vuelve o se despide

no te importe entonces 
si a veces mi tristeza resplandece 
y es la única estrella que alimenta, 
porque de otro modo no sé entregarme 
a este mundo que vacía mis ojos,
que en silencio me quita sus maravillas

ensillaremos  
                     padre 
los mejores zainos del crepúsculo,
veremos arder sus tensos ijares 
y sus crines de barriletes al aire

tajaremos lomas y bañados 
y será como perseguir al viento,
como acercar la madrugada a nuestros rostros

no te importe entonces 
    si me demoro, 
si Madrid me muerde el corazón 
si la vieja castilla me desola hermosamente
 
he venido padre 
a aprender de la tragedia del hombre 
que todavía sonríe y mastica la esperanza sin tragarla

no te importe entonces 
que ahora mi voz derrame su lengua en el áspero asfalto
y que sus alas viajen en trenes extraños  
                        
si entre tantas luces,
una garza desciende 
                 liviana 
                     sobre mi alma   
(2007)

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