El 1 de agosto de 1976 tuvo lugar en el trazado alemán de Nürburgring un accidente que transformaría a su protagonista en una fuente de inspiración para miles de personas en situaciones de adversidad.
Su nombre era Andreas Nicolas “Niki” Lauda y cuando quedó envuelto por el fuego desatado en su Ferrari de Fórmula 1 ya era famoso (de hecho, era el campeón vigente), pero ascendió a la categoría de mito gracias a la fortaleza mental demostrada luego de que lograra salir vivo de aquel infierno.
Niki Lauda fue rescatado de una pira después de golpear contra el muro derecho de la curva Bergwerk. La suspensión delantera de su auto se había roto unos segundos antes y, tras el golpe con el parapeto defensivo, volvió a pista descontrolado, convertida su Ferrari en una antorcha. El alemán Harald Erlt y el estadounidense Brett Lunger no pudieron evitarlo. Al chocar contra el auto de Lauda complicaron su situación. Las llamas enloquecieron.
El italiano Arturo Merzario, el británico Guy Edwards, Erlt y Lunger (quien se montó sobre la Ferrari en llamas) lograron desatar a Lauda y lo extrajeron consciente pero mal herido: el campeón de origen austríaco había sufrido quemaduras de tercer grado en su cabeza y rostro, además de haber inhalado gases tóxicos cuyas secuelas lo acompañarían de por vida.
En coma inducido y con pronóstico desalentador, parecía que los días de Niki en Fórmula 1 habían terminado, al punto de que le dieron la extrema unción en su cama de hospital. Ferrari convocó al argentino Carlos Alberto Reutemann (que la estaba pasando mal en Brabham con un modelo que no rendía) para reemplazar al austríaco, mientras que James Hunt, el inglés que le disputaba el campeonato 76 a Lauda, sintió que estaba ante su oportunidad de recortar diferencias.
Pero lo que nadie imaginaba era que el increíble amor propio de Lauda lo haría volver, literalmente, de la muerte y lo empujaría de nuevo a las pistas en pocas semanas. En su libro autobiográfico Al infierno y de regreso, Niki Lauda cuenta que sintió la irrefrenable necesidad de volver a conducir un Fórmula 1 cuando los médicos le relataron su prognosis. Las tenía todas en contra, especialmente en lo que hacía su cuadro respiratorio, pero también en materia de reconstrucción facial.
Niki había perdido tejidos del 50 por ciento de la cabeza, la oreja derecha y presentaba lesiones profundas alrededor de los ojos, en lo que quedaba de su cuero cabelludo y en otras zonas visibles que debieron ser tratadas con injertos de piel. También padecía de varias fracturas. Pero nada de eso le importó. Cuando pudo incorporarse pidió su casco de competición y se lo calzó como pudo, hasta destruir los intentos de emprolijamiento estético realizados por los cirujanos.
Exactamente 33 días después del accidente, Lauda volvió a subirse a la Ferrari y la aceleró en tandas de prueba como si nada hubiera pasado. Al bajarse del cockpit, las heridas de sus quemaduras le supuraban. Su rostro quedaría desfigurado para siempre como consecuencia de ese afán por demostrar que estaba en condiciones de dar batalla.
Así fue como seis semanas después del horrendo episodio de Nürburgring, Lauda era de la partida en el Gran Premio de Monza (Italia), donde logró un sorprendente cuarto puesto. El dueño de la corona estaba de vuelta para defender el título frente a un impetuoso James Hunt, con quien comenzó a construir una relación de rivalidad y amistad que se refleja en la película Rush.
Lauda y Hunt llegaron con posibilidades de ser campeones a la última fecha de la temporada, el GP de Japón, pero el austríaco levantó el acelerador de su Ferrari luego de reclamar a las autoridades de la carrera que tomaran medidas preventivas en pos de la seguridad de los pilotos, ante una lluvia torrencial que incrementaba el riesgo de accidentes. Ante el abandono de Niki, el camino quedó libre para que el hombre de McLaren obtuviera el campeonato, por un punto de diferencia.
La historia no termina allí, pues en la temporada siguiente Niki Lauda volvió a ser el de siempre y cosechó su segundo campeonato con Ferrari para luego retirarse por unos años en los que se dedicaría a fundar y dirigir su propia aerolínea. Pero cuando los negocios comenzaron a hacer agua, volvió a lo suyo: en 1982 se sentó en un Brabham de F1 y dos años después conquistó su tercera corona en la máxima. Se retiraría en 1985, después de correr con McLaren.