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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

Morenita Marin | El final de un forajido sin descanso

Prince Marvin Adjei nació en Freetown, Sierra Leona, el 3 de mayo de 1970. Unos días antes de cumplir 47 años de edad, un tribunal porteño lo condenó a pasar media década en prisión porque a las huellas que dejó en tres operaciones con cocaína solo le faltaban su foto para corroborar que estuvo implicado. 

Cuando le tocó defenderse aceptó declarar en indagatoria y, al tratar de despegarse de las maniobras que incluían el envío de droga a Europa, habló de que en algún momento estuvo en Corrientes, donde llegó con el afán de conocer y comprar gorras que luego vendería en la ciudad de Buenos Aires. La casualidad lo puso -según dijo- en el mismo camino que Federico Sebastián Marín, con quien tuvo una reunión en un hotel y luego algunos intercambios telefónicos.

Mintió tan mal que se animó a decir que por aquel entonces, 2015, con “Morenita” lo unía el objetivo de vender gorras. Y así le fue: después de conocer al itateño, la Policía llegó a su departamento de la calle Luis Sáenz Peña y comenzó su calvario.

2015 fue tal vez el año en el que Marín comenzó a trotar el ripio más escarpado de su larga carrera criminal. El año en el que comenzaron las persecuciones en serio.

La Justicia a través de un trabajo de la Procuraduría de Narcocriminalidad (Procunar) tiene estimado que entre 2011 y 2016, el joven que murió a tiros policiales hace una semana en Itatí, tuvo participación en la movilización de al menos 20 toneladas de marihuana, que logró secuestrarse en 35 procedimientos desplegados por diversas fuerzas de seguridad.

Con ese ritmo de contrabando quedaron involucradas más de 40 personas en 10 provincias e, incluso, con comprobados vínculos con sujetos del exterior. Principalmente de Paraguay.

Una de esas provincias donde Morenita hizo pie fue Tucumán, tierra donde en 2015 cayó detenido. Duró poco encerrado, se escapó, corrió y navegó a su libertad acechada hasta octubre de 2018, cuando la Gendarmería lo encontró en Itatí, armado como hace una semana, pero sin su familia, a la que pidió visitar para poder despedirse.

Desde ese entonces, hasta noviembre de 2022 Marín estuvo preso. Su residencia en los establecimientos penitenciarios debió ser insoportable, al punto de someterse a la metamorfosis más redituable que vivió en su trayecto por el salvaje oficio del narcotráfico.

Aceptó hablar, pero a cambio de, en principio, el beneficio de ver delante suyo desllavearse el pabellón asqueroso en el que cumplía sus condenas en Marcos Paz.

Y no fue todo. Le dieron en el conurbano bonaerense casa con pileta, un auto y plata para que sobreviva sin que su pellejo sea rastreado por quienes delató y pudieran hacerle sentir que su nueva vida no valía nada.

Así, su familia, compuesta por su pareja Lourdes Alegre y sus cinco hijos, consiguió salir de ciertos radares con identidades nuevas.

Sin embargo, deambular por una casa escondida con una tobillera electrónica a Morenita lo convenció menos que declarar un oficio honesto alguna vez en su vida. De hecho, nunca lo hizo, salvo por las anécdotas de quienes lo vieron cantar acompañado por una guitarra en la plaza frente a la basílica de Itatí.

Un forajido en serio. Ya que la mayor parte, sino todos los narcotraficantes de Itatí, en algún momento declararon como ocupación ser o embarcadizos, o pescadores malloneros, o comerciantes, o empleados municipales. Marín, nada de eso.

En febrero pasado su paradero ya era un misterio para quienes debieron tenerlo a resguardo, porque se escapó.

El sistema falló y Marín regresó a las salvajadas. No le costó nada volver a armarse y retornar a donde más cómodo se sentía, la cancha náutica y las islas que rodean a la comunidad de la Virgen.

Se dice que el muchacho habitó islas paraguayas que flotan sobre el Paraná en el periodo que transcurrió hasta octubre de 2018 (cuando lo atrapan) desde marzo de 2017, momento en el que se produjo el musculoso operativo Sapucay que dejó a Itatí sin intendente y sin comisario, entre otros personajes llevados de las pestañas a Buenos Aires para hablar de la droga que se movía allí.

La Ranchada fue entonces un nombre que empezó a sonar entre los investigadores que salieron a buscarlo, el hábitat donde mejor cumplía su rol en la voraz cadena alimenticia del contrabando de marihuana.

Aunque los sabuesos federales sabían de la pericia con la que Morenita se movía por la frontera líquida, nunca fue atrapado en el agua.

Lo detuvieron sí, pero cuando tenía 17 años, era menor de edad y no pasaría mucho tiempo encerrado, aunque su cara y su nombre quedaran relacionados con un asalto a mano armada en el que despojaron de todas sus pertenencias al diputado nacional Hugo “Turi” Perié y sus amigos Tamandaré Ramírez Forte y el actual legislador Víctor Hugo Vallejos.

Era marzo de 2004, los peronistas hacían pesca embarcada en Rzepecki y una lancha con tres hombres se les acercó, como piratas desenfundaron armas, por un par de horas los mantuvieron como rehenes a los golpes y con las manos atadas y los dejaron en la costa paraguaya después del robo.

En abril de ese año la Prefectura concretó algunas detenciones. Pero el hecho terminó en anécdota.

Federico Sebastián cayó en tierra firme. 

Cuentan fuentes federales que Lourdes Alegre manejaba el Fiat Uno blanco que el sistema de protección a testigos le había dado en Buenos Aires y que seguía usando, aunque la mujer renunció al programa articulado entre la Justicia y Seguridad de la Nación. 

Lógico, le habían puesto un GPS con el que según trascendió, monitoreaban sus movimientos.

De ese auto se bajó Marín el domingo cuando se agarró a tiros con los efectivos de la Policía Federal que le llegaron a los talones y provocaron el desenlace con el que el propio contrabandista había fantaseado alguna vez.

En el expediente de la causa Sapucay cuenta un testigo de identidad reservada que Morenita tenía dicho a sus secuaces que únicamente muerto lo iban a sacar de donde lo encontraran.

De hecho, él tenía varios tiros federales metidos en el cuerpo por andar corriendo más rápido que las fuerzas. Una vez fue en Corrientes Capital y otra, en Itatí.

Envidiable capacidad de resiliencia que esta vez no pudo usar. Hace una semana le tocó recibir tres disparos y se cree que uno que entró por el tórax y no salió fue el que le detonó el corazón.

Su osamenta quedó planchada en el asfalto de la calle Los Benedictinos, mientras su hija adolescente le gritaba a camilleros y uniformados que llevaban en ambulancia a los agentes que hirió con su Bersa 9 MM.

Fue el final de los días más salvajes de la marihuana en Corrientes.

 

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