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¿Corrientes tiene payé?

Bien vale recordar que las prácticas chamánicas en nuestra región prácticamente han desaparecido debido al sistemático y vergonzoso vaciamiento cultural que hemos infringido a nuestros aborígenes. Sin embargo el alcance de la palabra payé sigue vigente. 

Sabado, 30 de septiembre de 2023 a las 18:01

Con gracia y conocimiento del ser correntino rural, Mario Millán Medina alude lo siguiente en el chamamé El curandero: “Buenas pue Don Román/ las aguas vengo a traer./ Que mal aspecto tenés/ se nota que te han curado/ En las aguas se la ve bien claro/ a la que te hizo el daño,/ está la Ciencia Camaño/ con un vestido rosado./ Te está cebando mate y te convida un cigarro,/ y para que no le olvides/ te dio de tomar el daño”. En los escasos dos minutos y medio, el autor de Goya narra las instrucciones que el curandero le da al paciente atacado por un mal de amor. Y de paso el narrador aprovecha para parodiar a un médico universitario que también debe recurrir al curandero.
Más allá de lo “anecdótico” de la letra, Millán Medina da cuenta de un antiguo saber transmitido de generación en generación durante siglos: el conocimiento de las plantas medicinales que llegó incluso a desafiar al poder durante la Inquisición, lo que ocasionó la muerte en la hoguera de muchas mujeres.
¿Qué sería de la farmacia moderna occidental sin el aporte que hicieron los chamanes desde la llegada de Colón a América? Sin duda el salto cuantitativo hubiese sido menor o más lento en su desarrollo. 
En cierto pasaje de La vuelta de Martín Fierro, el gaucho cuenta sus días en las tolderías en compañía de su amigo Cruz que muere de viruela. Durante esta especie de exilio junto a los indios, Fierro describe negativamente y con crudeza la forma de vida de los aborígenes. Queda clara en estos cantos la postura política de José Hernández. No obstante, lo que aquí nos interesa son los pasajes en los que se narran con gran vigor las curas realizadas por viejas curanderas que de pronto deben enfrentarse a la viruela: “Sus remedios son secretos;/ los tienen las adivinas;/ no los conocen las chinas/ sino alguna ya muy vieja,/ y es la que los aconseja,/ con mil embustes, la indina./ Allí soporta el paciente/ las terribles curaciones/ pues a golpes y estrujones/ son los remedios aquéllos;/ lo agarran de los cabellos/ y le arrancan los mechones./ Les hacen mil herejías/ que el presenciarlas da horror;/ brama el indio de dolor/ por los tormentos que pasa,/ y untándolo todo en grasa/ lo ponen a hervir al sol./ Y puesto allí boca arriba,/ al rededor le hacen fuego;/ una china viene luego/ y al oído le da de gritos;/ hay algunos tan malditos que sanan con este juego”. Nótese que lo único bueno que se dice acerca de esta práctica es que algunos “malditos” son sanados.
Es habitual decir que Corrientes tiene payé. Popularmente esta palabra guaraní hace referencia a un sortilegio o hechizo. Lo que menos se sabe es que el vocablo, en modo más estricto, designa al chamán. Bien vale recordar que las prácticas chamánicas en nuestra región prácticamente han desaparecido, debido al sistemático y vergonzoso vaciamiento cultural que hemos infringido a nuestros aborígenes.
Sin embargo el alcance de la palabra payé en el primer sentido aludido sigue vigente, al menos en el interior de la provincia. En mis años de niñez y adolescencia era habitual la cura de animales vacunos abichados a través del “trabajo” a distancia del curandero que solicitaba un manojo de pelos del animal. Asimismo curaban también la intoxicación de terneros por la ingesta de miomio. Además las prácticas curativas se extendían a males más complejos como la adicción al alcohol. Recuerdo la recuperación de un trabajador de mi abuelo que “se hizo curar en secreto” según sus propias palabras. Bastó con vaciar delante del curandero una petaca de caña mientras el anciano repetía una letanía intraducible. En los días siguientes bebió de un  brebaje recetado y nunca más volvió a probar el alcohol.
Recuerdo la primera vez que me llevaron a medir el empacho: doña Lidia me dio instrucciones para que sostuviera el extremo de una cinta sobre mi pecho. Ella tomó el otro extremo y la tensó poniéndose frente a mí y mirándome a los ojos. En ese momento, debilitado por la intoxicación, solo deseaba que acabase cuanto antes para regresar a la cama. Lo cierto es que ella, tras persignarse, empezó a murmurar unas palabras. Fue entonces cuando la voz dulce y serena de doña Lidia desapareció para dar lugar un rumrum que desató una tormenta en mi estómago. Sentí un fuerte mareo. Las piernas se me aflojaron súbitamente. Ella empezó a avanzar sobre mí midiendo la cinta con brazadas hasta que apoyó su mano en medio de mi cabeza. Su voz dulce volvió para decir: m´hijo, estás hasta acá…muy empachado.
Doña Lidia volvió sobre sus pasos y repitió la operación; así tres veces, siempre murmurando y yo apenas soportando el mareo. Hasta que por fin dijo: ya está, tomá un jarro de esto y mañana a la escuela. Yo no le creí, mi descompostura no me permitió hacerlo, pero lo cierto es que al otro día no me quedó más opción que conjugar el pasado del verbo reposar en el colegio.
Dicen que el don de curar se transmite por generación intermedia. El padre o madre le pasa al nieto o nieta. Yo curo por palabra decía otra vieja curandera de Caá Catí, curo con la fe del enfermo. Otro, para aliviar la migraña, hacía imposición de manos (acaso en el ajna chakra). Sea cual sea el origen de estos dones y conocimientos, el sincretismo que los traspasa y sostiene, no podemos ignorar que están ahí, que siguen recordándonos que el ser humano viene atravesando los siglos.

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