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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Oxímoron, jubilados y Umma

Por Emilio Zola

Especial

Para El Litoral

Había decidido empezar esta columna por el lado de la economía macro. Trillado asunto cuyo abordaje permite conocer de cerca el pensamiento de un Javier Milei cada vez más encerrado en su propia obsesión por un balance que, según su formación filosófica, mejorará en tanto los consumidores dejen de consumir. 

Pero el redactor frenó el texto porque era hora de cocinar algo para la familia. Las vacaciones de verano no implican una pausa en las tareas del hogar, que cuando se plasman con amor se tornan un placer inconmensurable. La satisfacción de ofrecer a los hijos el producto del trabajo de las propias manos es también la oportunidad para darse de bruces contra la realidad más triste.

Unas brochettes de pollo eran el menú elegido y hacia el supermercado del barrio partimos. En el camino de dos cuadras y media las ideas sobre la economía reduccionista del fundamentalismo libertario daban vueltas bajo el sol trepanante del mediodía correntino. El aire acondicionado del súper es ahora el principal señuelo para atraer clientes, pues ofertas ya no quedan.

Una vez adentro, Emilio Zola no pudo con su genio y entrevistó a un cliente en el mostrador de la fiambrería. Pretendían lo mismo, unas fetas de jamón que no pasaran el cuarto kilo. En su caso, prosciuto cocido para enriquecer unas anodinas milanesas al grill, a fin de guardar dieta recomendada por el médico, según confesó el caballero.

Jubilado cercano a los 70 pero bien llevados, anteojos a la moda y shorts de basquet, renegó: “Están locos con estos precios”. Por un instante se ilusionó con una tira de chicharrón trenzado (la dieta estaba a punto de ser desactivada), pero la tomó y se quitó las gafas oscuras para enfocar bien sus ojos celestes, abiertos con el asombro del que lee por primera vez a Stephen King: 8.200 pesos el kilo. La bandejita envuelta en papel film, 2.850 pesos. Suspiro de bronca disimulado con una sonrisa de resignación.

“Están locos. Pero están locos en todos lados con los precios”, abundó en su reflexión absolutamente esperable, repetida a flor de llanto por tanta gente que se multiplica en las filas de los cajeros para constatar que sus ingresos no sirven para comprar lo que compraban antes. Que los alimentos cotidianos descienden a productos inferiores basados en el viejo potaje de los pobres: grasa y harina.

El señor de los anteojos oscuros se alejó hacia la zona de frutería. Un par de manzanas (“carísimas”, dijo) consolarían su abstinencia de encurtidos, no sin antes despotricar contra el presidente: “Nos está fundiendo a todos, comenzó por los que tenemos menos con el ajuste y los de arriba siguen viviendo cómodos”. El preguntador metió un bocadillo también repetido al añadir que “es lo que los argentinos votaron. El problema es que votaron sin leer la historia de Milei, sin saber que es un gerente de Eurnekian y que nunca avanzará sobre las grandes fortunas”.

Unas lágrimas parecían asomar en las conjuntivas del señor, que guardó silencio y se despidió respetuoso con un apocado “que tenga buen día”. Se calzó los anteojos y siguió mirando precios. Negaba con la cabeza, en lo que quizás haya sido un gesto autocrítico de ensimismamiento disconforme. 

Las brochettes salieron dignas. La familia almorzó y de vuelta al teclado el cronista buscó la forma de retomar su idea original. Veamos: Milei echó al ministro Ferraro con la excusa de haber filtrado información clasificada sobre las reuniones de gabinete, pero hay mucho más debajo de esa superficie admonitoria, quizás ejemplificadora, que intentó instalar el Gobierno Nacional. Lo que hay son internas propias de una administración sin equipo, colonizada por el ala dura del PRO a través de los ministros Caputo y Bullrich, dos talibanes que ya fracasaron con las mismas recetas promercado que ahora intentan imponer por enésima vez.

¿Cuáles recetas? Las vigentes en el decreto de necesidad y urgencia que derriba la obligación de poner en planta e indemnizar trabajadores, que libera a los extranjeros de la restricción para comprar vastos terrenos de la geografía nacional, entre otras medidas que se trasladan a la llamada “Ley Ómnibus”, ese mastodóntico proyecto oficialista cuya aprobación (aún menguada) ofrecería al jefe del Ejecutivo superatribuciones para cumplir con un sueño húmedo del Fondo Monetario: eliminar el sistema previsional de reparto.

Es decir, romper con la cadena de solidaridad por la cual los trabajadores activos aportan para el buen vivir de los trabajadores pasivos en su etapa de júbilo. De allí el término “jubilados”. Se aparece en la memoria reciente el caballero de los lentes oscuros y ojos celestes irritados por los precios del chicharrón. ¿Qué harán los setentañeros para vivir si el presidente de las patillas y la porra aleonada consigue desbaratar la fórmula de actualización jubilatoria?

Serán libres de elegir entre volver a trabajar como cuidadores de algún edificio, como lavacoches (si la cintura os lo permite) o como niñeros de sus propios nietos si la economía familiar soportare. Incluso serán libres de dejarse morir sin alimentos o remedios, o también -en caso de decantarse por el costado de la ilegalidad- serán libres de hurtar un almacén para cometer lo que se conoce como robo famélico.

Por fin el análisis de Zola rumbeaba hacia las profundidades macroeconómicas, para hurgar en la paridad del dólar informal con el dólar (ya devaluado) que fijó Milei como tipo de cambio ni bien asumió, hacia los requisitos de los grupos concentrados para invertir en un país desastrado por administraciones fallidas, pero no siempre se puede con los planes predeterminados.

La tele del escritorio estaba prendida en “mute” cuando Emilio vio un título en TN. “Así mataron a Umma”. Subí el volumen y escuché con detenimiento el relato de Canaletti. Cuatro descerebrados habían salido de cacería para robar autos y dispararon contra el Ford Ka donde la niña viajaba con su padre. La mataron porque sí, porque el aire es gratis y porque carecen de sentido social. Cuatro lobotomizados por el sistema. Veinteañeros que ni estudian ni trabajan, hijos de padres tan desquiciados como ellos. Descartes humanos con derechos a juicio justo y a ser eximidos de las penas fijadas por el código por las edades de punibilidad que fija la ley argentina. Pasaron minutos del episodio y la ministra Patricia apareció por las redes con su discurso manodurista de siempre, como si sus cuatro años como jefa del Ministerio de Seguridad en tiempos de Macri hubieran cambiado algo.

La respuesta es que no se puede cambiar nada haciendo lo mismo de siempre. El propio presidente lo repite como disco rayado sin cumplir con su propia consigna, pues su política económica privatizadora, ultraliberal, individualista y antiestado se aplicó en el país en forma cíclica, con los mismos resultados de siempre. Desde la Década Infame con los negociados exportadores al imperio británico a la famosa frase de Álvaro Alsogaray, “hay que pasar el invierno”; desde la indiferencia de Domingo Cavallo a los reclamos de Norma Plá hasta el descuento del 13 por ciento a las jubilaciones, perpetrado por la misma Patricia Bullrich en tiempos delarruistas. En todos los casos, los resultados fueron más pobreza, incremento de la marginalidad y ascenso de la delincuencia congénita.

¿Se nace ladrón? ¿Se nace asesino? Nada lombrosiano busca inocular esta columna. Nadie nace malvado. Pero hay niños que vienen al mundo en contextos tan infernales que solamente la solidaridad del Estado puede rescatarlos a través de la educación y la contención social. Es justamente lo que Milei, por razones de convicción personal absolutamente dogmáticas, quiere erradicar. Y son las causas de fondo por las cuales el jubilado de lo ojos tristes se quedó sin su trenza de chicharrón. O mucho peor: el origen del demonio que segó la vida de una nena cuyo inaceptable final engarza un nuevo eslabón a la cadena que, en el oxímoron mileista, nos está liberando.

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