n El airbag fue un desarrollo revolucionario de la industria automotriz y a lo largo de cuatro décadas salvó miles de vidas, pero al mismo tiempo generó efectos secundarios que al combinarse con el descuido de conductores o acompañantes derivaron en todo tipo de consecuencias lesivas.
La bolsa de aire que se dispara desde el centro el volante, el tablero o los costados del habitáculo fue diseñada para su utilización en condiciones determinadas. Por ejemplo: es indispensable llevar colocado el cinturón de seguridad, dado que el dispositivo sale disparado hacia el rostro del conductor (o su copiloto) a unos 250 kilómetros por hora. Si la persona que protagoniza una colisión no llevase la sujeción adecuada, en vez de que su cabeza sea protegida por el airbag sufriría heridas más graves todavía.
Lo mismo sucede con los acompañantes del asiento delantero derecho que acostumbran viajar con los pies apoyados sobre el torpedo. Las pruebas conocidas como “crash test” demuestran que los “dummies” (muñecos que imitan la disposición antropomorfica) sufren traumáticas fracturas de los miembros inferiores que involucran de tibias, fémures y pelvis.
Es por eso que en distintos países de Europa la legislación de tránsito castiga con onerosas multas a los pasajeros que se desplazan por las carreteras con los talones relajados sobre el salpicadero. Puede ser una postura cómoda y hasta favorecedora para las personas que padecen entumecimientos, pero en caso de que el vehículo se vea inmerso en un impacto frontal las consecuencias pueden ser gravísimas, incluidas lesiones incapacitantes o la muerte.
Párrafo aparte para la costumbre más peligrosa que se pueda poner en práctica en un automóvil con airbag de conductor: intentar enseñar a un niño a dar sus primeros pasos en el manejo sobre el regazo del papá o la mamá, mientras el automóvil se halla en movimiento. Llevar a un niño de 4, 5 o 6 años sentado sobre las rodillas a centímetros del fulminante que detona el airbag implica exponerlo a un peligro inconmensurable.
La falta de conciencia hace que hasta el día de hoy, en plena ciudad, sea bastante habitual observar a padres, tíos o abuelos conduciendo parsimoniosamente con niños sobre sus faldas, mientras los pequeños toman el volante para sentir la sensación de guiar el auto familiar. Podrá ser divertido, pero cualquier impacto con el vehículo precedente podría activar el airbag y en fracciones de segundos ocasionar los peores traumatismos faciales al pequeño principiante.
Otro apartado a tener en cuenta es que en los últimos años distintos fabricantes han equipado a sus automóviles con un botón de desactivación del airbag de acompañante. ¿Para qué? Se trata de una medida de excepción a fin de que los padres o madres puedan transportar, en solitario, a bebés recién nacidos en el asiento delantero (siempre mirando hacia atrás, como debe ser hasta los seis meses de edad).
En esos casos el airbag de acompañante representa más riesgo que protección, por lo cual distintos modelos equipan un pulsador de desactivación en la guantera, mientras que otros permiten este procedimiento solamente si la unidad es llevada al servicio oficial para que sean los idóneos quienes modifiquen la configuración del dispositivo.
La bolsa de aire que se infla para abrazar el rostro o distintas partes de la anatomía humana en casos de siniestro fue desarrollada por el ingeniero norteamericano John Hetrick en 1952, cuando patentó un prototipo desarrollado por él mismo luego de sufrir un accidente con su familia.
Hetrick intentó vender su proyecto a las grandes automotrices, pero estas decidieron iniciar sus propios proyectos hasta que en 1973 la General Motors presentó el primer vehículo de serie con airbag: el Oldsmóbile Toronado. En esos años el mecanismo era toda una rareza y su comportamiento no estaba sincronizado a la perfección con el momento del choque, con lo cual la iniciativa no tuvo mayor repercusión.
Recién en 1981 Mercedes Benz incorporó en su clase “S” el airbag con el concepto moderno. Esto es, con el material conocido como “azida sódica”, cuya reacción química ante una colisión de más de 15 kilómetros por hora activa una chispa que a la vez libera gases que inflan a gran velocidad la bolsa, como si se tratase de una explosión controlada.