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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Los cantos del consenso, las ratas y el General Paz

Milei tiene todo a favor, pero también todo en contra. A favor por el apetito de cambio que la sociedad argentina mantiene pese a la inédita licuación de ingresos que padece. Y en contra por su personalidad mesiánica, esa en la que sus tripas ordenan que hable antes de que su cerebro procese los efectos de sus maledicencias.

El viernes por la noche, a su estilo, vivado por una claque aplaudidora introducida previamente, con las pompas del siglo XIX (hasta el modelo de acuerdo refundacional fue distribuido con tipografía pseudomanuscrita, alegórica de los antiguos tratados preconstituyentes) y escoltado por granaderos, dio su primer mensaje ante la Asamblea Legislativa. Y si bien bajó el tono de sus provocaciones, eso que él define como “casta” fue el blanco del primer tercio de su lectura.

Inteligente, buscó encorsetar a los gobernadores con una propuesta acuerdista que planteó en dos tiempos: primero una convocatoria a los jefes provinciales a la Casa Rosada para que de allí surja el mandato a los legisladores nacionales a fin de que aprueben su llamada “Ley Bases”, un compendio de medidas que propone privatizaciones, reducción de partidas presupuestarias en rubros que muchos mandatarios consideran esenciales, eliminación de privilegios políticos y liberación absoluta para el comercio.

El segundo paso se daría el 25 de mayo en Córdoba. ¿Por qué? Porque su perro clonado Conan es cordobés, respondió el presidente a la salida de la ceremonia. En la provincia gobernada por el peronismo anti-K se firmará, según predijo, el Pacto de Mayo, una suerte de nuevo Pacto Federal como el suscripto contra la Liga del Interior del posteriormente derrotado General José María Paz.

El Pacto Federal de 1931 sentó las bases de la Confederación Argentina y es considerado el entendimiento que abrió camino hacia la Constitución de 1853 (a la que se incorporó Buenos Aires recién en 1860), período en el que surgió como alternativa de renovación política la llamada Generación del 37, un movimiento cultural que adquirió influencia hasta consagrar presidente a Domingo Faustino Sarmiento, luego de la constitucionalización impulsada por Juan Bautista Alberdi. ¿Se siente Milei una suma de Alberdi, Sarmiento, Miguel Cané y Esteban Echeverría? Puede que sí, pero incurre en un error de referenciamiento en función de las ideas defendidas por aquella agrupación progresista nacida en la librería de Marcos Sastre.

Alberdi, es cierto, defendía ideas liberales, pero con una diferencia sustancial respecto de la teoría libertaria. Ese distingo se corporiza en la mirada inclusiva del tucumano, quien redactó una Constitución basada en el principio de justicia social hoy aborrecido por el presidente. Sarmiento por su parte, aunque odiaba a los originarios de la Patagonia y los definía como barbarie, impulsó la educación pública hasta inundar el país de escuelas que hoy Milei desfinancia con una receta ajustadora, en nombre del déficit cero.

Basta leer “El Matadero”, de Esteban Echeverría, para comprender que el modelo mileista nada tiene que ver con la Generación del 37, sino que viene a desguazar las conquistas sociales que comenzaron por aquellos años y se coronaron, ya en el siglo XX, con la irrupción de los conatos anarquistas motorizados por los inmigrantes que arribaron a la Argentina sin saber que venían condenados a la explotación laboral de terratenientes e industriales concentrados en la alta sociedad patricia.

En el cuento agonal de Echeverría se narra el padecimiento de los peones rurales durante el régimen de Juan Manuel de Rosas, baluarte de la historia nacional con claroscuros que lo muestran tirano y defensor de la soberanía al mismo tiempo. La pelea entre pobres por un trozo de carne en tiempos de escasez, la decapitación de un niño por la impericia de los encargados de enlazar al último novillo disponible y la tortura a un joven unitario que es utilizado como chivo expiatorio, retratan tiempos tormentosos que el presidente actual busca romantizar con el argumento de que la Argentina disfrutó un proceso evolutivo que la encumbró a la condición de potencia alimenticia mundial.

Como Rosas, también Milei muestra dos caras. La de un gobernante que conoce sus debilidades y se dispone a iniciar una instancia de diálogo con gobernadores necesitados de recursos y la del déspota que amenaza con hacer de las suyas a espaldas del Congreso, pues “si quieren conflicto tendrán conflicto” y bastan “las herramientas que tiene el Poder Ejecutivo que hemos utilizado hasta ahora”. Así fluctuó en su discurso del viernes, con el péndulo del que acaricia y aporrea según la ocasión, al compás de una bipolaridad manifiesta.

¿Es sincero Milei con su llamado al diálogo después de golpear, agraviar y desatar una viralización odiadora contra la clase política? ¿Realmente ha reflexionado sobre sus errores al calificar a la Cámara de Representantes como “nido de ratas”? Nadie puede meterse en su cerebro, pero a juzgar por su conducta podría colegirse que no. La disminución de la intensidad en su cruzada “anti-casta” obedece a una estrategia que busca marcar la agenda, condicionar los tiempos y empujar a los gobernadores a aceptar sus reglas.

Pretende un remedo del Pacto de la Moncloa, pero a libro cerrado. Una especie de Consenso de Washington, aquel acuerdo entre los países balcánicos que en 1989 se comprometieron (con Estados Unidos como garante) a adoptar drásticas medidas económicas para disminuir la inflación y reducir el gasto público. Más de tres décadas después podría decirse que lo lograron, pero sin las mieles prometidas de un estándar de vida mejorado para todas las capas sociales de Bosnia, Croacia, Serbia y Montenegro.

El Nobel de Economía Joseph Stiglitz advirtió sobre el fracaso de aquel plan, evidenciado en la errática aplicación de políticas ultraliberales acicateadas por el FMI y la ausencia de una red de contención social para la abrumadora cantidad de excluidos del sistema a partir de la instrumentación de un plan que derivó en ciertos resultados positivos, pero concentrados en los estratos superiores. Esto es: baja de la inflación y estabilidad cambiaria como contraparte de una fuerte concentración de riqueza en los sectores capitalistas, además de pobreza, desempleo juvenil y una calidad de vida abismalmente inferior a los promedios europeos.

Básicamente, es lo que pretende el presidente Javier Milei con su medicina de shock. Secar la plaza de pesos, emisión cero, inestabilidad de precios al consumidor y una meteórica pérdida de la capacidad de consumo de asalariados, trabajadores y desposeídos. Su cambio, por ende, no es más que un nuevo período de neoliberalismo clásico en un esquema social que se proyecta hacia la supresión de la clase media con una masa poblacional necesitada de empleo y dispuesta a aceptar más horas de trabajo por menos salario, más esfuerzo a cambio de menos beneficios. Menos Estado y más sálvese quien pueda, incluido el anunciado regreso de las AFJP.

¿Aceptarán las provincias esta refundación que endulza con aromas renacentistas la era roquista? Una época en la cual el ingreso per cápita era altísimo, pero no se distribuía entre los obreros esclavizados en campos, curtiembres y mataderos. Años en los que el peón moría a los 50 por razones evitables.

Martín Llaryora, el gobernador de la provincia elegida para el supuesto Pacto de Mayo, confirmó su presencia entre comillas, pues “de aquí al 25 de Mayo faltan mucho tiempo y muchas cosas por definir”. Más preciso fue el gobernador correntino Gustavo Valdés, quien decidió no asistir al recinto nacional y siguió el mensaje por TV, al advertir que “no es bueno un pensamiento único”, a la vez que garantizó presencia del Estado allí donde Milei repudia: contención social, derechos de género e inversiones en obra pública (incluso la autovía abandonada por el Gobierno Nacional).

A juzgar por los conceptos del mandatario correntino, quien además garantizó la aplicación irrestricta de los principios republicanos al autoexcluirse de una hipotética re-reelección, no le será fácil al presidente reunir a todos en una misma mesa para abrochar su Pacto de Mayo. Las “ratas” que él denostó lo escucharon en silencio y actuarán con sigilo para no dejarse engatusar y muchos harán valer sus criterios antes de dar el sí. 

En especial Corrientes, cuya historia la define como una jurisdicción preexistente, fundacional de la Nación y dispuesta a rebelarse contra los atropellos centralistas. Por si hiciera falta, recordemos que para sellar el Pacto Federal primero tuvieron que tumbar del caballo al aguerrido General Paz, un aliado estratégico de Pedro Ferré que supo defender la autodeterminación correntina en la epopeya de Caaguazú.

 

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