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Carlos de Santo Tomé

Moglia Ediciones. Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”.

Sabado, 06 de julio de 2024 a las 18:04

Tuve el feliz privilegio de participar de la Feria del Libro de Santo Tomé, un excelente evento. 
El primer impacto que recibí fue un recuerdo enorme escondido en el inconsciente por muchos años. Me reencontré con un antiguo caserón de los fundacionales del nuevo pueblo destruido por los brasileros bandeirantes que floreció de nuevo con nuevos bríos en esa ciudad universitaria. 
Uno de los hijos de la familia es Carlos, se llama igual que su padre, abogado análogo a su progenitor, coincidencias de la vida. El padre un hombre sacrificado estudió derecho en la Universidad del Sol, la Universidad Nacional del Nordeste, con gran sacrificio. Sus compañeros de estudios eran igual que él trabajadores por lo que no tenían mucho tiempo, de allí que la tarea se realizaba de noche y especialmente los fines de semana y feriados. 
En la ciudad de Corrientes, Carlos padre vivía en una pensión sobre la calle Paraguay casi esquina Junín lateral este donde nace el sol, frente a la puerta de la humilde pieza con baño compartido y calles de tierra. Sobre la vereda había un paraíso, del que colgaba un foco de poca potencia con un cable extendido de confección casera. Lalo, Carlos, Kito y otros, con mucha esperanza soñában con cambiar nuestros destinos, en el orden dicho bancario, policía y maestro. 
Pasó el tiempo, todos obtuvieron su título soñado de abogado, con el mismo en la mano tocaban el cielo, la del Sol, los convirtió en mejores seres humanos, al menos es lo que pensamos. 
En el caso de Lalo partió al otro barrio temprano después de un luctuoso accidente de tránsito. Carlos y Kito compartieron una cena hace unos años en Santo Tomé, evocando los hermosos recuerdos guardados, la historia que llevaban a cuestas que no era poca. Contaba que su hijo era abogado y trabajaba en la Extensión Áulica de la ciudad, que esperaba un nieto. Pero la naturaleza nos entrega un pasaje de ida -materialmente hablando- sin retorno, la parada es el mundo de los espectros. A Carlos lo vino a buscar la barca de Caronte que transporta los difuntos al otro lado, no pudo conocer a su nieto tan esperado. 
Su hijo Carlitos sufrió depresión, pero tenía que levantar el ánimo, no le quedaba otra por su bebé, pensó para sus adentros: “el abuelo lo ve”, como cierta premonición. 
Pasaron los días y la vida sigue, mientras marchaba a tribunales recordaba las rutinas que tenía con su padre. El fallecido se le aparecía en sueños y eso lo inquietaba, encendía velas y colocaba el vaso de agua que permite a las ánimas comunicarse con los terrenales sin otra mediación. 
Una mañana al salir de los tribunales se apreció extraño, raro, como si una energía o lo que fuere, lo rodeaba. De pronto escuchó el silbido inconfundible de su padre, nadie silbaba como él. Se quedó paralizado. El segundo silbido lo impulsó a darse vuelta y allí estaba la figura diluida del progenitor que lo saludaba con alegría. El joven quedó solidificado, no atinaba a moverse, hasta que una paz lo invadió con presteza, su padre le hizo saber que estaba bien. 
El niño crece, observa las fotografías del extinto abuelo, lo marca sin que nadie le haya dicho nada. “Es el abuelo”; dijo y ante los interrogantes expresó: “Me visita”. 
Para reforzar lo sobrenatural las fotografías que están en el estudio con la vela correspondiente, de pronto aparecen cortadas por el medio, o que la fotografía se caiga sin impulso alguno resulta extraño pero no imposible, el aparecido ronda cuidando su prole. Otras veces suena el teléfono, todavía existían los fijos, resabios de otros tiempos. Al levantar el tubo solo un murmullo ininteligible, el niño comenta sin escuchar nada y dice: “Es el abuelo yo sé dónde está, se esconde pero viene a verme”, describiéndolo.

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