Me pareció una figura irreal cuando lo vi emergiendo del Paraná, como si se tratara de una figura etérea de esas historias increíbles e imposibles, que conformaron la mitología griega.
Corría tal vez el año 1998, cuando por primera vez de estar en París radicado desde el 1987, se vino en una gira que comprendía también Argentina.
Me resultó así de extraño, porque ya lo había visto personalmente en sus años mozos, vestido con traje a rayas, de riguroso peinado a la gomina con raya al medio. Parecía entonces, un digno integrante de la película “El Padrino”
Ahora constituía lo opuesto, pelo largo y desplegado al viento, canoso y aunque de sport vestía totalmente de blanco lo que le confería una imagen diferente y lejana de la que yo lo había conocido en sus primeras actuaciones nacionales.
Encomendado por el Departamento Periodístico de Canal 13 de Corrientes al que pertenecía, fui a buscarlo al Hotel de Turismo de Corrientes donde estaba parando para concretar una nota.
Estaba de regreso a su Patria, en esta gira que lo acercaba a los suyos, tocando Corrientes, tierra de sus mayores.
La primera sorpresa la tuve cuando en Conserjería del Hotel de Turismo, me dijeron que había bajado la Av. Costanera para cruzar junto al río Paraná. Cuando se lo conté como carta de presentación se me rio a boca llena, y me dijo, “no, bajé a tomar aire, sentir el murmullo del río, tenga en cuenta que vivo en pleno Barrio Latino de la ciudad de París; así que insuflar aire puro fue saludable y muy recomendable, sin bocinas, sin gases tóxicos, sin barullo.”
En su forma de hablar, pausado y sereno al extremo, midiendo cada palabra, parecía un monje budista con lo mejor de sí, la fuerza impetuosa de su espíritu.
Días pasados con el Festival de Chamamé, lo escuche por Radio Corrientes en una charla telefónica con Martín Varela. No había desentonado ninguna nota. Era el mismo mensaje alentador que lo había escuchado en la década del 90´realizándole una entrevista.
Lo primero que llama la atención de Raúl Barboza, es la pasividad que transmite en pos de una charla, detrás de metas personales que hablan de su bondad en permanente manifiesto.
Escuchar el acordeón diatónico de Raúl Barboza, es adentrarnos en la selva, sentir el murmullo refrescante de arroyos y río, levantar la vista es encontrarnos con la espesura del monte cuya sombra da vida a la legión de aves que guardan la colección de sonidos.
El, siempre repite y está en lo cierto, que se trata de una búsqueda eterna por copiar la vida agreste, con ecos que se les parezcan, respetando estructuras pero poniendo, como siempre, lo mejor de él. Que ante su búsqueda se aproximen a la ventana del paisaje hecho un homenaje de murmullos.
Hablar con Raúl Barboza es aprender a convivir con criterios opuestos, facilitados por el puente entrañable de su música que todo lo logra, merced a talento, pero más que nada a la humanidad que irradia como potente faro de convivencia, de ser siempre “chamigo”.
La solidaridad es un paso inicial que sortea inconvenientes de conexión las experiencias primeras del artista. No siempre está presente al trasponer la puerta, pero la perseverancia hace milagros.
Esa misma perseverancia lo llevó hasta Astor Piazzolla, músico fundamental de la música argentina en grado supremo de libertad. En una parte de esa nota de presentación de Raúl Barboza como músico joven calificado, expresa Astor:
“Yo sería incapaz de tocar un chamamé. Porque para tocarlo, hay que nacer en esa región. Cocomarola, Abitbol, Montiel. Y ahora, Raúl Barboza que tiene toda mi consideración.”
La recomendación cayó en buen puerto, a los empresarios de “Trottoirs de Buenos Aires” en pleno París. De allí, todos los elogios de una carrera enorme, creativa y en permanente movimiento, logrando la conexión buscada y el respeto profesional que fue ascendiendo la cuesta de los triunfadores.
Algunos franceses amantes del jazz, califican a Raúl Barboza, comparándolo con el saxofonista Charlie Parker: “por las rupturas en las melodías y por las atmósferas que crea.”
Ha grabado más de 30 álbumes originales. Participó en nueve películas. Sumando 38 años de permanencia en Francia, sin dejar de recorrer todos los años su país, lugar donde descansan sus ancestros, sus padres curuzucuateños, sus maestros y amigos.
Su estrategia, residir en Europa, y desde allí recorrer el mundo para que el chamamé gane adeptos. Constituirse en un faro de difusión de una música culturalmente notable, bien ganado bien ganado respeto, portando una raíz riquísima estéticamente hablando.
Su nombre es mundial, el haber logrado la medalla al Caballero de las Artes y las letras, en el año 2000 conferido por el Gobierno Francés, le otorga orgullo y responsabilidad en representar a su música y a su país. El haber obtenido el prestigio de Doctor Honoris Causa por parte de la UNNE, y numerosos premios más son firmes motivos para su razón de estudio y búsqueda constante, que prestigia su jerarquía y la meta emprendida.
Me dijo a mí, casi como en un susurro, quisiera tener el don con el acordeón de poder imitar la polifonía de las aves, como legado eterno de un hombre tremendamente humilde que no escatima esfuerzos porque sus melodías toquen el techo de la Nación Chamamecera.
Hablar con Raúl Barboza es aprender a convivir con criterios opuestos, facilitados por el puente entrañable de su música que todo lo logra, merced a talento, pero más que nada a la humanidad que irradia como potente faro de convivencia de ser siempre “chamigo”.