El suicidio colectivo aparece en la historia de la humanidad como una experiencia de autodestrucción infestada por la locura de los fundamentalismos dogmático-religiosos. Jim Jones en Guyana y David Koresh en Waco indujeron a la muerte a sus fanáticos después de convencerlos de transitar hacia una hipotética salvación que, en realidad, tenía como destino final el infierno.
El paralelismo comparativo con la administración que encabeza Javier Milei, quien no por casualidad es apodado “El Loco” por propios y extraños, acude a los ejemplos introductorios para confirmar la pulsión de vida que caracteriza a los pueblos, cualquiera sea la catástrofe por la que hayan debido pasar. Porque, salvo excepciones como las citadas sectas, las personas no se suicidan en masa sino todo lo contrario. Antes de caer por el acantilado, pisan el freno.
En eso están los argentinos por estos días, parados sobre el pedal del medio. Desengañados, desilusionados, desahuciados por una economía que muestra un índice inflacionario controlado gracias a la fenomenal caída del consumo. Y con un Gobierno Nacional dolardependiente que exprime hasta la última gota de cada posteo emitido por el secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, cuyas frases de apoyo incrustadas en la red social “X” segregan la dopamina política que mantiene erguido a un cuerpo gubernamental jaqueado por negatividades múltiples.
Como en la canción de Joaquín Sabina, los que confiaron en el outsider libertario porque pensaban que no podían estar peor hoy le escriben al líder libertario los últimos versos de un romance electoral que duró menos de dos años, pues les sobran los motivos para romper el lazo de confianza que alguna vez los llevó a creer que el ajuste lo pagaría la casta, que la hermana Karina era Moisés guiándolos a la tierra prometida, que Toto Caputo era el Messi de las finanzas, que la dolarización endógena y que ocho cuartos.
Entre los motivos del desencantamiento generalizado se cuentan puñados de sospechas y numerosos porrazos parlamentarios. El rechazo sistemático a los vetos presidenciales en el Congreso desnuda la desolación del escuadrón libertario, cuya narrativa impoluta se desplomó hace tiempo con el tres por ciento atribuido a la Secretaria General de la Presidencia, la estafa cripto del toquen Libra (que dicho sea de paso convirtió en dealer al cómplice de Pequeño J), la venta de candidaturas en distintos distritos y el acabóse de un candidato enchastrado hasta las orejas en la mafia narco.
Cada uno de los hocicazos gubernamentales insertó los cartuchos de dinamita que, uno tras otro, comenzaron a estallar en la implosión que por estos días experimenta la gestión mileista, pero entre todos ellos hay uno que es motivo determinante de este huracán sin ojo: la certeza de la familia trabajadora argentina de que su calidad de vida ha descendido peligrosamente hacia la línea de pobreza.
Siempre se supo que la víscera más sensible es el bolsillo y no podía ser distinto esta vez. En especial porque el cada vez más numeroso bloque social que ha decidido no votar por La Libertad Avanza no se trata de un electorado sumido en la miseria, sino de un estrato que en tiempos del inepto Alberto Fernández todavía podía cambiar el auto, pagar una prepaga, sostener el colegio privado y planificar vacaciones, hábitos del pequeño burgués nacional que han sido suprimidos en nombre de la esencialidad. Hoy aquellos que se podían ir una semana al mar, en muchos casos, no pueden llenar la heladera.
Siempre se dijo desde esta columna que el ajuste más grande de todos los tiempos funcionaría como ancla para la inflación por efectos recesivos, pero sólo mientras la sociedad aguantara. Y el 7 de septiembre, en las legislativas bonaerenses, la gente hizo saber que ya no aguantaba más. La derrota en la provincia gobernada por el peronismo de Axel Kicillof aceleró un proceso de descomposición que trastocó los índices económicos hasta obligar al presidente Donald Trump a distraerse de sus graves problemas internos para recargarle las baterías al único lacayo sudaca que le queda.
Y ni así logran levantar la puntería. Porque las cartas están echadas en contra de la motosierra. Porque el presidente de la melena se encargó de convertir en sus enemigos incluso a los productores agropecuarios que hasta hace una semana creían que las retenciones de Cristina fueron lo peor que les pudo haber ocurrido, cuando un pase mágico del ministro Caputo abrió una ventana de oportunidades para que 10 holdings cerealeros se quedaran con una diferencia de 1.500 millones de dólares contantes y sonantes, sin que ni un centavo de tales dádivas se transfiriera a los verdaderos labriegos.
Huelga hablar del empecinamiento oficial respecto de la ley de discapacidad cuyo veto fue rechazado hace más de dos semanas por el Congreso. El Ejecutivo se niega a cumplirla con el pretexto de que el órgano parlamentario no indicó el origen de los fondos que deberían destinarse a los reinstaurados beneficios, cuando nada impide a la Casa Rosada decidir un redireccionamiento de partidas. De persistir tal actitud, la conducta presidencial podría desencadenar consecuencias penales en razón de que el ordenamiento jurídico castiga el abuso de autoridad y el incumplimiento de los deberes de funcionario público, por citar dos figuras relativamente leves.
En las últimas horas el caso del diputado José Luis Espert llegó al epítome de la impopularidad. El calvo legislador que encabeza la nómina libertaria en provincia de Buenos Aires es defenestrado por una abrumadora mayoría interna en el oficialismo nacional. Y hasta la ministra de Seguridad tuvo que salir a despegarse del batifondo ante el peligro de perder consenso cívico en la ciudad de Buenos Aires, donde es candidata a senadora. Es que Patricia Bullrich sabe que está obligada a compartir listas con un lastre ilevantable, en especial después de que, finalmente, Espert admitiera haber recibido dinero, vuelos y una 4x4 blindada de un procesado por narcotráfico que fue su mecenas en la campaña de 2019.
A estas alturas, hay una única razón por la cual Espert sigue (y aparentemente seguirá) siendo el candidato número 1 de La Libertad Avanza en tierras bonaerenses. Y esa razón no es que las boletas ya estén impresas con su rostro, sino la necesidad de un chivo expiatorio. ¿Cómo es eso? Cuando el 26 de octubre por la noche se cuenten los votos del distrito más importante del país, la derrota libertaria será atribuida a los pecados del postulante que encabezó la lista violeta. Aunque con o sin él, la suerte del mileismo haya estado escrita desde mucho antes por la simple razón de que el actual presidente no es ni Jim Jones, ni David Koresh. Por suerte.